DIARIO DEL CONFINAMIENTO
MIÉRCOLES 25 DE MARZO
UNO
Me levanto temprano. Creo que deben ser las cinco de la mañana.
Camino descalzo por el corredor de la casa, y observo la calle a través de los vidrios que tiene la puerta principal.
Hay una soledad que viaja hasta los edificios más altos que tengo al frente.
Esos edificios ya no deberían construirse más, pienso. Deberíamos parar de construir demasiadas casas unas arribas de otras, he escuchado de edificios completos que están en cuarentena.
Deberíamos pensar en cómo y para qué conjugamos el verbo construir. Eso me hace acordar al viejo Lara que decía: “Desconfía de alguien que conjugue demasiado el verbo tener”. Ese también debe entrar en la lista de los verbos que no hay que conjugar demasiado, comprar, botar, fabricar…. Ahora se conjuga menos el verbo salir.
Me pongo unos tenis y una pantaloneta.
Voy al patio y comienzo a hacer ejercicios de calentamiento, estiro y corro en los nueve metros de largo que tiene ese espacio. Para hacer un kilómetro debo hacer más de 100 vueltas. No llevo la cuenta. Sudo un poco. Voy y vuelvo en esos nueve metros como esas panteras de zoológico, con la diferencia que ni quiero escapar ni estoy atrapado en una jaula.
Hay hojas del palo de guayaba agría, sembrado a un costado del patio, por todo el suelo. Mientras troto, veo los cucarrones sobre las flores del guayabo. Creo que hay más cucarrones que de costumbre o flores en el palo. Pronto habrá cosecha de guayaba.
Siento el corazón latir más fuerte y me parece que es suficiente
DOS
Tengo una hija que vive en Nueva York. Me envía un link para que me conecte. Es el gobernador del estado de New York, en rueda de prensa, que habla sobre la situación.
New York tiene el número más alto de contagiados de los Estados Unidos. Cada tres días se duplican los infectados, es el espacio más densamente poblado de ese país. Él se llama Andrew Cuomo habla con elegancia y se nota muy seguro. Esta acompañado de sus asesores que están sentados a cierta distancia el uno del otro.
En la sala, los periodistas están sentados en sillas ubicadas en zigzag. Hay fotógrafos con teleobjetivos en los extremos. Se escuchan los ruidos de los obturadores y los flashes.
Andrew Cuomo reflexiona al tiempo que responde las preguntas de los periodistas. Dice que antes la unión nos hizo fuertes, ahora nuestra distancia nos hará fuertes.
Recuerdo entonces que ayer hablé con el maestro Raymundo Gomezcásseres que me dijo que nunca había necesitado de pandemias para vivir encerrado. Sé que lo dice de la mejor forma, con la honestidad siempre en sus palabras.
El gobernador Coumo también se pregunta cuál será la manera de mantener una economía próspera y tener una cercanía con la vida, con la naturaleza.
Me pregunto si se volverá hablar de economía o de la vitalidad de la existencia. Me pregunto si nuevos sistemas surgirán, que no sea ni comunismo renovado, ni capitalismo solidario, ni feudalismo generoso. Creo que nada que referencie a algo que ha mostrado sus fracasos en el pasado (y en este presente) tendrá validez en los días que siguen, o a la hora en que se nos diga, ya pueden salir de sus casas tranquilamente. Acaso habrá confianza incluso en el lenguaje en que se nos habla.
La gente que ve y escucha al gobernador Cuomo envía mensajes alentadores. Lo felicitan, le dicen que es un hombre que transmite confianza, que habla con propiedad, que su seguridad se siente, que es un gran líder, qué debería ser presidente.
Algunos medios lo consideran hoy “Presidente de facto”.
“Every morning around 11 a.m., I feel momentarily better. That man who appears on my television screen is calm; measured; blunt where he needs to be; full of factual updates.
Escribió el periodista Michael Tomasky sobre las alocuciones de Cuomo.
Aprovecho esa transmisión en vivo para entrenar mi oído, y buscar nuevas palabras en el diccionario Webster’s: stockpile, spreadout, fear to, dare to…
DIARIO DEL CONFINAMIENTO
26 DE MARZO DE 2020
Me levanté a las cinco y diez de la mañana. Ni pongo la alarma ni establezco una hora para levantarme. Cuando pase será buena hora, siempre ha pasado muy temprano.
