Las fiestas decembrinas son el bautizo y la confirmación de la contradictoria y esquizofrénica cultura colombiana: la inmaculada concepción y el reguetón, la humildad y el arribismo, la tacañería y el consumo compulsivo, la paciencia y el alarmismo, el optimismo y los noticieros, las amistades y las rencillas, la solidaridad y el egoísmo, un caudillo o el otro. Oraciones son rezadas, mantras son recitados, familiares son llamados, amistades son mensajeadas, buñuelos son devorados, villancicos son cantados, panderetas y niños son palmeados. En medio de los cantos y los buñuelos, niñas y niños se inician en la sagrada fe del alcohol y del incumplimiento de las normas. No falta en los jolgorios decembrinos el familiar borrachín que se tambalea y lleva en una mano un “volador” y en la otra una botella, un niño le arrima unas “chispitas mariposa” al “volador” y ras-tas-tas-tas en el cielo la pólvora legal o ilegal excita a la comitiva energúmena y perturba a los animales domésticos y salvajes. Las fiestas decembrinas son la iniciación de la niñez en la esquizofrenia de los paradigmas culturales contradictorios positivos y negativos, esquizofrenia cultural tan colombiana como latinoamericana.
Un niñito lee en voz alta: “¡Oh Divino Niño ven para enseñarnos la prudencia que hace verdaderos sabios!”. Ni prudencia ni sabios piensa usted mientras alista sus palmas. La comitiva energúmena responde accionando las panderetas: “Ven-ven-ven-ven ¡Ven a nuestras almas!, ¡ven no tardes tanto!” Termina la novena que empata con la música decembrina, abre un éxito vallenato de Jorge Celedón: “Ay-ay-ay-ay, qué bonita es esta vida y aunque no sea para siempre si la vivo con mi gente es bonita hasta la muerte con canciones y tequila”. Sigue un cántico infantil que incita al consumo compulsivo o a la negación: “Mamá, donde están los juguetes, ¡Ay! Mamá el niño no los trajo. (…) Mamá, hoy me siento muy triste. Mamá, el niño no me quiere”. Porque no pueden faltar los clásicos y los éxitos que incitan por igual al consumo compulsivo de todo: vino cariñoso, regalos inútiles, buñuelos hervidos en aceite caliente como la pólvora. En medio de la repartija y la sabrosura debuta el reggaetón, nuestro referente Maluma nos orienta: “Te dije mami, tómate un trago, y cuando estés borracha, para mi casa nos vamos, me sorprendió, cuando sacaste ese cigarro, tomaste tanto, que lo has olvidado… borró casete”. Llevamos toda la vida en Colombia borrando casete de los traumas individuales y colectivos, evitando una responsabilidad inevitable, descuidando nuestro bienestar emocional y postponiendo nuestra reconciliación con los demás y sobre todo con el propio Yo.
El glú-glú, el ras-tas-tas y los tintineos son el telón de fondo de los clásicos y los cañonazos que resuenan incesantes desde los bafles gigantes o miniatura, desde las estaciones de radio y las listas de YouTube, en Cali y en Girardot, en las Localidades y en las Comunas, en viviendas de interés social y Airbnbs, en plazas y en supermercados, en buses articulados y en busetas desarticuladas, en garitos y en cuarteles, en novenas bailables y en fiestas decembrinas, en la Santa Fe, en el Santa Fe, con la Santa Fe, o con el Santa Fe. Este es el apocalipsis colombiano.
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Desde el primer día del último mes del año, las emisoras populares se dedican a propagar el pánico existencial con los aullidos de sus sirenas alarmistas que anuncian el fin del mundo, el fin de un año más
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Desde el primer día del último mes del año, las emisoras populares se dedican a propagar el pánico existencial con los aullidos de sus sirenas alarmistas que anuncian el fin del mundo, el fin de un año más. La gente se contagia del apocalipsis, abundan las promociones y los créditos pagaderos en febrero. Las luces navideñas enceguecen el entendimiento y encandilan el sentido común. La gente consume todo como si no hubiera un mañana. En este apocalipsis, después del 24 las sirenas arrecian y la cuenta regresiva colapsa la existencia y el tráfico. El 31 a la media noche vienen los abrazos, los buenos deseos, las doce uvas, la vuelta a la manzana, la ropa interior amarilla, en televisión la 'fiesta de los hogares colombianos' con Jorge Barón y en la radio el brindis del bohemio. Luego, una laguna mental, borró casete. Es el fin.
La luz entra a raudales por las ventanas, el reguero en el piso y el estribillo de la emisora en el aire, se frota sus ojos y se toca sus carnes para asegurarse que sí, efectivamente sigue viviendo, que diciembre ha terminado, que ha iniciado un año más. El año viejo se fue pero el guayabo existencial y físico se quedó. Los valores sociales contradictorios y los traumas se han transmitido a las nuevas generaciones y el país sigue su tránsito inviable por la historia en una incertidumbre estable y duradera. Es hora de iniciar a incumplir las doce promesas. Pero sin embargo y a pesar de todo, cuantos recuerdos bonitos, bailes sabrosos, comidas deliciosas, reencuentros gratos, llamadas alegres, cantos a grito herido, sonrisas, tamales, abrazos, buñuelos, afectos, natillas, el cariño por la familia heredada y la familia escogida. Como dijo un escritor antioqueño: a donde quiera que vayamos Colombia nos seguirá, con esas dichas efímeras vividas en nuestro país e irrepetibles en otras partes del planeta que nos acompañarán hasta la muerte. Viva Colombia viva y viva Diciembre.