En un salón de clases, de una de las universidades privadas más prestigiosas del país, me encontré hace unos días con abogados laboralistas que asesoran a las más grandes empresas. Me invitaron a hablar sobre el derecho humano a la huelga, un asunto que me ha apasionado estudiar desde hace años y que he llevado a la práctica.
Aprendí mucho esa tarde sobre la mentalidad de estos asesores empresariales y de cómo entienden el diálogo social, la democracia y los derechos laborales colectivos. El debate estuvo álgido, con posiciones encontradas que me mostraron lo importante de reconocer el pluralismo político como uno de los pilares de cualquier sociedad democrática, o que busca llegar a serlo, como la nuestra.
Empecé por presentarles mi conocimiento y mi visión sobre el derecho a la huelga, y el estado de los debates contemporáneos sobre ella, a partir de las sentencias de las Cortes, pero también en el marco de la OIT y de algunos casos relevantes recientes. Hablé sobre el concepto de hostilidad empresarial, sobre la agenda sindical global y nacional y sobre su crisis. De los proyectos de ley para regular, o mejor, desmotivar la protesta social, que incluyen micos para tratar de impedir que los reclamos laborales se “camuflen” en protestas.
También les conté sobre la iniciativa legislativa que cursa en el Congreso para homologar la anacrónica legislación colombiana sobre huelga con las normas de la OIT y con las numerosas recomendaciones que ese organismo tripartito le ha hecho a Colombia desde hace años. El día anterior había escuchado un serio análisis cuantitativo de la huelga en 11 años de jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia. Un análisis objetivo que me convenció aún más de la crisis del derecho para los trabajadores de colombianos.
No podemos tapar el sol con las manos,
hoy en Colombia es casi imposible declarar la huelga
gracias a la ley y a la regresiva jurisprudencia laboral
Muchos de los distinguidos abogados presentes, quizás estaban alegres por la desaparición paulatina de las huelgas en el país. El año pasado solo se declararon 7 huelgas en medio de enormes dificultades para su desarrollo. No podemos tapar el sol con las manos, hoy en Colombia es casi imposible declarar la huelga gracias a la ley y a la regresiva jurisprudencia laboral. Sostuve que la erosión del derecho a la huelga no significaba la desaparición de las protestas de los trabajadores, como lo muestra el Sistema de Información Laboral de la Escuela Nacional Sindical pues en los últimos cinco años las protestas de trabajadores por causas laborales se han triplicado.
Sostuve que la limitación de un mecanismo constitucional y reglado implicaba el uso de otros medios por parte de trabajadores llevados a situaciones extremas de explotación y negación de derechos elementales como la tercerización laboral, el impago de salarios o la extensión ilegal de la jornada de trabajo. Les mostré como las organizaciones sindicales y trabajadores no sindicalizados estamos luchando por otros caminos y cómo tenemos capacidad para hacerlo por otras vías.
Un concepto que alarmó al auditorio fue el de “boicot”. Para la mayoría del público eso es ilegal, era convocar a los trabajadores a realizar acciones al margen de la ley. Intenté explicarles los desarrollos que sobre el “Boicot” ha hecho el maestro Marcio Tulio Viana quien, en su exquisito ensayo sobre la crisis del derecho de huelga en el mundo y las nuevas formas de luchas obreras, señaló que “cuando se hable de boicot, es importante recordar, una vez más, como el sindicato y la empresa se han imitado, a lo largo de los tiempos –cada cual sirviéndose de las armas del otro. Así, en una época en que, para el empresario, la imagen pasa a ser también un producto, nada mejor que el sindicato la compre, apropiándose de ella en defensa de los trabajadores.” Es decir, nada del otro mundo, solo la innovación en los métodos de reivindicaciones colectivas.
Este ejercicio me pareció muy interesante, porque considero que no hay democracia sin diálogo. “Salir del maniqueísmo es una de las exigencias de la democracia” decía Estanislao Zuleta. Por eso es importante que la academia promueva este tipo de debates con el contrario. Tanto para empresarios como para dirigentes sindicales es importante encontrarse en el debate. Escuchar la posición del contrario. Practicar el racionalismo kantiano: ponerse en los zapatos del otro. Eso enriquece el Derecho del Trabajo en un mundo que se transforma velozmente.
Sin embargo, reconozco que este ejercicio no es fácil. No es fácil practicar la democracia, no la traemos en nuestros ADN. Somos resistentes a enfrentar hechos incomodos como lo sostenía George Orwell. Rechazamos las opiniones o los datos que contradicen nuestros prejuicios y convicciones. Pero alcanzar la democracia en el país y en el mundo del trabajo implica hacer el esfuerzo de que nos reconozcamos como contradictores legítimos para buscar acuerdos. Parece impensable que los sindicatos y sus escuelas quieran llevar a consultores de las empresas a sus cursos. Tampoco los empresarios quieren comprender a los sindicalistas. Creo que eso es necesario: conversar más allá de nuestros tradicionales auditorios. Escucharnos siempre los mismos y sobre lo mismo es monótono, aburridor, no cambia nada. Todos nos beneficiamos de la confrontación permanente entre la verdad y el error. Es antinatural aspirar a una sociedad sin conflictos, pero si podemos luchar denodadamente por una sociedad con más y mejores conflictos.
Entonces creo que debemos promover el debate, con flexibilidad, con dudas, sin dogmas. Al fin y al cabo, como dijo Bauman: “el diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú.”