— ¿Cómo amaneciste? —escucho en medio de silencios de brisa. Me parece una pregunta demasiado compleja. Basta que amanezca.
Solo silencio y oscuridad afuera, en otros tiempos me importaría. El confinamiento ha construido un mundo callado, apagado, como si esperara por unas cuantas palabras. Escuchar ese algo que aún no sabemos qué es, ni quién lo pronunciará.
Abro la puerta que va al patio. Una brisa lenta que viene desde el palo de guayaba agria hace sonar los cilindros metálicos de un bello móvil que me regaló la amiga y profesora Amparo Murillo. Ella tiene un hijo que trabaja en China. Ha estado atenta y tensionada desde entonces. Su hijo pasó confinado varios meses. Ahora es ella la confinada, mientras su hijo intenta volver a una normalidad que es la más anormal de todas.
Hay una guayaba agria tirada en el piso, de buen tamaño. Me doy cuenta que hay guayabas formadas, bien arriba, y en las ramas de abajo flores. Pronto será la hora en que lleguen los cucarrones. Tener un patio con frutales debería ser una exigencia de construcción, unos barrios con frutales, una ciudad con frutales, una ciudad con alimentos, una ciudad conectada con el campo, una ciudad conectada con sus campesinos, una ciudad conectada con el trabajo de los campesinos. Una ciudad donde sus habitantes vayan al campo a producir el alimento que se comen en asocio con los campesinos. La ciudad está desconectada de las esencias vitales.
El patio de la casa en Barranquilla, en el barrio Pumarejo, tenía un palo de guanábana, un palo de naranja, uno de guayabitas rojas, un palo de coco verde y un palo de cayenas rojas en el callejón. El viejo Lara decía que esas flores se podían comer. Eran el alimento diario de cinco morrocoyos que tenían los mismos nombres de sus hijos, con la partícula Elde, como prefijo. Eldedavid, era el mío, lógica elemental. Comíamos de esas frutas casi todos los días. En una ocasión le pregunté a la vieja Mayi, mi madre, cómo me recordaba de niño. Me dijo: “Ay mijito… Sentado en la ventana del frente, viendo para la calle, con un coco en la mano, y en la otra un pedazo de panela… Te pasabas ahí horas, quietecito, viendo pasar a la gente”.
Siempre me ha gustado ver por la ventana. Espero ahí en el patio. La hora en que llegan los cucarrones. Recojo la guayaba agria y me voy hacía mi ventana. Veo pasar a la gente. Una señora con un paraguas, lleva un tapabocas negro, y una bolsa plástica color naranja en su mano derecha. Pasa una moto con dos policías, cada uno con su tapabocas de color verde oliva. Pasa un señor con una caja grande de cartón sin tapabocas. Pasa un paramédico corpulento, con su uniforme blanco, con tu tapabocas, por supuesto.
DIARIO DEL CONFINAMIENTO
27 DE MARZO DE 2020
La lección del día
El amanecer es un tañido de silencios. Llega con sus anuncios de olores y brisas.
Estoy en la sala de la casa, veo por la ventana, nadie pasa aún por la calle. La oscuridad se va diluyendo entre edificios. Se prenden algunas luces en esas bestias de vidrio y concreto que tengo al frente.
La claridad del día me llega leyendo una nota de El Espectador bajo un título claro, popular, y directo: Las metidas de pata de Patarroyo durante la pandemia del coronavirus.
Me parece que hay demasiadas “patas” en una sola línea, y me parece aún más paradójico que un tipo que ha metido la pata, las dos primeras sílabas de su apellido sean Pa-ta, y que lo que sigue sean rro-yo. Es claro que es un tipo que arrolla, con su pata.
Leo la primera parte del artículo y es una rigurosa lección de periodismo, de pulcritud, de ética, de conocimiento, de ciencia. Mientras leo la primera parte en donde se refieren únicamente a las metidas de pata del que arrolla con su pata, me pregunto si saldrán las metidas de pata de la periodista que lo ha entrevistado. Se trata de Salud Hernández… Y sí, ahí estaba el intertítulo que dice Las de Salud, es decir las metidas de patas de Salud Hernández.
Voy a trascribir aquí, la primera de Salud, que es magnífica y es una lección de periodismo contra la ligereza, la desmesura, la generalización y la exageración periodística. Los científicos, médicos y colegas, podrán tener más claridad sobre las metidas de Pata-rroyo.
