Llegó diciembre del 2022, fin de año empujado por un fuerte y largo chubasco que golpea al país en medio de la inestabilidad climática que promete llevarnos al 2023 con muchas contingencias. Al lado de esa eventualidad están presentes los hechos de violencia que siguen sembrando muertes y despojos en espacios rurales y urbanos. La lectura de las urgencias del país, nos indica que es prioritario parar la muerte y el hambre en medio de las relocalizaciones y desplazamientos que generan tanto dolor y zozobra.
Así las cosas, un gesto de Navidad para el cierre de estas calendas, podría ser que nos regaláramos, todas y todos los colombianos, acciones que ayuden a mermar el hambre que afecta aproximadamente a 16 millones de personas que solo consumen dos o menos comidas diarias y a disminuir las violencias que resultan de las múltiples confrontaciones y conflictos, basados en el uso de armas y el atentado contra la vida. Ya sabemos que disminuir estos pesares y riesgos, es en primer lugar una responsabilidad de las autoridades; sin embargo, si nos esforzamos un poco podemos ayudar como sociedad, como ciudadanías, a generar un mejor entorno y a recibir el año nuevo con armonía y esperanza.
Caractericemos un poco más el primer asunto:
Hay hambre en campos y ciudades, que es según organismos internacionales, esa sensación física, incómoda o dolorosa, causada por un consumo insuficiente de alimentos, que se vuelve un problema crónico cuando no se consume la cantidad suficiente de calorías para llevar una vida sana y activa. El asunto es crítico, pues mientras en Colombia el 54,2 % de los hogares presenta inseguridad alimentaria, la situación se agudiza como producto de la crisis climática y energética global, la recesión económica internacional, la subida del dólar, el impacto retro de la pandemia y del estallido social, la dinámica de las migraciones y desplazamientos internos y externos, la persistencia en ciertas zonas de un conflicto armado, ligado ahora al control de rentas de la coca y delitos derivados, y especialmente, al crecimiento de la población económicamente activa dedicada al rebusque.
Las razones son multicausales y ya hay muchos análisis al respecto; sin embargo, mientras se encuadran las estrategias para transformar esa realidad a mediano y largo plazo, reactivando el campo, reorganizando las cadenas productivas y de consumo, generando comercio justo de alimentos, miles de familias tendrán un fin de año sin raciones básicas de comida; también sucede que en otros frentes es dantesco el número de toneladas de suministros que se desperdician y el hecho de que existan sectores privilegiados con niveles altos de gasto suntuoso.
Valoremos brevemente ahora el segundo asunto, el de la persistencia de las violencias.
Los actos de agresión letal no ceden, especialmente en el Pacífico, en las fronteras y en las grandes ciudades; así tercamente autoridades locales insistan con datos que no dicen nada del acontecer habitual, las violencias orillan poblaciones y las someten a permanentes rituales de agresión y muerte, en una dinámica trasversal entre lo rural y lo urbano que implica disputas criminales de diverso tipo, movilizadoras de grandes fuerzas de poder corruptor y de despojo. Este entorno potencia intolerancias, sentimientos colectivos de autodefensa y disposición al armamentismo cotidiano que deviene en inseguridad humana y en agotamiento de las fuerzas de convivencia.
Pues bien, ambos asuntos tienen escenarios estratégicos; el primero se orienta hacia una política de seguridad y soberanía alimentaria, ya anunciada en el programa del nuevo gobierno y presente en las bases del Plan Nacional de Desarrollo en proceso de debate en el Congreso; el segundo aspecto, muy visibilizado como el compromiso gubernamental con la Paz Total, ya tiene múltiples agendas de diálogo en camino. Sin embargo, ningún gobierno, ni este ni otro, podría avanzar en estos propósitos si no hay una participación directa e inmediata de todo el país, de sus fuerzas vivas, actores sociales y ciudadanías.
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Este puede ser un muy buen momento para construir desde las diversas formas de habitar el país, un propósito nacional, solidario, respetuoso, de confianza y esperanza en lo que se viene
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Diciembre, la Navidad, tiempo de reencuentros familiares y vecinales, de reflexiones sobre lo que se hizo y lo que se proyecta, puede ser un muy buen momento para construir desde las diversas formas de habitar el país, un propósito nacional, solidario, respetuoso, pero también de confianza y esperanza en lo que se viene. Podemos contribuir a un diciembre en el cual compartimos con quienes la están pasando mal, el alimento y el abrigo básico, acompañado de llamados y reflexiones sobre la convivencia, para que entre todos y todas, en medio de las diferencias, pero con múltiples retos comunes, sembremos un nuevo país en el 2023.
Es sencillo el gesto, bajémosle al afán de consumo suntuoso, identifiquemos conflictos cercanos, contribuyamos a distensionarlos, a prevenirlos y hagámoslo compartiendo alimentos y abrigo de diverso tipo, generando la fraternidad básica, haciendo del encuentro espacio para la reflexión colectiva, que contribuya a llamar un nuevo tiempo de siembra de un país que abrace la vida y que sepa construir a partir de los consensos y los disensos. No se trata de un mero asistencialismo, se trata de reconocer las realidades que portan urgencia y de sembrar en el común denominador de país, desde ya, una decisión colectiva: que no nos matamos más y que nos resistimos a la desigualdad, a la insolidaridad, a la pobreza y a el hambre. Hagamos de diciembre un momento de cambio, iniciemos una época de inclusión y paz.