No puedo asimilar la diferencia irracional a través de la historia con los géneros humanos. Desde el punto de vista teológico, especialmente el cristianismo, ha suscrito en la mente de sus feligreses que la mujer simplemente es una dulce compañía para el hombre, necesaria en sus días solitarios. Según esta congregación, Dios sacó a la fémina de una “costilla del hombre”, entendiéndose como un subproducto y súbdita de este. Infiriendo estos conceptos, se analiza que siempre persistirá la imagen de la mujer como un sexo débil, subyugada a las decisiones del macho.
Idéntica es la manera en las determinaciones políticas mundiales. No se conoce hasta el momento una sociedad donde la mujer sea protagonista esencial en las resoluciones religiosas, sociales, políticas, económicas y culturales. Actualmente el 75% de las mujeres se desenvuelven en actividades menospreciadas por el hombre, ya sea a nivel familiar, político, económico y religioso. Solo un 25% del género femenino está ocupando cargos de representatividad, aunque en algunas oportunidades son mal vistas por los “caballeros”, que hacen hasta lo imposible por raptarles ese protagonismo.
Para no ir lejos, nuestro país es un espejo de lo que sucede en la mayoría de estados del planeta. El 80% de los cargos públicos de elección popular son ocupados por hombres. El 98% de los líderes espirituales, son varones. El 60% de las familias de clase popular dependen directamente de lo que el hombre pueda hacer desde el punto de vista laboral, y así sucesivamente. Las diferencias son abismales, rayando en un endémico paradigma social.
Anatómicamente la mujer está diseñada para parir, actividad que el hombre nunca podrá realizar, sin dejar de lado la cobardía para tolerar el dolor. La masa cerebral del hombre es más limitada en su funcionamiento por ser amenazada y afectada de “vicios” costumbristas como el tabaco, alcohol, drogas y el estrés de la fuerza propia de “varones”. En cambio, la mujer es más apartada en este aspecto, convirtiéndose en un potencial humano egoístamente desaprovechado.
Estudios indican que el 80% de los hombres corresponden a cualquiera de estos vejámenes, mientras que, en el género femenino, solo un 30% lo hacen, demostrando que la intelectualidad femenina es apta para proponer y desarrollar mejores cosas en beneficio de los demás.
Es una obligación social y responsabilidad política romper este paradigma dominante, con el propósito de que la mujer pueda ocupar el lugar que le corresponde. Estoy seguro que al amparar la actuación fémina en su plenitud sería de inmenso beneficio para mejorar esta sociedad tan convulsionada.
Basta de continuar con la torpe idea que la mujer es menos que el hombre. Las pocas que han tenido la oportunidad de liderar procesos sociopolíticos o empresariales, lo han hecho con decoro, compromiso y lealtad. Por naturaleza son más eficientes, visionarias y objetivas. En Colombia pese a los esfuerzos de organizaciones sociales en pro de los derechos de las mujeres, los avances desde lo gubernamental son bastante lentos, conllevando a débiles decisiones, poco efectivas en la realidad.
Las políticas públicas alusivas a la mujer son producto más de un populismo político que propuestas sólidas que contribuyan a un cambio efectivo en los humanos. Son alarmantes las estadísticas respecto a violación de los derechos femeninos. La cifra de asesinatos demuestra la inefectividad de la legislación colombiana sobre el tema. Ni siquiera se cumple con el porcentaje de la participación laboral en las entidades públicas y privadas, mucho menos tendrán eco los demás mandatos constitucionales.
Desafortunadamente los gobiernos conservadores se han blindado en mantener una proyección sombría, reflejada en una constante debilidad al momento de tomar decisiones estructurales en favor de la lucha que las mujeres han dado en todos los escenarios, muestra de ello, lo recientemente acontecido con las futbolistas, es un abrupto el planteamiento de la federación. Un claro atropello al derecho femenino.
Cabe reconocer los logros de las instituciones no gubernamentales, quienes en el presente siglo han mostrado resultados convincentes. No es una celebración internacional de la mujer, sino un alto en la convencionalidad para revisar la concreción de las políticas de equidad femenina, permitiéndoles a los responsables corregir acciones y enfocarse hacia la igualdad. Que no siga siendo el 8 de marzo un simple saludo a la bandera, donde los hombres sean los organizadores y ellas las festejadas.