La rosa de las Farc se estampilló en las paredes del Capitolio. La noche estaba abierta, sin una nube, y abajo más de 10 mil personas celebraban el despegue de un nuevo partido político. Timoleón Jimenez se subió a la tarima. Tenía en la mano diez hojas arrugadas. Se veía nervioso, casi dubitativo. Se sentía casi como si hubiera ganado una guerra de 54 años. Era el primer comandante guerrillero en hablar en la plaza de Bolívar, frente a una multitud que coreaba su nombre y que alzaba su brazo al cielo con el puño cerrado. Timoleón tomó aire y habló. El holograma de la rosa de las Farc seguía proyectándose imperturbable en la pared del congreso. La gente calló y lo escuchó.
Durante toda la semana se extendió el rumor que Peñalosa estaba haciendo hasta lo imposible por no prestarles la plaza a las Farc. Las presiones de la derecha colombiana, que es mayoría, calaron en el alcalde de Bogotá. A la una de la tarde las Farc estuvieron a punto de cancelar un concierto que estaba programado, y contemplado, desde los mismos acuerdos de La Habana. Tenían a Poncho Zuleta, el autor de Que viva la tierra paramilitar, un nuevo clásico del vallenato, entre sus invitados de honor. El cantante canceló a principios de semana. Era la segunda vez que dejaba metido a las Farc. En la zona veredal de Conejo, Guajira, liderada por Joaquín Gómez, los dejó viendo un chispero a comienzos de agosto. Pero lo mas grave estaba aun por venir: a la una de la tarde casi la organización se da al traste por la cancelación de la póliza de seguridad que cubría el evento. Peñalosa lanzó un ultimátum: Si no se conseguía otra compañía aseguradora la Plaza de Bolívar no se prestaba. Media hora después, y con el respaldo del gobierno de Juan Manuel Santos, apareció una nueva aseguradora. El Concierto se iba a hacer.
El sol era inclemente y cientos de guerrilleros venidos desde las zonas veredales ubicadas a lo largo y ancho de Colombia, llegaron a Bogotá. Para muchos era la primera vez que estaban en Bogotá. Gabriel Ángel, el cronista de las Farc, fue el primero en llegar. Venía acompañado de su novia, una morena de ojos claros exuberante que conoció hace 10 años en las tropas guerrilleras. Desde 1983 no pisaba la Plaza de Bolívar. En esa época era un estudiante del tradicional colegio San Bartolomé que tenía el sueño de cambiar el país. Dejó todo por irse detrás de las ideas de Jacobo Arenas. Luchó al lado de Jorge Briceño, alias el Mono Jojoy, uno de los comandantes guerrilleros más odiados por los colombianos de bien y menos comprendidos en el país. Dentro de las tropas de las Farc era amado con un fervor que rayaba en la adoración. Gabriel tiene una cita con un periodista alemán que lo está buscando para un perfil. Aunque está contento y repite una y otra vez que no tiene miedo, critíca con rudeza los incumplimientos de los acuerdos por parte del gobierno. Al otro lado de la plaza, en una carpa enorme, empiezan a llegar los integrantes del estado mayor de las Farc. Mauricio Jaramillo es el primero en arribar a las cuatro y media de la tarde, justo cuando los Rebeldes del Sur están en tarima, cantando las consignas comunistas con las que mantenían en alto la moral de la guerrillerada en plena guerra. La plaza ya está colmada y en la séptima mil estudiantes de la Nacional entran por el lado de La Catedral gritando su apoyo condicional a las Farc.
Entre la multitud un señor vende llaveros con el rostro del Mono Jojoy, Tirofijo y Jacobo Arenas. Jóvenes con gafas caras llevan orgullosos camisetas con la imagen de Alfonso Cano. La policía pasa por el lado y no les dice nada. Es otro país. El logo de las Farc está en todas partes y, cuando se cierra la noche, empieza a proyectarse en La Catedral e incluso en las piedras del edificio del Congreso. Por primera vez entiendo el miedo uribista: en la noche del 1 de septiembre pareciera que las Farc han ganado la guerra. Ya se tomaron la Plaza de Bolívar.
