Ayer, a las 4:36 p.m., el papa Francisco llegó a Colombia para traernos un mensaje pacificador. Sus primeras palabras en la capital invitan a que desarmemos nuestros corazones, ya las FARC por lo menos dieron el primer paso: el 27 de junio, Colombia presenció el acto protocolario en el que las FARC le entregaron a la Misión de la ONU más de siete mil armas.
Y, ¿cuándo daremos el primer paso nosotros? La reconciliación necesita de la voluntad de todos, necesita que los colombianos, codo a codo, se emocionen al agitar la bandera de Colombia, no solo en la Calle 26 para recibir al papa. Necesita también que la paz sea el norte que ilumine el futuro de una nación que se desangró por más de 50 años pero que no está dispuesto a hacerlo más.
¿Acaso el blanco no es la combinación de todos los colores? Quizá por eso el papa viste de blanco. Los colombianos ayer se vistieron de blanco, en su gran mayoría, para recibir al sumo pontífice. La paloma que simboliza la paz, no por casualidad, también es blanca. La paz no es de nadie, no es del presidente ni del expresidente, es de aquellos que, además de su color particular, juntos, forman el blanco.
Somos un país diverso, heterogéneo, que tal vez no admite matices, que siempre se ha esforzado por resaltar todas esas cosas que nos hacen diferentes pero que nunca se ha interesado por lo que nos une y nos hace llamarnos colombianos, a todos, sin distinción.
Estamos frente a uno de los mayores retos de los últimos años: construir país, y qué mejor símbolo que la llegada de uno de los líderes que se ha esforzado por contribuir a apaciguar los odios. Y es que construir país no es una tarea para el presidente, o para los líderes políticos, ni siquiera para el papa Francisco. Si no nos damos cuenta que somos responsables de llevar a cabo el posconflicto, nadie lo hará por nosotros.
No es fácil. Es un proceso largo y que requiere de tiempo para sanar heridas, para perdonar, para consolidar los lazos entre unos y otros más allá de la polarización política.
“Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Ojalá esta oración sea no solo proclamada por el papa Francisco mañana en la misa, sino que católicos o no, todos seamos capaces de sentir esa frase, capaces de dar un paso al costado en ese ciclo de venganza que ha perpetuado la violencia. Este es el momento. Es una oportunidad que no se presentó en mucho tiempo pero que no parece hacernos vibrar porque la vemos con la desesperanza que ha reinado siempre.
Demos juntos el primer paso, sin distinción de cultos, hacia la esperanza. La esperanza que no cierra puertas, las abre. La esperanza de por fin dejar atrás los odios absurdos que hemos cargado durante tantos años. La esperanza de ver más allá de las diferencias. La esperanza de sentirnos orgullosos de ser colombianos no solo cuando juega la Selección Colombia, sino todos los días.
