Terminaron los abrazos, apretones de manos y comienza a bajar la adrenalina que el día de ayer logró que los miembros de las delegaciones de paz del gobierno y las Farc, soportaran, después de días de tensas negociaciones, y sin pausa, la larga jornada frente a diplomáticos del mundo, presidentes, medios internacionales, asesores políticos y demás acudientes al acto de la firma del punto 3 de la agenda: Fin del conflicto.
El agotamiento físico y emocional de los “protagonistas” de esta escena, que parecía tratar de ser la última de una película con un final feliz, era evidente, como también lo era el deseo de disimular, en honor a la noticia, que se convirtió en primera plana del mundo entero, la preocupaciones, las angustias y los riesgos que se anuncian frente al fin de este proceso.
Mas allá de la “bienvenida a la democracia” que le dio el presidente Juan Manuel Santos a la guerrilla más antigua del mundo, o de las declaraciones de “jamás fuimos vencidos” de Timoleón Jiménez, los rostros de los unos y los otros revelaban solo una cosa: profunda incertidumbre.
Lejos de las cámaras y los micrófonos, varios de los guerrilleros dejaron aflorar sus evidentes temores. “Esto es un salto al vacío y lo peor es que no tiene reversa, no sabemos qué nos espera”, me dijo uno de los combatientes, mirando fijamente a la nada y como hablando consigo mismo.
Cuando le pregunté a Pablo Catatumbo qué le cruzaba por la mente mientras Humberto de la Calle e Iván Márquez firmaban el papel con el que -en teoría- se silenciarán los fusiles, el comandante guerrillero sólo atinó a responder “responsabilidad, solo pensaba en la inmensa responsabilidad frente a nuestras tropas y frente al país”. A sus preocupaciones se la sumaba la ausencia en el lugar de Camila Cienfuegos, su compañera inseparable, quien desde el inicio del proceso “comandó” un intenso trabajo en comunicaciones, y que para la fecha se encontraba superando, en un hospital cubano, serios problemas de salud. “La felicidad nunca es completa, mi Camila no esta aquí”, me dijo.
Mientras hablaba con Catatumbo se acercó el Alto Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, y accedió, como no lo hubiera hecho dos meses atrás, a tomarse una cordial foto con el guerrillero. “Me la manda” me dijo, al momento de despedirse. Cuando les dije que me parecía más valiente firmar la paz que hacer la guerra los dos respondieron con un profundo silencio.
Y es que precisamente ayer los silencios me revelaron mucho más que los rimbombantes discursos. En mi mente quedaron grabados esos instantes en que la guerrilla de las Farc escuchaba con atención la rueda de prensa que dio la delegación del gobierno. Era difícil no tratar de imaginar qué cruzaba por sus mentes después de décadas de combates, de dolores causados y sufridos, de heridas infringidas y padecidas.
“El fin de las Farc como grupo armado", fue la frase que dijo el Presidente Santos en su discurso y que repetían los negociadores del gobierno.
Lo cierto es que culmina una lucha que estos hombres y mujeres iniciaron con el ideal de tomarse el poder y que hoy ven llegar a su fin. ¿Convertirse en partido político hace parte del éxito que buscaban? Ellos aseguran que sí. Pero imagino que les queda la pregunta si para eso era necesario abandonar a sus familias, combatir, disparar y defenderse, soportar la clandestinidad, mezclarse con actividades que no respondían a sus ideales y sobrevivir a un país que no perdona, prácticamente morir para volver a nacer en una democracia imperfecta que los espera plagada de grupos paramilitares, llena de amenazas y deseos de venganza.
“Salimos de los riesgos de la guerra, vamos a los riesgos de la paz” me dijo una vez Pastor Álape cuando le pregunté si creía que iba a sobrevivir.
Hoy sólo espero que la Colombia que tanto criticó la violencia que ellos y otros infringieron y padecieron, demuestre con actos y tolerancia que el diálogo era el único camino. Que la historia les permita vivir para que escuchemos por fin sus reivindicaciones y nos demostremos a nosotros mismos si estamos a la altura de esta nueva oportunidad que las historia les da a ellos y a nosotros todos como Nación.