Los días sin carro son como un día de navidad inmerecido para los taxistas. En las calles de las ciudades colombianas, ellos son los reyes y en los días sin carro, ellos son los dioses. Es su día más esperado. Sus ingresos y cantidad de carreras, como mínimo, se duplican bajo el pretexto falso de darle aire limpio a la ciudad.
Porque si en realidad el día sin carro es una iniciativa medioambiental, entonces es un completo fracaso. Es un pañito de aire limpio durante un año de humo en ciudades que ahogan a sus ciudadanos diariamente. Pasa el día sin carro y no cambia nada. Solo los taxistas tendrán más plata, los ciudadanos nos demoraremos más para llegar a nuestras casas y mañana el cielo amanecerá igual de sucio que siempre. Nadie despertará un gusto por cambiarse a la bicicleta como medio de transporte en un día, mucho menos despertará amor por la desgracia que significa Transmilenio en Bogotá.
Todos los taxistas esperan este día con ansias y celos. Saben que nadie más podrá competir con ellos al menos ese día. Mientras que desde el privilegio de ser el gremio de transporte más poderoso, organizado e influyente en Colombia, se quejan de la competencia injusta durante todo el resto del año. Ellos se sienten merecedores de ser los únicos que transitan hoy, y los únicos que transportan el resto de tiempo. Y eso no puede ser así.