Veamos, la primera de Salud Hernández… Para presentar a su entrevistado dice: “El científico Manuel Elkin Patarroyo revela todos los secretos del virus….
La respuesta del grupo de científicos que firma el artículo y analizó la entrevista fue la siguiente: “Una vez más la idea errada de un genio solitario que va en contravía de la ciencia como una construcción colectiva. Desde que comenzó la epidemia se han publicado 44.000 artículos científicos. Si Patarroyo quisiera revelarnos todos los secretos del virus necesitaría 305 días sin parar para leer lo que se ha publicado en revistas científicas en tan solo tres meses de pandemia. Ante tal hazaña, inmediatamente se daría cuenta de que mientras leía ya se habría producido una cantidad aún mayor de información con "los secretos" del coronavirus”.
La claridad es de un asombro enceguecedor.
Recordé entonces que en una de las entrevistas que di a un medio, durante la promoción de mi libro El dolor de volver, una periodista me sugirió: “Quisiera ahora que invitará a todo el pueblo de Cartagena a que asista a su evento”.
Recuerdo que le dije que no podía hacer eso, porque al Centro de Formación de la Cooperación Española, donde sería el lanzamiento, solo tenía un aforo de 200 personas.
Algo así, espero que algún día diga Patarroyo, sobre la revelación de “todos los secretos del virus”.
Cerré el computador por un momento y vi pasar a las primeras personas con sus tapabocas. Caminé un poco pensando en lo que había leído. Creo que luego de médicos y personal de servicios vitales, los periodistas se disputan una línea de esencial importancia.
Ha sido la gran lección del día.
En eso estuve pensando hasta la hora en que me fui a la cama: la calidad de nuestro periodismo y la calidad de los profesionales que preparan a los nuevos periodistas.
Igual debe ser con las otras profesiones y artes, me dije quitándome las chancletas para subirme a la cama.
¡Vaya reto!
DIARIO DEL CONFINAMIENTO
28 DE MARZO DE 2020
Cumpleaños feliz, te deseamos a ti… repite un tutorial de YouTube que enseña esta sonsa canción con su acordes para guitarra. Alguien me lo ha enviado a mi WhatsApp, quizás porque sabe que hace unos cinco años comencé a explorar ese instrumento … o porque está seguro de que es una buena manera de comenzar este día.
Nadie puede estar seguro de nada hoy. Ni siquiera saber que nada sabe…
Del mundo de las indefiniciones, en el que creíamos estar, hemos pasado al mundo de las incertidumbres.
Intento hallar las aproximaciones entre certidumbre y definición. Sospecho que la incertidumbre es una escala más profunda de la indefinición o lo contrario, aunque sería un gran ejercicio trabajar en sus distancias y aproximaciones sinónimas. Eso lo aplazaré.
Apago el teléfono celular. Voy a la ventana por el corredor de siempre. Es sábado y el ajetreo habitual se ha reducido a unas cuantas motos policiales, unos pocos caminantes con sus tapabocas o alguna bicicleta en contravía con su pedido a domicilio. La madrugada cede con estas extrañas brisas de finales de marzo.
Tengo una hija que vive en Chía, Cundinamarca. Me llama para decirme que ha temblado, que toda la ciudad se ha quedado sin agua. Que carrotanques están abasteciendo. Que hay puentes colapsados. Ha sido un sismo de 5.1 en la escala de Richter. Unas 130 mil personas viven allí, informa el diario El Tiempo. El alcalde de Chía, Luis Carlos Segura, anuncia que se trabajará intensamente para superar la emergencia. La del agua, por supuesto.
La mujer que me acompaña desde hace 25 años, ha decidido que hará una torta, pero aún no sabé de qué.
En otros tiempos, saldría a buscar un pudín en esos locales con nombres de señoras y compraría uno de chocolate, fresas con cremas, naranja, tres leches, tiramisú o veteado de alguna sobra.
Revisa qué se tiene guardado. Qué ha quedado desde la última vez que salí a comprar provisiones. No hay harina de trigo, hay un poco de avena en hojuelas. Hay tres platanitos como los llaman en Cartagena, en otras partes lo llaman guineo, como en Barranquilla, y que la propagada neutralidad sobre el lenguaje nos obliga a decir banana.