Entre el público no solo hay guerrilleros o gente de Bogotá. Marina Hernández y su esposo Martin Ricaute acaban de llegar de Medellín. Viajaron solo para ver como las Farc celebraban su transformación en partido político. Nestor Gonzalez, un niño de 13 años, agita una bandera con la rosa de las Farc. Llegó desde Neiva con su papá, un viejo militante y sobreviviente del genocidio de la UP. Ambos miran más hacia la carpa donde está el estado mayor que a la tarima en donde los Rebeldes del Sur le han dado paso al cantante de despecho Johnny Rivera, uno de los más queridos por la guerrillerada. Bajo la carpa arriba Pastor Alape quien, ante el pedido de la gente, abandonó su puesto y se mezcló entre el público a estrechar manos y protagonizar selfies. Victoria Sandino camina, acompañada de tres guardaespaldas, entre una multitud que la reconoce, que le estrecha la mano y le expresa su admiración incondicional. Sobre las seis de la tarde el pequeño Nestor, como tantos otros simpatizantes asentados en la plaza, entra en un éxtasis que bordea el delirio al ver la entrada de Timoleón Jimenez. En la tarima, uno de los hijos de Bob Marley, asfixiado y perdido, es opacado por la figura del comandante guerrillero. Sobre las siete Timoleón Jiménez se sube al escenario. Pareciera que la presión se lo fuera a tragar. Se pone la mano en la cintura y empieza a dar tal vez el mejor discurso que ha dado en su vida. Es un discurso de victoria en donde, además de reconocer los terribles errores que puede dejar una guerra de más de medio siglo, proyecta el escenario de una nueva Colombia en donde caben todos: los pobres y los ricos, los sin tierra y sin techo, los maricas y los godos. Los comunistas y uribistas. Dieciocho minutos duró un discurso escrito por él que siempre ha tenido dotes de escritor. La Rosa de las Farc se proyecta sobre las piedras del edificio del congreso. Ha empezado otra Colombia.
Chamanes de más de 100 años queman sus inciensos en el rostro de Timoleón Jiménez. En sus lenguas nativas invocan a sus dioses. Bendicen a la guerrilla y al nuevo país. La multitud revienta en un grito cuando los músicos de Totó La Momposina golpean con fuerza sus tambores. Ha empezado una fiesta. Todos celebran en paz, sin sobresaltos. Santrich, quien será anfitrión en una fiesta en la casa donde se hospeda en Nicolás de Federman, abandona la carpa. También lo hacen todos menos Carlos Antonio Lozada quien baila sin resquemor toda la tanda de Totó La Momposina y de la Orquesta Aragón que toca hasta las diez de la noche. Todo termina. El pasaje peatonal de la Septima es una fiesta. Todos beben y tocan música. La celebración es absoluta. No solo ha nacido un nuevo partido político. Ha empezado una nueva Colombia.
Este es el discurso de Timochenko:
Seremos millones y millones en una Nueva Colombia
Jorge Eliécer Gaitán sentenció el 20 de abril de 1944: “…en Colombia hay dos países: el país político que piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder, y el país nacional que piensa en su trabajo, en su salud, en su cultura, desatendidos por el país político. El país político tiene metas diferentes a las del país nacional. ¡Tremendo drama en la historia de un pueblo!”.
73 años después esa tragedia sigue viva. Tal y como lo sostenía el caudillo, el Estado sigue representando actualmente los intereses de un grupo minoritario, cuando debiera representar todas las clases y defender especialmente a la que lo necesita, o sea la gran mayoría de los desheredados. Proponemos a Colombia poner fin a tan amarga realidad.
Y lo hacemos presentando ante el país y el mundo nuestro partido político, FUERZA ALTERNATIVA REVOLUCIONARIA DEL COMÚN FARC, en una demostración más de nuestro compromiso con la paz, la democracia y la justicia social para Colombia. Fueron más de 50 los años de resistencia armada, llegados a su fin con la firma de los Acuerdos de La Habana. Dejamos las armas para hacer política por vías pacíficas y legales, queremos construir con todos y todas ustedes un país diferente.
Un país en el que en primer término la violencia desaparezca definitivamente del escenario de la política, en el que nadie sea perseguido, asesinado o desaparecido por pensar diferente. Un país en el que ninguno de sus habitantes se vea obligado a tomar las armas para defender su vida, en el que la respuesta a la protesta y la inconformidad social no sea el trato brutal del ESMAD.
