Los negros Mina (s) en Colombia y en Santo Domingo, al igual que las familias Cetré, Carabalí, Angolas, Balanta, Chalá, Congo, Zape, Viafara, Arará, entre otras más tradicionales en la región del litoral Pacífico y en la región Caribe, tuvieron como ancestros grupos africanos convertidos en esclavos por comerciantes portugueses, franceses y holandeses que sucesivamente hacia el siglo XVII, en los años 1.600 recordados por Joe Arroyo, se tomaron el occidente del continente africano.
La antropóloga y cineasta Sheila Walker (1) reconoce que después de Brasil en territorio colombiano se encuentra la mayor concentración de nombres heredados de la diáspora africana, siendo la región del andén pacífico y suroeste donde se identifican apellidos que mantienen las nominaciones de sus etnias originarias bantúes u otras, al igual que otros modificados por circunstancias ajenas a la voluntad de sus portadores.
Si al ya famoso futbolista del Cauca al momento de registrar su nacimiento le cambiaron el original Jerry norteamericano por Yerry, no resulta difícil comprender que en el contexto del desarraigo de la diáspora africana hacia América, por causa de diversos factores, se modificaron los nombres originarios de las etnias a que pertenecían los esclavos.
Sin embargo, Minas, como James, Portero y Yerry, al igual que otros deportistas recordados por los triunfos y alegrías dados al pueblo colombiano en medio de tantas penurias y discriminaciones conservan el espíritu de libertad y dignidad cimarrona de sus ancestros.
Ese rastro y rostro de la marginalidad en la población negra es un aspecto común a casi todos los deportistas que le han dado gloria a Colombia, desde los primeros boxeadores (Mochila Herrera y el Benny Caraballo), futbolistas (Klinger, Gamboa) y peloteros (Chita Miranda y Petaca Rodríguez), cuyas destacadas gestas hicieron conocer el nombre del país en el exterior, antes de que la fama mafiosa, corrupta y de los productos del narcotráfico colombiano se extendiera por el mundo.
Aunque como muestra de la desidia estatal de siglos tuvieron que asentarse en territorios hasta donde hoy no hay acceso a condiciones básicas de vida, caso el servicio de agua potable, tal cual pasa en la Guachené del goleador del once en Rusia 2018.
Las modificaciones en nombres, apellidos y de las etnias a que se hace referencia, sucedieron, como en el caso de los Minas, en los sitios de embarque o para otros casos al momento de la venta y después en los lugares a donde eran destinados.
Contrario a lo que podría suponerse en cuanto a la afro génesis de los Minas, esa modificación de nombre no deriva de las minas de oro de la antigua Ghana, sino del hecho según el cual africanos pertenecientes a distintas etnias bantúes (Carabalíes, Fang y Bambaras), al estar confinados en la fortaleza portuguesa de San Jorge al momento de ser llevados en condición de esclavos a otros lugares, eran identificados con el nombre del lugar donde habían permanecido, es decir, Mina.
San Jorge de Elmina, exbastión esclavista portugués, es el nombre de la ciudad de Ghana, en donde al igual que en la isla de Gorée (Senegal), Ouidah (Benín) hay puertas de no retorno en África.
El nombre de Mina fue el primero que los portugueses impusieron a esa región por los yacimientos de oro.
La primera hipótesis acerca de la procedencia de los Minas hizo inferir la destrucción de sus raíces, patrimonios epistémicos y materiales, como quiera que se hizo propagar el topónimo, pero no la denominación raizal, aunque el nombre genérico impuesto conduzca a inferir que se trataba de pueblos dedicados a la obtención de oro, ya que no es casual lo de Costa de Oro para el litoral centro occidental de África.
De hecho, Ghana, es una derivación de la palabra Quanin, con la cual denominaban al precioso metal. Ghana aún es el segundo productor de oro en África. La costa de este territorio africano ubicado hacia el centro del golfo de Guinea, durante algún tiempo fue llamada por los portugueses “Costa de Oro”.
Coincidencia o no gran parte de nuestros Minas llegaron a territorios del Pacífico colombiano en donde las exigencias mineras de oro y metales preciosos por parte de la dominación esclavista colonial obligaron al asentamiento y posterior dispersión.
Es preciso decir, a tono con las investigaciones del historiador Dolcey Romero Jaramillo (2), que la diáspora esclavista moderna desde África no se realizó hacia sitios exclusivos y específicos, sino que por la dinámica misma de la oferta y demanda del tráfico y comercio de esclavos, en el caso de Colombia, el asentamiento de personas pertenecientes a la misma etnia, se hizo hacia regiones diferentes.
Si bien en el caso de los Minas en la región del Pacífico es evidente identificar mayor concentración y conservación del apellido en el Caribe. También se pueden encontrar.
En efecto, Romero Jaramillo, apoyado en James Landers, afirma que “en el Palenque de Tabacal había cimarrones de casta Mina, Arará, Congo, Mango, Popó, y en menor escala Carabalí, Bran, Goyo y Biafara” (3).
