Escucho a Ricardo Arjona desde los 9, tengo 32. Estoy terminando de escribir mi segundo libro y he leído grandes obras, tan diversas como El principito, A sangre fría, La mujer de tu prójimo, Chicas cerdas feministas, Crónica de una muerte anunciada, El viejo y el mar, El hambre, La eterna parranda, Zona de obras, Pájaros de fuego, El club de la pelea, Música para camaleones, Noticia de un secuestro, El libro de los abrazos, Cerati en primera persona, El juguete rabioso, El llano en llamas, El alquimista —no es de mis favoritos, pero lo considero un libro necesario en la adolescencia—, en fin… Discúlpenme lo presumido, pero la mención recién hecha tiene solo un objetivo: derrumbar el preconcepto que sugiere que quienes escuchamos la música del guatemalteco-argentino-mexicano en cuestión no hemos explorado el mundo de la literatura.
Volveré a mis 9. Esa tierna época en que absorbía todo sonido que me invadía desde las emisoras radiales: Maná, Gloria Trevi, Diego Torres, Los Fabulosos Cadillacs, Vilma Palma E Vampiros, etcétera. Ahora que lo pienso, no me sorprende porqué de entre todo el pop mainstream —es decir, sin contar referentes del llamado ‘rock latino’— que escuchaba entonces, Arjona sea ahora el personaje que más respeto de los que quedan en mi colección discográfica. No sé qué me atrajo de él como artista. Quizás fue el uso de guitarras eléctricas en el álbum Animal nocturno, que en tiempos en que no tenía una cultura general musical destacable me parecieron sorprendentes. O el hecho de que en una época en que uno se enamora hasta de la chica de la novela que ve la empleada del servicio, me era fácil relacionar sus canciones con mis vivencias personales infantiles. O tal vez fue solo una casualidad que encontró razones de peso con el tiempo y a medida que fui conociendo su historia de pibe que tocaba en el subte de Buenos Aires, que luego iba a México D.F. para ser una estrella.
Desde luego que al crecer también me enfoqué sus letras. El talento de Ricardo Arjona entre otras cosas siempre ha estado en su capacidad de escribir cosas formidables desde las palabras simples. Quienes realmente se han preocupado por convertir sus textos en una exploración artística y por mejorar cada día las formas en que se expresan saben bien lo complejo que es lograr eso en el plano literario.
El cuento es que con el tiempo compré varios de sus discos. Luego de que mi hermano Gastón me regalara Si el norte fuera el sur, vinieron Sin daños a terceros, Historias, Vivo y Santo pecado. Sobre este último, recuerdo que lo compré un día con un ahorro de esos que no se deben gastar y que como la edición era rebonita y venía con DVD adentro tuve que pagar por él casi el doble de lo que valía entonces un CD convencional. También, que al llegar a casa y colocarlo en el equipo de sonido me sentí con una auténtica joya en las manos. Jamás había escuchado a Arjona cantar canciones tan imponentes como Mujer de lujo o La nena (tildada ridículamente por sus detractores de amarillista); y otras tan ingeniosas como Minutos, Duele verte o El problema. Sí amigos, El problema es un tema ingenioso, principalmente porque en este Ricardo colocó algunos cuidados guiños a sus seguidores de épocas más tempranas. Es más, a ratos el disco entero parece un ferviente homenaje a ese sonido “rock” del Animal nocturno que él había dejado de lado. Ese que tanto me había cautivado de pequeño.