Los tres platanitos que tenemos no son bananas, porque no servirían para un comercial de televisión. En Cartagena cuando a un platanito le comienzan a salir unas manchitas negras en su cáscara, ya no les llaman ni guineo ni platanitos ni mucho menos banana sino tigrillo, o tigrillito, con cariño. Eso es riqueza de lenguaje.
De esos tigrillitos hay tres en la nevera. En realidad ya no son tigrillos sino han alcanzado ya un estado de pantera. En otra época, esos tigrillos o panteras habrían sido un manjar para las dos morrocoyas que tenemos en el patio, pero la decisión de hacer un pastel de panteras estaba tomada. Se pulverizo la avena, se licuaron las panteras, se le echó un poco de mantequilla, se le adicionó un huevo, un poco de canela y bicarbonato, se logró una masa uniforme. Esa mezcla se echó en un recipiente metálico y se llevó al horno.
Un 28 de marzo, como hoy, nació santa Teresa de Ávila, también conocida como santa Teresa de Jesús. Lo sé por el viejo Lara, quien con cierta regularidad nos ponía a leer la vida de los santos y mártires de la iglesia. Leo en voz alta, de forma desordenada, algunos de sus versos como si se tratara de la oración de la mañana.
Que nada te turbe/ que nada te espante/ todo pasa…
Confianza y fe viva/ Mantenga el alma/ Que quien cree y espera/ todo lo alcanza…
Id, pues bienes del mundo/ Id, dichas vanas/ aunque todo se pierda, / Solo Dios basta.
El pastel de panteras con avena, comenzó a anunciarse con su olor. Se fue enfriando.
Sacamos una vela verde que quedó del 7 de diciembre pasado, y la colocamos en el centro del pastel de panteras. Se cantó Cumpleaños feliz te deseamos a ti… En honor a santa Teresa de Jesús. ¿Qué clase de ser humano fue esa mujer?
El sabor y la textura del pastel de panteras: ¡exquisito!
DIARIO DEL CONFINAMIENTO
29 DE MARZO DE 2020
Este es el domingo más domingo de todos los domingos. Suena muy raro, pero es verdad. No se escucha ni el silencio.
Es apenas el primero de este confinamiento que promete más domingos que pasarán a ser los más domingos de todos los domingos que hemos vivido. Hay en los domingos una sensación de adormecimiento que se va acentuando con las horas.
Los domingos, allá en el barrio Pumarejo, de Barranquilla, en la casa del patio con el palo de coco verde, guanábana, guayabita roja y naranjas, se pasaba con una sola comida al día. “Hoy es un solo tren”, decía la vieja Mayi, mi madre. Como a los ocho años fue que vine a entender que “un solo tren” era una comida al día.
Mayi hacía un enorme caldero de arroz con trozos de gallina que era la única comida del día, la única cocinada del día y la única lavada de platos del día. Eso sin contar que ella advertía que el domingo no lavaba platos.
Ese “solo tren” de los domingos, se debería extender para el resto de la semana en estas circunstancias de confinamiento.
Me he vuelto a preguntar de dónde habrá surgido la expresión “Un solo tren”. Especulo, quizá, cuando había tren en el Caribe daban a los viajeros una sola comida, y por eso se acuñó la frase. Me vienen a la mente otras expresiones como “A todo tren”, “Tren de vida”… y pienso que de esos dos trenes es que tenemos que bajarnos ya.
Hoy, domingo, podría hacer “Un solo tren”, pero no lo haré. Tengo dos platanitos trigrillitos que podrían ser parte del desayuno, pero la idea de hacer otro pastel, me recuerda que tengo un pedazo grande de torta de platanitos panteras del día anterior, de la celebración del cumpleaños de santa Teresa de Jesús. Antes de cortar la torta, me leo en voz alta otros versos de la santa, como una oración del amanecer para espantar los silencios que escucho afuera.
¡Ay! ¡qué larga es esta vida
Qué duros estos destierros
Esta cárcel, estos hierros,
En que el alma está metida!
Solo esperar la salida
Me causa un dolor tan fiero…
En estas circunstancias, ya esos seis versos me han parecido suficientes.
Cierro el libro y lo devuelvo, por el corredor de siempre, a su estante.
Hubo un solo tren en casa, eso me pareció magnífico. Mañana lo implementaremos también.