Un país en el que la tolerancia y el respeto por la diferencia sean la norma, en el que el diálogo y la concertación sean la forma de solucionar los problemas. No queremos una sola gota más de sangre por razones políticas, que ninguna madre vuelva a derramar lágrimas por su hijo o hija violentados. Por ello no vacilamos para extender nuestras manos en señal de perdón y reconciliación, queremos una Colombia sin odios, venimos a profesar la paz y el amor fraternal de compatriotas.
Son numerosas las demostraciones cumplidas por nosotros en ese sentido. Cesamos todos los fuegos, nos ubicamos en las zonas y puntos transitorios, hicimos completa dejación de las armas, entregamos el inventario de nuestra economía de guerra e iniciamos el proceso de entrega de todos nuestros bienes. Damos ahora el paso de nuestra conversión en partido político legal. Ojalá el Estado colombiano hubiera mostrado igual diligencia en el cumplimiento de sus compromisos.
No vamos a hacer aquí la defensa de nuestro alzamiento. La búsqueda de la verdad del conflicto y sus víctimas estuvo en el centro de los Acuerdos de La Habana, y los diversos instrumentos pactados se encargarán de revelar lo realmente sucedido. No tememos a la justicia. Por el contrario, clamamos por ella. Por un país en el que la impunidad desaparezca para siempre, con indiferencia del estrato social del responsable o de su condición política.
Por eso proponemos también una reflexión profunda a los grandes medios de comunicación, su aporte esencial en la creación de un ambiente nacional distinto. La violencia y la guerra en nuestra nación han obedecido en gran medida a la exacerbación de los apasionamientos, a la polarización inducida desde los micrófonos, la pluma o la pantalla. Colombia será distinta con su ayuda.
Somos conscientes de que una sociedad dividida por enormes desigualdades económicas y sociales es semillero permanente de conflictos e injusticias. Sabemos que unos segmentos de la población colombiana detentan fortunas impensables y ostentan privilegios de fábula, en tanto grandes franjas soportan implacables condiciones de vida. Quizás alcanzaríamos un país más humano y justo si los primeros cedieran un tanto sus beneficios en provecho de los segundos.
Nuestra reciente experiencia en Noruega nos mostró un país en donde todos los ciudadanos, de acuerdo con su condición económica, pagan sus impuestos y gustan de hacerlo, porque saben que les serán revertidos en obras de beneficio colectivo. Por eso gozan de un elevado nivel general de vida. Aquí los grandes capitales pujan por la baja en su tributación, mientras se grava al conjunto de la población con impuestos indirectos que terminan siendo el mayor aporte del recaudo.
Y lo que es peor aún, cada mañana nos despertamos con un nuevo escándalo de corrupción, en el que un personaje distinto de la élite gobernante aparece involucrado en gigantescos desfalcos, poniendo al desnudo el altísimo grado de descomposición que se esconde en los distintos poderes públicos. La regla del cómo voy yo se ha apoderado de toda la administración pública, a costa del abandono, la burla y el engaño a los votantes que creyeron un día en esos líderes.
Soñamos por eso con un país en el que la transparencia y el castigo ejemplar para sus violadores sean sagrados. En el que los políticos sirvan realmente a la ciudadanía en vez de pensar todo el tiempo en su enriquecimiento fácil. En el que no se llegue al Congreso pensando en el lucro personal derivado de su posición e influencia, ni a las alcaldías y gobernaciones, ni a las demás corporaciones públicas o a las cortes y tribunales, como se convirtió en costumbre hoy.
Soñamos con un país en el que en sus más de cincuenta millones de hectáreas cultivables convivan en la prosperidad, la solidaridad y la equidad los empresarios del campo, la economía campesina y las comunidades afros e indígenas. En el que el inversor o el ganadero no piensen en cómo incrementar sus propiedades a costa de sus vecinos incómodos. En el que la explotación minera no tenga que hacerse a costa de la destrucción ambiental y la miseria de los pobladores.
Queremos un país en el que todos sus ciudadanos y ciudadanas tengan acceso efectivo a la educación y salud. En el que los criterios de humanidad y servicio se impongan sobre los de crecimiento y ganancia. En el que los sectores estratégicos de su economía estén más allá del negocio capitalista de unos cuantos consorcios, un país en el que se apoye al productor nacional.