Siempre quise preguntarle a Ricardo por Santo pecado. No por el escándalo que lo antecedió, sino porque en ese disco se nota un verdadero quiebre en su trayectoria. Está hecho enteramente desde el dolor y es el primero en el que él escribe con bronca hacia alguien lanzando apartes tan formidables como “te vistes de azul para opacar el cielo, y consigues espejos para estar bien segura, que eres bella, y que hay que ofrecerte tributos de sol si regalas un beso; narciso el instinto que domina tu esencia y es idiota el consumo de mi tiempo contigo, sueños rotos, los que me vas dejando en mi activo de vida”. En clave de tango además, más cortavenas aún. Siento que algo se rompió ahí, y más que el chisme, siempre estuve intrigado por saber cómo fue el proceso compositivo que rondó todo eso: ¿cómo se escribieron las canciones?, ¿cuánto tiempo tardaron en formarse?, ¿cómo era Ricardo en estudio pidiendo arreglos y acordes en un disco que tuvo aproximadamente 70 músicos participando?, ¿cómo su música nunca volvió a ser la misma?, ¿cómo –a continuación– alcanzó un disco desenfadado como Adentro, que conservaba algo de ese dolor, pero también una mirada más tranquila evidenciando una necesidad personal de salir adelante?, ¿cómo alejado de esa bronca que todos sentimos cuándo estamos despechados pudo crear una de las canciones mejor elaboradas de toda su carrera: Para que me quieras como quiero?
Se preguntarán porqué quiero abanderarme de un artista que presuntamente golpeó a su esposa, más si me conocen en persona y saben lo importante que considero que este mundo abrace la causa feminista. Quizás sea un error mío, pero si lo hago es precisamente porque me cuesta creer que realmente haya sucedido; porque siento haber aprendido a conocer esa parte íntima que él desnuda en las canciones y que no combina con aquel escándalo. Puede ser un error de fan, lo reconozco, pero la realidad es que de esta historia hemos escuchado todas las versiones, menos la del artista. Así que lo mínimo que tendríamos que tener es prudencia.
No me interesa hablar mal de Iván Gallo, gran detractor de Ricardo, columnista de este medio y escritor que dio la puntada inicial para lo que esta semana terminó convirtiéndose en polémica en CNN En Español. Luego de enojarme con sus artículos entendí que la controversia es una válida vía de expresión en un mundo donde los lectores rara vez superan los encabezados y en dónde cada uno tiene el derecho de hacer sus propias elecciones. Eso sí, no puedo evitar pensar que abordar cualquier temática desde sus aspectos más “picantes” puede ser realmente contraproducente. Más cuándo hablamos de una persona que cuando no está escribiendo sobre temáticas culturales ha mostrado tener unos huevos de tiranosaurio, de esos que muchos cobardes no quisiéramos tener. Y eso, a Gallo se lo aplaudo hasta que las palmas me queden color fuego.
Pero como ya les había dicho, mi intención no es hablarles de él, ni de un pelotudo que en un programa de CNN en Español –omitiré su nombre, pues nada aporta a este artículo– cita un talentoso columnista de un medio independiente colombiano en un espacio que no corresponde. Esto me recuerda a un amigo que quiero y respeto mucho, quien para defender su visión del rock como superadora tuvo el desatino de basarse en una tesis de un personaje poco relevante en el plano latinoamericano. Quiero hablar de esas cosas que este dice no entender de la figura de Ricardo Arjona. Aunque antes de llegar a esa parte me gustaría remarcar el momento del programa en que el artista le dispara al entrevistador que existe algo turbio en sus preguntas y cuando este último luego de provocar al autor de De vez en mes sutilmente durante toda la nota, empieza a soltar elogios salvavidas. Recuerdo una vez en la que estaba escribiendo sobre un personaje muy oscuro y el consejo de un escritor amigo fue que hablara también de sus cualidades para que los comentarios fuertes no cayeran tan pesados. Esto parece la versión amoral de la misma práctica. Pero bueno, lo lindo de todo esto es ver a un periodista en un medio tan importante cometiendo un error tan adolescente. Esto sirve para mantenernos en armonía con nuestros propios errores periodísticos.
Por cierto, si algunos se tomaran el trabajo de ver la entrevista completa entenderían que lo que molestó a Arjona no fue el artículo de Las 2 Orillas, sino la actitud provocadora del entrevistador y el hecho que este haya puesto tanto empeño en buscar críticas peyorativas, sin interesarse siquiera por darle una escuchada al nuevo disco Circo soledad.