La noticia que leo en la tarde, agrega al domingo una sensación de orfandad. Una nueva muerte en la ciudad relacionada con el virus. Además se anuncian seis nuevos casos, y otros dos en Arjona, una población cercana.
Recuerdo que aún no he hecho la imagen para el diario. Digo entonces, levantándome del mueble de la sala. “Voy a hacer la foto del…” No termino la frase, cuando un grito golpea con fuerza la serenidad de la tarde de domingo: “Para dónde vas, tú de aquí no sales, ni se te ocurra. ¿Pa’ ónde vas a salir?”.
—Déjame terminar la frase…
—Ajá
—Que voy a hacer la foto del diario…
— ¿Hoy domingo? ¿Adónde vas a ir?
—Aquí en la casa.
—Ajá… yo sí decía, sabes que no puedes salir.
—Así es… lo tengo bien claro.
—Mmm… menos mal.
DIARIO DEL CONFINAMIENTO
MARZO 30 DE 2020
De mis tres hijos, el menor en edad es el más alto de la casa. Santino, va por 1.79 metros de altura.
La abuela dice que eso es de los Ramos, porque los Lara son bien bajitos. Siempre cuenta que el fotógrafo que hizo los retratos, (usa esa palabra) de su matrimonio llevó un banquito de madera que le puso al novio para que él se subiera y se viera de la misma altura de la novia. Mayi era 12 centímetros más alta que el viejo Lara.
Santino juega baloncesto. No puede salir, lo sabemos. Hemos improvisado un aro y un centro de entrenamiento en los nueve metros de largo del patio. Ahí sigue sus ejercicios.
Su entrenador es venezolano. Se llama Rafael Infante. Llegó al país hace menos de un año en búsqueda de mejores condiciones. Rafael Infante, fue entrenador de equipos de la liga profesional y seleccionador de su país. Vive aún en unas condiciones que no se compaginan ni con su calidad humana ni su liderazgo como entrenador. Eso sin contar que no ha podido regresar a ver a su familia en Venezuela antes estas condiciones de confinamiento.
Cada mañana, envía nuevos ejercicios a Santino. El de hoy se llama óculo-manual. Consiste en tener una pelota pequeña en la mano derecha, driblar el balón con la mano izquierda. Luego, lanza al aire la pelota pequeña, al tiempo que cambia de manos para driblar el balón, y capturar la pelota con la mano izquierda.
El problema es que no hemos encontrado en toda la casa una pelota pequeña. Le digo que ensaye con un limón, de los pocos que quedan. Con un mango de azúcar que hemos encontrado escondido en la nevera, con una guyabita agría que ha caído en la mañana, pero me dice que no…
Me pregunta por hojas reciclables y por unas bolitas de cristal que guardo en un frasco desde hace varios años. Pone en el centro del papel dos bolitas de cristal para dar cierto peso y va colocando capas y capas de papel reciclable que va redondeando con su mano. Luego ata con cinta pegante transparente. Hace una pelota de unos 3.5 centímetros de diámetro y comienza su ejercicio en el patio con su balón de baloncesto.
Lo repite y lo repite… No lo logra, lo repite y lo repite… Lo logra… lo repite y lo repite y lo logra… lo repite y lo repite y no lo logra. Insistir… Le digo, en eso estamos.
Eso de los Ramos, me hizo acordar de la tía Herminia, hermana mayor de la vieja Mayi. Siempre encontraba en los objetos más inútiles una utilidad. Un frasco de vidrio lo convertía en un vaso, en un recipiente para guardar un condimento, el costurero para asegurar un par de agujas, cinco alfileres, dos nodrizas, tres tubinos de hilo y siete botones que retiraba de una camisa vieja, para luego convertirla en trapos para limpiar la cocina. En realidad no eran trapos, eran diseños exclusivos que ella cortaba con su estética de una fina costurera y cosía a máquina con dedicación.
Santino, no solo tiene entonces la estatura de los Ramos sino también su habilidad recursiva.
En estos días, he pensado en tantos objetos que no necesitamos y en otros que podemos hacer útiles, como una pelota pequeña hecha de papel reciclable o una vieja camisa convertida en trapos limpiadores.
Estoy seguro, y apuesto mi segundo apellido, que eso no es un bien exclusivo de los Ramos.