Un país en el que la juventud y los trabajadores gocen realmente de desarrollo espiritual, en el que el deporte, la cultura, el arte y la recreación eleven las mentes y oportunidades de todos. Un país en donde todos tengan una vivienda digna, un lecho limpio, al menos tres comidas diarias, en el que nadie esté sin trabajo y menos sin una remuneración justa.
Un país en donde las mujeres sean reconocidas y gocen de iguales derechos y oportunidades que los hombres. En el que la diversidad de género y sexual no sea un estigma. En el que la niñez sea el más valioso patrimonio social y por tanto se la proteja y dote de las mejores oportunidades de desarrollo integral. En el que la discapacidad goce del apoyo y el estímulo para la superación. En el que nadie duerma en las calles y el Estado asista a las personas dominadas por el vicio.
Ese país dejará de ser un sueño cuando millones de colombianos nos empeñemos en hacerlo posible. Cuando esa inmensa mayoría abstencionista se decida a actuar políticamente, cuando los desengañados con el sistema político definan creer en una alternativa nueva. No tenemos otra carta de presentación que nuestra historia de más de medio siglo dándolo todo, hasta la vida, porque nos permitieran abrir este espacio por el que puedan pasar todos.
Nos precipitaron a una larga guerra al cerrarnos todos los espacios políticos. Y no dejamos de luchar hasta conseguir abrirlos de nuevo. Decía Gaitán que su mayor virtud era no flaquear en la lucha, convertir en estímulo el obstáculo, insistir en los grandes temas cada vez que fuera necesario. Creemos honestamente que después de más medio siglo de empeño, nadie puede dudar en nuestra persistencia de ideas, esa es la carta con que llegamos a presentarnos.
Que la obra no será fácil e inmediata, lo tenemos perfectamente claro. Que seremos blanco de los más sucios ataques, no lo dudamos. Quién mejor que nosotros para saber que la perseverancia puede vencerlo todo. Habrá que ir por etapas, no se puede comenzar a construir una pirámide por su vértice. Nuestro primer paso ahora es presentar a Colombia nuestro partido político, su programa estratégico, nuestra propuesta de acción política.
Queremos y conseguiremos el reconocimiento nacional como partido político legítimamente situado en el escenario nacional. Impulsaremos una gran convergencia nacional, la conformación futura de un movimiento de movimientos que agrupe las más diversas propuestas de superación de la gran crisis nacional por medios pacíficos y democráticos. Lanzamos desde ya nuestra propuesta de un gobierno nacional de transición para el período 2018-2022.
Creemos firmemente que el pueblo colombiano quiere la paz y estará dispuesto a defenderla como el más preciado de sus derechos. Consideramos que los Acuerdos de La Habana han logrado elevar una poderosa muralla ante los azuzadores de la guerra y la violencia. Pero sabemos que estos no están conformes, que intentan por todos los medios abrir una tronera en ese muro. Apoyaremos decididamente a todo aquel que esté dispuesto a blindarlo, a impedir que lo afecten.
A trabajar responsable y seriamente en la cabal implementación del Acuerdo Final. Estamos convencidos de que ello representará un paso trascendental en la democratización de la vida nacional, de que no sólo elevará considerablemente la condición económica y social del sector rural y representará un logro significativo en la política contra las drogas ilícitas, sino que posibilitará un remezón profundo en las costumbres políticas, un salto adelante en la lucha social por la justicia.
Colombianas y colombianos: permítanme invitarlos a conocer nuestro partido, a compartir la calidad humana de sus integrantes, a dialogar desprevenidamente con nosotros acerca de cualquier asunto de interés nacional. Allí donde haya una injusticia, una afrenta, una víctima, una aspiración de orden social, un proyecto de superación de las actuales condiciones, una intención de paz y reconciliación, un lamento o una sonrisa, estará siempre un fariano amigo, solidario, servicial, dispuesto a acompañarlo en su propósito colectivo de dignificación.
Somos hijas e hijos de este pueblo, conocemos mejor que muchos su sufrimiento y trabajos. Nuestra propuesta es unirnos por un país mejor, justo, democrático, soberano y en paz. No lo conseguiremos si no luchamos unidos por él, con una fe absoluta en conquistarlo. Hoy somos un partido que nace, en un mañana no lejano seremos millones y millones en una Nueva Colombia. En ella país nacional y país político se fundirán en uno solo, para la felicidad de todas y todos.
Muchas gracias.
Bogotá, 1 de septiembre de 2017.