Diciembre en Caicedonia

Diciembre en Caicedonia

Es volver a desandar los recuerdos y llenarse de afectos para luego volver a la rutina, testimoniar el progreso del pueblo, reencontrarnos...

Por: Manuel Tiberio Bermúdez
enero 07, 2019
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Diciembre en Caicedonia
Foto: Manuel Tiberio Bermúdez

Caminar por las calles de Caicedonia en temporada de navidad es reencontrase con la paisanada que por esta época regresa a la tierra añorada para llenar el alma de saludos, abrazos y nuevos recuerdos para recordar.

Es rememorar nombres y rostros olvidados que la distancia impuesta por el tiempo ha ido borrando de nuestra memoria.

Es encontrar afectos imperecederos en quienes hace tiempo no hemos podido ver para reafirmar la amistad que el exilio voluntario, por la búsqueda de un futuro mejor, nos ha puesto en distancia.

Es encontrarnos con quienes, venidos de afuera, acosan en las vías para que apuremos el paso,  no sabiendo que en Caicedonia uno de los más comunes ejercicios es el de “quemar figura” dando vueltas al pueblo en el vehículo y saludar desde el mismo como político en campaña.

Es encontrarse con Fernando Herrera con ganas de un tinto y un cigarrillo y acordarse que fue uno de los primeros viajeros del pueblo que se fue a andar por el mundo.

Es tomarse un tinto con Fahuslly Issa y Arturo Ramírez  para rememorar historias que producen más de una carcajada.

Es darse una vuelta por “Casa Vieja” a escuchar buena música y a pedir el tango a Caicedonia que hice en homenaje a mi pueblo,  y encontrarse con amigos para hacer de la charla la disculpa perfecta  para “un caneco”.

Es compartir con William Gómez, que aún sigue siendo “Niño dios” para muchos de sus amigos,  la historia de sus comienzos en los “usas” y entender que emigrar es asunto de arriesgados y ganosos de una vida mejor y saber que ha hecho caicedonismo lejos de su terruño amado.

Es ver cómo el comercio se sale de los almacenes a la calle para que nadie pierda la oportunidad de dar un obsequio o comprar el “estren”.

Es celebrar que el Café Burila, seguirá por muchos tiempos en esa esquina que es referente de varias generaciones.

Es compartir con Otoniel Pinzón la hecha de la natilla a la antigua: con mecedor de palo y vueltas y más vueltas hasta que tenga el punto exacto.

Es ver a los que madrugan  a pasear la borrachera por el pueblo, con los ojos hundidos de mirar el insomnio y  con los equipos del auto a todo volumen para que muchos testimonien la beodez empezada la noche anterior y que aun no termina.

Es ver como las familias rezan la novena del “Niño Dios”, pero llenan las casas con Papas Noel que nada significan para ellos y que han adoptado debido a quienes emigraron hacia tierras lejanas.

Es testimoniar el progreso del pueblo, en los barrios que han ido surgiendo por el empuje de la gente que le gusta vivir en “La Centinela del Valle”.

Es encontrar nuevos sitios y nombre renovados: Zafiro; Cafetales; Lusitania; que ofrecen un ambiente elegante, sobrio y ameno,  para los visitantes.

Es descubrir en el aire el olor a natilla, buñuelos, cerdo frito y otras viandas que la brisa se lleva por las calles para despertar recuerdos de otros momentos, de otros días, de otra gente.

Es disfrutar de la pasarela en la que se convierte las calles principales 15 y 16, en las que mujeres hermosas lucen modernos atuendos y como reflexionara alguna vez: “es ver hermosas mujeres en yines, en minifalda, en tenis, en tacones, mujeres de botas y otras que creen en cualquier cosa, chicas enrumbadas y algunas sin rumbo”.

En Caicedonia, para el mes de diciembre, uno encuentra los amigos que había olvidado a los, amigos de infancia, a los amigos con los que estudió, a los amigos que la vida le ha regalado y ese reencuentro nos confirma que somos parte de un grupo humano que nos llena de orgullo, que formamos parte del inventario de los amorosos de un pueblo que no se olvida porque un caicedonense, vaya a donde vaya, en el equipaje de su alma siempre llevará ese nombre amado: Caicedonia.

Caicedonia en fiestas decembrinas es una delicia, la amistad se comparte, se reafirma, se llena de abrazos guardados para la ocasión. Es volver a desandar los recuerdos y llenarse de afectos para luego volver a la rutina que nos toque vivir según el camino que nos haya trazado la vida a esperar el regreso a esta tierra que es parte de nuestro sentir cotidiano.

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