DIARIO DEL CONFINAMIENTO
MARZO 31 DE 2020
Una llamada trempranera un martes de confinamiento me saca de la cama exaltado.
Es del tipo de llamada que en su sonido propaga una energía de noticia fatal. Una hospitalización, una muerte, o en este caso, el anuncio que alguien conocido y cercano ha dado positivo.
El saludo es de una mujer, cuya voz no logro identificar. Me llama profe, pero la sonoridad y cadencia de su voz no corresponde con la de mis jóvenes estudiantes.
—Profe, soy yo Cersa, su amiga de la cárcel.
—Ahhh claro… —digo para que hable más y escudriñar en mis recuerdos.
—Ohhh profe, yo sí quería hablar con usted.
—Ahhh sí… —Digo aún sin tener certeza sobre quién me habla.
—Toda Colombia sabe ahora qué es una detención domiciliaria, a mí ya me la dieron profe, y me he puesto a escribir como usted me enseñó en la cárcel.
Esas claves son suficientes para concluir que Cersa es integrante del grupo de mujeres de la cárcel de San Diego de Cartagena, que en 2019 hizo un taller de escritura creativa.
Cersa continúa:
—Ohhh profe, yo estoy escribiendo, estoy aquí haciendo unos experimentos, yo misma profe, usted sabe, para que después me corrija.
—Me alegra escucharte mujer. Usted está en la antología de Fuga de Tintas 2019, con dos textos que escribió en la cárcel.
—Qué bueno profe, yo si quiere tener ese libro, me lo guarda. Lo que pasa es que a mí me trasladaron, usted sabe, con esa cárcel que se estaba cayendo a pedazos, después me dieron la domiciliaria, estoy bien lejos, sabroso, en un pueblo de Córdoba. Usted sabe que la vida en el pueblo es tranquila, tiene uno su yuca, su plátano y se pasa bien.
La aliento a seguir escribiendo y me quedo pensando en lo que ha dicho: “Toda Colombia sabe ahora qué es una detención domiciliaria”. ¿Será?
Más tarde, recibo otra llamada. Es Ricardo, un entregado y comprometido creador audiovisual que me dice que en este confinamiento está haciendo unos experimentos con su cámara, encontrando en casa otras posibilidades, repasando las virtudes de sus lentes, observando las luces que entran por su casa, de los cambios de color de acuerdo a la hora del día, de los fondos posibles y las texturas que puede fotografiar para luego experimentar también en el revelado digital.
Experimento también yo en casa. Descubro aquello que no había descubierto. He prestado más atención a cómo comen las morrocoyas del patio. Son solo dos. Una hembra y un macho. La historia de esa pareja la escribiré algún día. He visto sus lenguas rosadas. Toman agua con tanto silencio que en realidad no sé si toman, solo veo el movimiento sereno en sus gargantas.
Creo ahora que el gran experimento que hemos venido haciendo es con nosotros mismos, todo apunta a que nos ha salido mal. Luego de más de 500 años de modernidad, esta pausa, que es la gran pausa de la existencia, nos obliga a repensarnos.
Me acuerdo entonces de un libro que me regaló Manuel Borras. Se llama Experimentos con uno mismo. Eso de que Cersa esté experimentando, que Ricardo esté experimentando, y que yo también esté experimentando, me obliga a buscarlo.
Experimentos con uno mismo, de Peter Sloterdijk.
Lo bajo del estante y me pongo a revisar algunos subrayados que deben tener más de 15 años. El libro fue publicado en 2003. Voy pasando las páginas y leo:
“En realidad, vivimos como si quisiéramos convencernos a nosotros mismos de que el mundo es todo eso con lo que podemos experimentar hasta su desintegración”.
“[…] ese culto a la velocidad desenfrenada, esa tendencia absoluta a la intensificación en todas las cosas. Si esta situación revela algo es esto: nuestra voluntad a superar los límites de resistencia del yo —así como las cargas de la vieja naturaleza— no puede sino abocarnos a situaciones de angustia y miedo”.
“La mayoría de nosotros nos hemos convertido, más o menos, en hombres contemporáneos en el sentido estricto de la expresión: ya no nos nutrimos de nuestras herencia, sino de nuestras rentas”.
Prefiero cerrar el libro, devolverlo al estante, y seguir repensándome en estos momentos de confinamiento.
Ha sido suficiente por hoy.
Fotos: David Lara Ramos