Infieroque el vocablo juamina, utilizado en Barranquilla para designar un lugar en las afueras noroeste de la ciudad, más bien es un apócope de Juan Mina, otro afrodescendiente que transitó por allí.
Istmina, nombre del municipio del Chocó que se forma por combinación de Istmo y Mina, evoca a la mencionada ciudad de Ghana, como la satanizada expresión Mandinga, en el fondo y en realidad está vinculada con el otrora Gran Imperio africano de los Malenkes o Mandé, los cuales llegaron antes de Cristóbal Colón a las Antillas.
Apellidos de familias afrodescendientes en el Caribe colombiano, entre otras Zapata, Casseres, Cassiani, Padilla, Julio, Valdez, Hernández, Márquez, Herrera, Rentería, Miranda, Cervantes, Silgado, Cardona, Caraballo, para mencionar unas pocas, evidencian el impacto de la mutación de las denominaciones étnicas originarias por apellidos y nombres españolizados y hechos comunes por escribientes y notarios.
Esas infructuosas eliminaciones de las raíces étnicas por causa de las imposiciones toponímicas y arbitrarias de los viejos y nuevos esclavistas, explican los cambios en las denominaciones raizales por apellidos y nombres de las familias y personajes dominantes e influyentes, por ejemplo, Mosquera y Caicedo en el gran Cauca o Cassiani en Bolívar.
En la región caribe, no obstante la presencia mayoritaria afrodescendiente a lo largo y ancho de la zona, desde La Guajira hasta la convergencia étnico-cultural con el sur oeste, no se identifican tan marcadamente como en el
Pacífico, las procedencias originales africanas, aunque sí un grueso hilo conductor que subyace en manifestaciones musicales como el bullerengue, costumbres culinarias, deportes, etc.
Todo ello, ocasionado por la larga dominación esclavista de sagas familiares, pero también son muestras representativas de la persistente memoria de la genética y herencia cultural de la africanía sobreviviente en múltiples manifestaciones culturales híbridas y sincréticas dispersas por el mundo.
Por fuera de la conservación en los apellidos de la raíz africana, es por todos conocido la incontable terminología que en la gastronomía, toponimia, léxico popular y otros campos de la cultura en general evidencian la contundente huella de la africanía, menos valorada, cuando conviene al prejuicio social, que la de la herencia física o biotipo en los deportes.
La persistencia étnico-cultural africana en América es tal que por encima de las demarcaciones territoriales republicanas, los gobiernos y otros factores de invisibilización institucionalizados por la colonialidad mental no han podido limitar e impedir permanencias de vasos comunicantes.
Por ello, en los últimos años, a partir de los diálogos investigativos se acuñó el concepto afrosuramericanos o afro abiayalenses, para reconocer y visibilizar que por efectos de permanencia en contextos histórico-culturales delimitados por imposiciones de las élites post coloniales, la persistencia de la africanía adoptó articulaciones híbridas y sin perder identidad esencial con las poblaciones locales.
En ese sentido, se han difundido y sostienen expresiones como afrobolivianos, afroargentinos, afrocolombianos, etc.
Con fundamento en lo anterior, es posible decir que el bullerengue recorre desde el norte de Bolívar y el Canal del Dique hasta el norte chocoano; el candomble o candombe se vive en toda la confluencia argentino-uruguayo-brasileña; el tango en el negro del vestuario, rememora su procedencia angoleña y más específicamente del movimiento de caderas Kimbandú; el plato nacional argentino, el locro, es una variedad del mondongo costeño.
Parte de la diáspora africana tiene que ver con la dispersión de los Minas por el Caribe y el Pacífico, situación confirmada porque en un barrio de Santo Domingo, República Dominicana, hay Minas, tanto, que el nombre del asentamiento se debe totalmente a esta etnia ( San Lorenzo de los Negros de Mina).
El origen de este sector urbano de la capital de la República Dominicana se refiere a Elmina y a la mencionada fortaleza construida en el litoral del golfo de Guinea desde 1498 y utilizada como cautiverio durante meses de los esclavos traídos a América.
San Lorenzo de los Negros de Mina fue un palenque creado hacia 1676-79 por cimarrones procedentes del lado ocupado por franceses en la isla de Quisqueya. Se habla que eran 34 Minas, Zape, Arará y de otros grupos que venían de Angola, Ghana, Benín y Congo.
Al igual que los Minas traídos a las regiones del Caribe y del pacífico en Colombia, como los ancestros de Yerry Mina, los de Santo domingo fueron embarcados en Elmina, por lo que pertenecían a la macrofamilia bantú.
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(1) Walker, Sheila (comp.). (2012). Conocimiento desde Adentro. Los Afrosudamericanos hablan de sus pueblos y sus historias. Popayán, Colombia: Editorial UC-Universidad del Cauca. P. 587.
(2) Romero Jaramillo, Dolcey. (2009). Los afroatlanticenses, esclavización, resistencia y abolición. Barranquilla. Ediciones Universidad Simón Bolívar. P. 184.
(3) Romero, J,D. Op Cit. P. 57.