El virus por decreto presidencial ha abandonado la comarca, este platanal llamado “la Suiza latinoamericana”. Sus humildes y pintorescos habitantes retomaron sus juergas habituales e infundías colectivas para fundirse en una borrachera en muchedumbre celebrando su magnánima estupidez. Con más incertidumbres que certezas los siervos de esta gleba terminaron su cuarentena. Con un reino vuelto mierda y con la muerte siguiendo los bultos de carne que parecen no entender su destino cruel.
Los buses abarrotados de expectantes viajeros trastean el virus de las capitales a las aldeas con la venia de los dueños de esta gran finca, se abre el curso libre del microorganismo. Ropajes rojos, galenos y matronas héroes, llamados de guerra y viandas para sobrevivir pasaron al olvido de un momento a otro. La única certeza era el próximo festejo, cerdos, gallinas y semovientes huían para no ser víctimas de semejantes alegorías. Nublados del éxtasis de los mandatos de sus reyes, ducados, emisarios y escribanos, los habitantes de la comarca sin más miramientos asesinaron aquel invisible ser.
De la delgada línea de fuego en donde se arriesga la existencia, pasamos al grueso surco de la ambición, con un solo portazo de por medio, con un único golpe de pluma en tinta sobre una de tantas servilletas untadas de sangre y odio que deciden nuestro porvenir. Ya se llenan los terminales de abrazos mortales, de juicios sociales de reencuentros y ansiedad desbocada en las cantinas, la lujuria y la amnistía que el ejecutivo nos brindó en extremaunción.
Porque en el reino la bebida es el verdadero dios y la efervescencia por los amantes embotellada no espera más, el destino ya se jugó y lo único que hay que esperar es el inmediatismo de la felicidad y el vacío de no saber qué pasará. De esta manera, la comarca y sus aldeas aceptaron su destino y a festejar, mundanos habitantes, que el mundo se va acabar. Si hay algo justo y serio para los aldeanos es la muerte, destino cierto en un momento más que incierto.
Ya se tallan los epitafios en los mármoles de la solemnidad, que “para morirse no hay, sino que estar vivos”, mientras se ondea una bandera de ingenuidad, acá “cuando nos toca nos toca”, nuestro destino es sobrenatural. No hay remedio, espejismos fraudulentos de intereses en levedad, suerte al camino en la horda de la miserable incredulidad.
