Y ahora… de los mismos creadores (RCN) de “Suso, el Paspi” llega “Descárate sin evadir” con la actriz, periodista, presentadora, jurado, locutora, columnista, modelo, feminista, machista (si le conviene), humorista, politóloga e inmamable Alejandra Azcárate. Ha tenido más trabajos que Condorito. Y en ninguno ha sido constante. Como Condorito. Porque ella se considera una “artista integral” (¡Plop!)... Otros, por el contrario, piensan que es una mujer “inúltiple” o sea que no sirve para muchas cosas.
Su partner es Eva Rey, quien luego de triunfar en España –eso supongo-, anda por los países sudacas “haciendo las américas”, como suelen decir los toreros desempleados que vienen por aquí. Ella es la que le hace la segunda a la Azcárate, más o menos lo que hacía Felipe con Emeterio pero con la diferencia que aquel mostraba su guitarra y ésta las piernas.
Estas “Tola y Maruja” de estrato seis son ahora las encargadas de sacarnos cada domingo de la oscuridad en que ha vivido esta sociedad timorata, hipócrita y moralista, así el precio sea la chabacanería y el mal gusto a los que la Azcárate, a fuerza de repetirse, nos tiene acostumbrados.
La polifacética Azcárate no resulta ni irreverente, ni cínica, ni descarada. Simplemente mediocre y bravucona en cuyo programa prevalecen las preguntas de innecesario morbo. La misma decoración del programa alude al set de una película porno: una sala, un sofá y dos mujeres con deseos de conocer muchas cosas intimas de su invitado. Lo acuestan, lo tocan, se sientan en sus piernas. La Azcárate parece una mujer insatisfecha indagando por la vida sexual de los demás.
Ella dice ser feminista, pero a la vez es enemiga del amor gratis, pobre o barato y desde su cómoda posición de mujer liberada se arroga el derecho de tratar mal a los hombres, pero defiende a muerte su derecho a ser tratada bien.
Se vale del cliché humorístico de proclamar a las mujeres víctimas del hombre, mientras le divierte cuando éste es víctima de aquella. Resulta divertidísimo para Azcárate que Armando Benedetti le tenga una mamá a cada hijo. ¿Eso no será machismo?
Ella sabe tratar a los hombres: los trata mal, porque son hombres y en el mundo feliz del feminismo risueño que ella proclama, un hombre debe esclavizarse para que su mujer viva como una reina; sin importar que el esclavizado no pueda disfrutar del tiempo para vivir como un rey.
Azcárate es la depositaria del buen gusto, el estilo y lo chic, aunque juega con emplear en cada programa una buena cuota de dichos de calle para dar a entender que a ella le gusta el pueblo. Pero en realidad, todo lo que no le agrade es de quinta, mañé, ceba, inmundo. Así, perfectamente, puede decir ante las cámaras que no quiere verse como “una quinceañera ñera” (que en lenguaje de la humorista es quinceañera pobre, a pesar que la edad ya no le dé para esas aspiraciones). ¿Aborrecerá también Azcárate verse como una loba?, ¿Y si es así, por qué insiste en desarrollar sus bíceps cargando esos gigantescos anillos de madame venida a menos?
Sus geniales cavilaciones a lo Woody Allen y sus inteligentes preguntas, que se reconocen porque son amenizadas por un arpegio de postproducción, se asemejan a esa pieza -ya clásica-, del humor vernáculo y que nos hizo desternillar: “7 ventajas de la gordura”. Todavía nos estamos riendo. Nos causó mucha risa, sobre todo esa partecita en que la Azcárate no quiso reconocer su mediocridad.
En su programa el entrevistado se observa amilanado porque sabe que cualquier cosa que diga y que no sea del agrado de la Oprah Winfrey colombiana, a esta se le sale la criada respondona que lleva dentro y puede armarle un show de insultos, regándose como una mata de ahuyama, como suelen hacerlo las “quinceañeras ñeras” que ella tanto detesta.
Obsesionada por la intimidad del detalle le pregunta a Benedetti: “¿impotencia o calvicie?”, como si no supiéramos de antemano que Armandito, como hombre público, tiene disfunción ideológica. Sin contar su oportunismo político. Por algo las oportunidades las pintan calvas.
Que nos interesan las preferencias sexuales de personajes del tamaño de Lady Noriega, o que esta hable también del tamaño del Tino. ¿Qué aporte le hace al televidente el hecho que Luly Bosa sostenga que “la nevera no se llena con buenos polvos”? ¿Nos interesa, acaso, que Carolina Sabino no haya compartido novio con su madre?, todavía ¿O que una actriz diga que su primer marido no le hacía el amor sino la masacraba?
Que un travesti quiera ser primera dama como lo dijo Endry Cerdeño no genera asombro. Total, ya nos hemos acostumbrado a las maricadas que hacen los presidentes a escondidas en la Casa de Nari. Tampoco debe asombrarnos que Roy Barreras, quien se autodefine como “un hombre de clase media” (una vez Eva le ha raqueteado la chaqueta), tenga en su bolsillo un millón doscientos cincuenta mil pesos para sus gastos del día, ¿No es esa la chichigua con que a los hombres de clase media nos toca sobrevivir todos los días?
No bastan dos dosis del programa para concluir que el tratamiento dado a los temas y a los invitados raya en lo común, la vulgaridad y la chabacanería.
Acudiendo a la definición, el descaro consiste en la falta de respeto hacia los demás y la Azcárate lo cumple plenamente, sobre todo cuando se trata de la falta de respeto (no solo a sus invitados de postín) sino al incómodo televidente que tiene que soportar, en horario familiar, su constante sonsonete regañón de sexóloga amateur y su expresión engreída de persona superior.
Al final del programa, con el perínclito Armando Benedetti, la Ellen DeGeneres criolla y la vedette señora Rey, quien un día de estos en un gesto de originalidad saldrá en traje de Eva, terminaron su faena con el político y se fueron de la sala dejándolo solo y triste, con el sofá. Así como hacen las actrices porno cuando acaban una ficticia escena de sexo.