A Enrique Carriazo no le gustan las entrevistas, al final siempre terminan preguntándole lo mismo. Eso está bien para una estrella y él, a pesar de ser el mejor actor de los últimos veinticinco años, no quiere ese estatus. Es más, ni siquiera cree que sea un actor de verdad. Esta sensación empezó justo a los 20 años, cuando después de haber abandonado antes de acabar primer semestre su carrera de derecho en Los Andes, se refugió en el Teatro la Candelaria, al amparo de Santiago García y su esposa Patricia Ariza. Entró porque tenía varios monólogos y obras de teatro listas para ser puestas en escena y él quería aprender cómo era que se hacía eso. Cuando le preguntaron si era actor dijo que sí. Desde entonces trabaja el doble y así creó un méodo, una disciplina que lo convirtió en un monstruo.
Así que no le gustan las entrevistas sobre su vida de estrella pero si le gusta hablar de cine, de libros y de lo que, según él, todavía es un amateur: la actuación.