El próximo 23 de abril, en Colombia se celebrará el Día del Idioma. Aunque en el país esta celebración viene desde 1938, en el mundo hispanohablante se viene haciendo desde 1926, cuando el periodista y editor valenciano Vicente Clavel y Andrés propuso dedicar un día al año para homenajear a los libros, relacionando la fecha y el propósito con el nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra; sin embargo, como nunca se tuvo certeza sobre la fecha de nacimiento del escritor, entonces se optó por celebrarlo el 23 abril día y mes en el que fue sepultado.
Coincidencialmente, ese mismo día y año fallece el dramaturgo, actor y poeta inglés William Shakespeare, de ahí que en muchos países la celebración también incluye este idioma. El objetivo fue claro desde el principio: impulsar la lengua y su correcta implementación, promoviendo su utilización más allá de las instituciones educativas o del ámbito académico en general, lo cual hace que todos los sectores de la sociedad deban comprometerse a cuidarlo en su dimensiones de forma (fonología, morfología, sintaxis y semántica, es decir, el léxico referencial), de uso (pragmática) y de contenido (semántica, es decir, el léxico conceptual), en contextos sociales determinados por la cultura universal, regional o local, toda vez que es el vehículo de la comunicación humana, a través del cual se transmite y hasta se configura el pensamiento, inclusive se considera una capacidad cognitiva que facilita el aprendizaje.
Es tradicional que durante esta fecha en las escuelas colombianas se realicen todo tipo de actividades culturales donde se homenajea especialmente a Cervantes y su obra Don Quijote de la Mancha, con alusiones tangenciales a José Asunción Silva y Gabriel García Márquez, la mayoría de las veces omitiendo a filólogos importantes como Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, por solo nombrar dos ejemplos en Colombia. En variados y festivos escenarios se rinde tributo a los personajes de la literatura y a sus obras, se hacen acrósticos, hay declamación, obras de teatro, concursos y hasta festivales gastronómicos. Pero este tipo de celebración, aunque respetable por ser producto de la creatividad de los estudiantes, se queda en una experiencia que ingresa a la lista de actividades que realizan los colegios como complemento a los planes curriculares y, seguramente a la semana siguiente se olvidarán porque los mismos estudiantes están entretenidos en otro evento de otra asignatura.
La celebración del Día del Idioma, más que la realización de actividades, debe ser una reflexión sobre el sentido de la comunicación y el entendimiento entre las comunidades, a partir del uso correcto del lenguaje, sobre su sentido lógico, etnológico y hasta ético. Esta celebración debe servir para revisar, desde la perspectiva del uso del lenguaje o el idioma, cómo nos estamos comunicando y, además de las palabras, revisar los factores sociolingüísticos de la comunicación y cómo el buen uso del idioma fortalece la identidad cultural nacional, sin desconocer la existencia de nuevas acepciones semánticas propias de la revolución global y la digitalización del mundo. Hago referencia a lo pragmático, lo cotidiano, a la importancia del diálogo, y a cómo, a través de éste se construye cultura comunicativa, sobre la base ética del mensaje como presupuesto para el respecto entre los interlocutores, con capacidad e interés por lograr entendimiento, que es un valor superior dentro de la dinámica de la comunicación, especialmente en las acciones verbales. Es decir, usar el idioma con lógica de conceptos, criterio y sentido chomskiano.
Este podría ser un buen objetivo al celebrar el Día del Idioma, sobre todo en las escuelas, que es donde necesitamos construir auténtica cultura comunicativa, o por lo menos formar buenos hábitos y criterios para el uso adecuado de códigos comunicativos, donde se utilicen los términos correctos y los jóvenes sean conscientes de que, por encima de las costumbres y giros idiomáticos generados por la moda y la tecnología, hay todo un espectro de formalidad, con reglas científicas que deben respetarse a la hora de interactuar, exponer o argumentar; por ejemplo, aprender que todo signo de comunicación tiene una función apelativa que le obliga a contextualizar el diálogo de acuerdo al receptor, como muestra de respeto hacia las personas, sean sus compañeros, sus maestros o sus padres. Esto evitará que más adelante sigan actuando como gran parte de la generación actual, donde los discursos públicos están llenos ofensas, falsedades y son altamente demagógicos, precisamente porque se desconocen los principios de calidad y relevancia en la acción comunicativa. También se observa el uso excesivo de adjetivos en los diálogos, términos ofensivos en los reclamos, en las respuestas, así como el abuso de eufemismos y locuciones peyorativas que le restan claridad a los mensajes. En esencia, hay que promover el buen hablar, que infortunadamente se tropieza con la pobreza de léxico en nuestros jóvenes, con su escasa lectura, con la incorporación de vocablos lingüísticamente inexistentes y conceptualmente inexplicables, lo cual ha reducido su universo lexical a abreviaturas, monosílabos y términos propios de las redes sociales, que también tienen su responsabilidad en la desfiguración de la ética comunicativa.
El uso del idioma debe posibilitar el desarrollo social de los pueblos y contribuir al engrandecimiento de la cultura nacional, debe fortalecer la convivencia incluyente donde los dialectos ancestrales tengan espacios de divulgación y conservación, y muy especialmente, debe garantizar el entendimiento entre los llamados ciudadanos de a pie, entre ellos y el establecimiento, entre éstos dos y las comunidades que les son distantes. El idioma deben unir, incluir, fortalecer, generar sentido de pertenencia y patriotismo, debe ser mecanismo para la paz y la concordia.
Es de anotar que desde 1995 la Conferencia General de la Unesco escogió el 23 de abril como fecha simbólica del homenaje a la lectura, y desde 1996, ese mismo día, se celebra el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, lo cual es importante para promocionar la lectura y proteger la creación de quienes tienen el don el arte de la palabra escrita.