Hace unos días, la Misión Kepler de la NASA y el Instituto para la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (SETI) confirmaron la existencia del primer planeta de tamaño similar a la Tierra descubierto orbitando la zona habitable de una estrella.
Es la primera vez en la historia de la humanidad que tenemos conocimiento de un planeta que se asemeja al nuestro en tamaño y ubicación respecto al campo de energía que produce su estrella. El planeta, llamado Kepler-186f, puede tener varios miles de millones de años de edad, y es probable que sea rocoso y albergue agua líquida en su superficie.
Por eso, desde que leí la noticia no he dejado de preguntarme, ¿será que allá también hay alguien preguntándose si acá también hay alguien preguntándose si allá también hay alguien preguntándose… ?
Vaya uno a saber. Aunque la vida en la Tierra solo tardó unos cuantos cientos de millones de años en aparecer tras la formación de nuestro planeta, la evolución tardó más de 3000 millones de años en producir organismos más complejos que una bacteria. Y, tras esa primera explosión de vida multicelular, la evolución tardó otros 600 millones de años en producir vida inteligente, capaz de mirar hacia el infinito e imaginar un cruce de miradas interestelares.
En todo caso, Kepler-186f se encuentra a unos 500 años luz de distancia de la Tierra. Eso quiere decir que lo vemos como era hace 500 años, y que, si alguien nos observa desde allá en este instante, estaría viendo la Tierra en la época en que ni siquiera sabíamos de la existencia de un continente que habría de llamarse América. La velocidad de la luz quizás nos condena a un ineluctable desencuentro cósmico.
Pero lo verdaderamente trágico es que, si justo en este instante alguien está mirando hacia acá desde Kepler-1686f, la luz de nuestra Tierra no le llegará sino hasta un tiempo, quinientos años en el futuro, en el que ya nosotros tal vez ni siquiera existamos.
Lo digo porque por estos días también salió a la luz pública el nuevo informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC).
Este informe, producto del Tercer Grupo de Trabajo del IPCC, recoge las conclusiones de otros dos grupos de trabajo —encargados de investigar las tendencias más recientes y los impactos sociales del calentamiento global— y plantea qué acciones podemos emprender para mitigar los efectos de nuestra desaforada explotación energética de los recursos naturales no renovables de la Tierra.
El informe no es optimista, pero arroja una tenue luz de esperanza.
Desde el año 2000 hasta el año 2010, las emisiones de gases de invernadero —principal motor del calentamiento global— fueron las mayores producidas por la humanidad en toda su historia. No hemos dejado de contaminar la atmósfera, no hemos disminuido nuestro impacto; lo hemos incrementado.
Si seguimos como vamos, la temperatura promedio de la superficie del planeta en el año 2100 será entre 4 y 5 grados Centígrados mayor que el promedio de la temperatura superficial de la Tierra durante toda la era preindustrial. Lo grave es que, si queremos mitigar las impredecibles —y posiblemente nefastas— consecuencias del cambio climático, tenemos que ser capaces de mantener la temperatura superficial del planeta en un promedio no mayor de 2 grados Centígrados por encima del promedio preindustrial.
Todo esto ocurre en preparación de la adopción de un nuevo acuerdo internacional sobre cambio climático, previsto para ser suscrito por los países miembros de las Naciones Unidas el año entrante en París. Sin embargo, el comportamiento, tanto de los países desarrollados como de los países en vías de desarrollo, en el marco de acuerdos anteriores suscritos durante las últimas décadas, así como en el marco de las arduas negociaciones conducentes a la redacción de los nuevos informes del IPCC, deja dudas respecto a los incentivos que tienen los gobiernos para asumir compromisos efectivos en esta materia.
¿Cuál es, entonces, la tenue luz de esperanza?
Que, si adoptamos a tiempo medidas que permitan desacoplar el crecimiento económico requerido para sostener a la creciente población humana del planeta de las fuentes de energía más contaminantes, es posible que logremos la meta de mantener a raya la temperatura global. Esto se puede hacer, según el IPCC, con tecnologías actualmente existentes; pero hay que comenzar a tomar medidas efectivas en ese sentido ya. Aun así, y en todo caso, tenemos que comenzar a diseñar, planificar e implementar medidas de adaptación al cambio climático y de mitigación de sus impactos.
La cruz del asunto, por supuesto, es la política. Pero no solo la política internacional, sino, muy especialmente, la política nacional y local. Tenemos que obligar a nuestros gobiernos a que cumplan los acuerdos internacionales y regulen adecuadamente las industrias contaminantes, y tenemos que obligar a los gobiernos locales a que adopten planes de mitigación y contingencia de los impactos del cambio climático.
Y una última recomendación, volviendo a un tema de mi primera columna en Las 2 Orillas: si queremos contribuir a reducir el calentamiento global, reduzcamos significativamente nuestro consumo de carne. Quizás así, entre todos, logremos que cuando la luz de hoy les llegue a nuestros lejanos amigos en otros rincones del Universo, nosotros aún estemos descubriendo mundos y no hayamos destruido el único que tenemos, nuestro hogar, la Tierra.