¿Día de la Excelencia o día de la Dignidad educativa?

¿Día de la Excelencia o día de la Dignidad educativa?

El director del Instituto Pedagógico Nacional controvierte el día de la Excelencia educativa

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abril 13, 2016
¿Día de la Excelencia o día de la Dignidad educativa?
Foto: mineducacion.gov.co

El Ministerio de Educación ha convocado de nuevo a la comunidad educativa, en particular a los rectores y maestros, a realizar una jornada para reflexionar sobre el Índice Sintético de Calidad que ha diseñado como herramienta para evaluar a los colegios del país. Acompaña a la resolución un kit de materiales con actividades que describen paso a paso lo que obligatoriamente estudiantes, padres de familia y maestros deben hacer en dichas jornadas. Más que promover la participación lo que se pretende es inducirla, someterla a un molde.

Todo es un juego empaquetado en un kit escolar con premios y castigos. Con base en preguntas inducidas se va llevando a los participantes hacia donde el Ministerio quiere. Se trata de amarrar una serie de estrategias que la política nacional ha venido implementando en los últimos años conducentes a hacer de Colombia el país más educado en el año 2025. Para ello crearon el Índice Sintético de Calidad que cruza los resultados en pruebas saber con la repitencia y el ambiente en el aula, y estos tres indicadores medidos cada año, configuran el cuarto, que es el progreso en comparación con otros colegios. Los juegos de preguntas y respuestas buscan que maestros, padres y estudiantes se comprometan con la excelencia, con metáforas alusivas al deporte, esto es, como si se tratara de una competencia. “Arma la nube de palabras para armar oraciones: Somos un equipo campeón y líder en educación ante el mundo. Nuestras metas para la excelencia son concretas y realizables”. Este tipo de frases son las respuestas correctas; si lo logras ganas video beam, portátiles, etc.

Solo en la mente de pedagogos ingenuos o tecnócratas educativos cabe la idea que se puede conducir la acción de otros a través de estímulos a respuestas deseadas; como si así quedara instalado tal comportamiento.

Nada más extraño al quehacer que realizan día a día los maestros en sus colegios. Lo que ellos enfrentan allí es una realidad compleja y múltiple que resuelven con audacia y coraje, no con juegos didácticos que simplifican la realidad. Antes de caricaturizar, la tarea consiste en problematizar, interrogar y construir alternativas que desafían el saber y la práctica política, estética y ética de las nuevas generaciones. Los maestros sublimamos la precariedad de la existencia.

Por eso el día E, que insisten en llamar de la excelencia, deberíamos llamarlo el día D, de la Dignidad. Porque si de algo se trata cuando nos convocan a dedicar un día para reflexionar sobre lo que hacemos, es de reconocer la grandeza de esta labor. Si se quiere insistir en la excelencia debemos decir que lo que hacemos todos los días es ya excelente. Somos profesionales y nuestro saber, que consideramos tan válido y elevado como el que más, debería ser condición sine qua non para que el Ministerio oriente con inteligencia el destino de la educación; pero para eso ha de confiar en nosotros y dejarse guiar por la sabiduría que transforma las sencillas preguntas de los niños en experiencias formativas. Los pedagogos somos nosotros.

El Ministerio de Educación en vez de destinar tantos recursos y tiempo en diseñar estrategias para conducir con preguntas ingenuas el quehacer de los maestros, debería brindar apoyo solidario al trabajo que hacen con inteligencia. Son los maestros quienes deberían ser llamados por el Ministerio para orientar las mejores decisiones que necesitan los colegios. La sabiduría implícita en nuestro trabajo diario, podría sistematizarse en jornadas por la Dignidad para que el Ministerio reconociera lo que pasa en las escuelas y se dispusiera a ayudarlas para mejorar las condiciones en las que aprenden los niños. Esto requeriría fundamentalmente dejarse guiar por los profesionales a quienes la sociedad ha encomendado la labor de formar las nuevas generaciones, esto es, confiar en ellos.

Pero el día E parte de otro supuesto. Considera que los maestros y los colegios públicos deben organizar su quehacer alrededor de cuatro indicadores que en vez de enriquecer, distraen lo que hacen con tanto ingenio. Lo que llaman Progreso (que mide cuánto se ha progresado con relación a las pruebas Saber), Desempeño (que mide cómo está el colegio con relación al resto del país), Eficiencia (que mide cuántos estudiantes aprueban el año escolar), Ambiente escolar (cómo es el ambiente de aula), está muy lejos de lo que realmente acontece en la escuela. El Ministerio se arroga la función, que no le corresponde, de educar a los educadores, sin conocer lo que hacen y lo que saben; en cambio propone guiarse por cuatro indicadores controvertibles:

— Las pruebas censales, todos lo sabemos, dicen muy poco de lo que aprenden nuestros estudiantes; pensar que se puede progresar en el saber es desconocer algo que la ciencia y sobre todo la sabiduría ancestral siempre han reconocido, y es que allí no se progresa, se crea.

— Un colegio nunca es comparable con otro; eso lo han reiterado insistentemente todos los pedagogos, sin excepción; entonces ¿desempeño frente a quién?

— Perder un año escolar es un acontecimiento tan dramático como pedagógico, y los maestros se encuentran año a año allí con una de las decisiones más difíciles que deben tomar como profesionales; ¿por qué ha de ser este un indicador de eficiencia?

— Y el ambiente escolar no se puede reducir al ambiente en el aula, eso no debería ser difícil entenderlo. En el día a día de la escuela los maestros deben enfrentar los dramas de la pobreza, la violencia intrafamiliar y la soledad globalizada; ¿cómo no tener en cuenta esto?

Pero lo que nos preocupa no es el Índice Sintético de Calidad en sí, bastante precario por cierto, sino la pretensión de tomarlo como criterio para orientar las inversiones que se hagan en los colegios y juzgar el trabajo de los maestros o de los rectores. No solamente es injusto, sino arbitrario. El referente de lo que es una buena educación lo tenemos nosotros. En vez de medir nuestro quehacer tendrían que consultarnos.

Con todo, hay algo más preocupante aún, y es pensar que los maestros trabajamos como los deportistas, jalonados por metas. La metáfora de los juegos olímpicos, como la metáfora del mundial de futbol en el 2015, es tan desafortunada, como creer que estamos en una competencia; qué lejos sentimos allí al Ministerio.

Finalmente, no es admisible la terca idea de que pueden lograr la llamada calidad de la educación con ejercicios tan simples como los que se nos propone en este desconcertante día E. Los maestros, como los niños, no pensamos con una lógica de Perogrullo, como la que se maneja en las guías que han difundido con un derroche de recursos que molesta. Los rompecabezas y los videos, así como los textos que nos sugieren, son tan básicos que aburren a nuestros niños, niñas y jóvenes. La sencillez con la que preguntan los niños es tan honda como la que la pedagogía requiere para responderles, y de eso sabemos los maestros; no nos gusta armar rompecabezas tan fáciles, ni responder preguntas cuya respuesta induce a simplificar las cosas, en cambio sí, nos gusta participar y pensar la educación, nuestra razón de ser.

* Director Instituto Pedagógico Nacional

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