Estuve leyendo la biografía de Elisabeth Kübler Ross, psiquiatra suizo-estadounidense, quien dedicó su vida profesional como médica a estudiar las emociones de las personas que saben que van a morir; es pionera en el tema.
Ella decía que los moribundos nos dejaban grandes lecciones de vida y que tenían que ver con lo que ella denominó los asuntos inacabados… esos que nos agobian, sobre los que consciente o inconscientemente buscamos respuestas, y que nos llevan por la vida a tientas porque nos abruma el miedo y la culpa. Dejamos de hacer muchas cosas por miedo y de eso les quise escribir hoy.
Quién no ha sentido miedo por cualquier razón, llámese persona, animal… lo que sea. Pero una cosa es el miedo físico que nos ha hecho sobrevivir miles de años -somos el 0,1 % de las especies que hoy está viva gracias a estar alerta a los peligros “físicos”-, y otra es la de los miedos mentales, los creados desde nuestras inseguridades, debilidades y temores.
“Los mecanismos del miedo intentan captar cualquier cosa que pueda suponer una amenaza, pero cuando vienen desde la mente y los vivimos como reales -siendo alucinaciones o espejismos- esclavizan a personas capaces de hacer frente a los desafíos”, dice el médico español Mario Alonso Puig, fellow en cirugía por Harvard University Medical School e investigador de cómo desplegar el potencial humano, especialmente en momentos de desafío, incertidumbre y cambio. Es uno de mis mentores de vida.
Fui una hija consentida y sobreprotegida… toda una bomba. Muy pocas veces fuimos al colegio en ruta escolar porque una de las tareas de mi mamá era llevarnos a mis hermanos y a mí en su carro; además, ni siquiera montábamos en buses de servicio público en nuestra adolescencia porque mis papás creían que era un peligro. Era impensable, salvo que pasara algo extraordinario. No juzgo a mis papás, porque sé que hicieron lo que mejor pudieron y lo que creyeron que era más conveniente para nosotros. De eso no me cabe la menor duda y esta columna no se trata de eso. A lo que voy, es que para mí toda la vida ha sido una experiencia fuerte estar sola en ciudades grandes de cualquier lugar del mundo. Soy de mapas físicos en mano, marcados con resaltador, señalados con esferos de colores, rutas destacadas, tiempos, pistas… todo lo que pueda que me ayude a no perderme. Mejor dicho, antes de viajar no solamente leo rigurosamente la historia del país para el que voy, sino hago todo un plan de desplazamiento. Para mí era la dualidad entre disfrutar la delicia de viajar y sufrir cuando me tocaba sola, como suele suceder cuando voy de trabajo y -si no conozco el lugar- me quedo por mi cuenta unos días más. Ustedes se estarán preguntando cómo he ejercido el periodismo. Pues por eso traje las palabras de Puig y las repito: “Los miedos esclavizan a personas capaces de hacer frente a los desafíos” y en mi caso sí que ha sido así en los viajes que les cuento, pero no en mi carrera, porque los miedos no llegan a todos los escenarios de la vida.
Para entender desde lo científico el miedo, el médico español dice que hay dos tipos de pensamiento: el automático, que no sirve casi para nada porque son los juicios y los prejuicios que manejamos cotidianamente y que hacen que condenemos cosas y personas casi sin siquiera conocerlas, además de que está demostrado que daña la salud porque genera tensión, ansiedad y angustia que se reflejan en el cuerpo. Y el pensamiento reflexivo que por el contrario pide sosiego, interiorización, aquietar la mente, suspender el pensamiento automático; genera bienestar y sirve para casi todo.
El hombre enfrenta muchas incertidumbres y por ellas busca soporte. Comencé a investigar hace muchos años para entender de dónde venía ese miedo a estar sola en una gran ciudad y a superarlo. Lo identifiqué en mi infancia y concluí que la única que podía lograrlo era yo misma. Entonces, cada viaje lo convertí en un reto… en la gran oportunidad de vencer el miedo a lo desconocido. Poco a poco lo fui logrando “y me gradué antimiedo” en Milán, Italia. Estuve de morral, y -eso sí- preparé mi planeación y mis mapas, pero con una mirada distinta. Caminé mucho, monté en el metro, en los buses, paré a comerme el mejor panzerrotti del mundo en Luini (cerca al Duomo), visité el castillo de Los Sforza, las pinacotecas Brera y Ambrosiana, vitrinié en la Galleria Vitorio Emanuele, respiré moda en la Via Montenapoleone y cerré con La última cena de Da Vinci en la capilla Santa Maria delle Grazie, entre otros. Todos los días, al final de la jornada, me subía al tren que me llevaba muy cerca al lago de Como, donde me estaba alojando, con toda la gratitud a Dios, a la vida y sobre todo a mí misma porque decidí vencer el miedo. Fortalecía en cada paso mi fe y mi confianza en mí misma.
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Superar los miedos, como dice el médico español Mario Alonso Puig, nos permite vivir con más confianza, ilusión y serenidad
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He sido una luchadora de la vida. Superar los miedos, como dice el médico español, nos permite vivir con más confianza, ilusión y serenidad, y esa es la vida que construyo cada día a través de la meditación y de ver siempre el lado bueno de las cosas, de vivir en gratitud. Los miedos nacen en nuestra mente y con ayuda podemos volverlos una oportunidad. Los aliento a crecer, a no perder oportunidades, a no negarse cosas de las que se puedan arrepentir. Les dejo este granito de arena para que tengan la inquietud de buscar de dónde vienen sus miedos y cómo los pueden enfrentar. Ese es nuestro tema de hoy sábado en En Blu Jeans y que titula esta columna: “Detrás del miedo están las oportunidades”. Si no lo pueden escuchar, encuentran el podcast del tema central en www.bluradio.com
Si, como dice Kübler, quienes han estado técnicamente muertos y vuelven a la vida le han perdido el miedo a la muerte, que es lo más seguro que tenemos; los otros miedos sin duda pueden ser superados. Recuerden que, como asegura Mario Alonso Puig: “cuando silencian la mente, pueden acceder a espacios llenos de ilusión y de oportunidades”, Feliz fin de semana.