Mr. CNN Loser, quién según el propio Arjona ha realizado entrevistas notables, no logra entender por qué Ricardo despierta tantos amores y odios. ¿Acaso Gabriel García Márquez no despertaba/despierta amores y odios? ¿Mario Vargas Llosa? ¿Metallica? ¿Marlon Brando? ¿Truman Capote? ¿Trump? ¿Mujica?... ¿El propio Dios no despierta amores y odios? Y por favor, no me vengan con la pelotudez de creer que estoy comparando a Arjona con Dios, para nada. Lo que estoy haciendo es aclarar que en la vida no existe nada que pueda ser enteramente amado o enteramente odiado, y que precisamente por eso lo popular despierta estas reacciones. Me dan risa los que utilizan los términos “popular” y “populismo” y/o sus derivados como calificativos peyorativos. Qué honor sería para mí ser calificado de populista algún día, lograr una conexión con lo popular que me permita hablarle a masas de esas cosas importantes que rara vez importan.
La entrevista de CNN me hace pensar también en otro pelotudo, una de esas vergüenzas del periodismo argentino que le preguntó en una entrevista al célebre y admirado Ricardo Darín (El secreto de sus ojos, Nueve reinas, Relatos salvajes) porqué en todas sus películas “hacía de Darín”. Se llama estilo señores. Y si lo buscaran en sus profesiones entenderían lo difícil que es alcanzarlo. Hace dos años escuché un escritor chileno emergente decir que no existía el estilo, sino que uno va robando influencias hasta que se combinan tanto que uno no logra entender de dónde salieron. Totalmente de acuerdo. Eso es la vida misma también, cada persona se va alimentando de lo que vive, de lo que la rodea, de lo que la forma. Así que sentarnos a rastrear cada característica de la figura de Arjona de forma inquisidora, nunca va a hablar mal de Ricardo, sino de nosotros mismos.
Aprovecho para contarles un secreto. Hace años siento que mi destino en algún momento me va a llevar a escribir un libro sobre Ricardo Arjona. A ir hasta la calle 33, a buscar amigos suyos en mi natal Argentina, a entender como su visión política del mundo lo llevó a escribir una canción como Mesías, que luego sería considerada profética (aun cuando él en la dichosa entrevista de CNN aclare que le gustan más “las mujeres que la política”), a entrevistar a sus detractores, a referentes icónicos como Paquita La Del Barrio que accedieron a cantar con él, a compartir algunos tragos e intentar capturar pequeños halos de su esencia. A demostrar con trabajo lo patético que resulta odiar algo porque tiene buena prensa hacerlo. Por ejemplo, el odio contra la agrupación de metal española Mago de Oz. Una banda que logró conectarse con su público –entre ellos muchos adolescentes– y alimentarlo con visiones sobre la política mundial, la (verdadera) libertad y las luchas de género, entre otros temas. No sorprende que una de sus mejores canciones se llame “El que quiera entender que entienda”.
Otro elogio salvavidas del que se aferra el periodista de CNN (cuando la entrevista comienza a írsele por el caño) tiene que ver con el hecho de que todos los discos de Ricardo son diferentes. A esto sumaría cosas como que es el único artista pop del ‘mainstream’ contemporáneo que lanzó un sencillo de ocho minutos, Puente, a las radios —supongo que habrán notado que el promedio de un corte radial es de cuatro minutos—. También, que es uno de los artistas del pop latino más responsables con su trabajo en escena, tal como lo evidencia un artículo escrito por Renata Rincón en Terra Colombia años atrás. Incluso, que cuándo la discográfica le propuso hacer un "Grandes éxitos", Arjona solicitó acompañarlo con nuevas versiones ya que sentía que volver a venderle a su público algo que ya tenían era un robo. Igualmente, quiero contarles que hace algunos años en un café, uno de los integrantes de una agrupación muy importante de pop latino me reconoció que ellos ni siquiera escogían las canciones que promocionaban.
Tampoco quiero darle mucha importancia a las menciones hechas por el talentosísimo e icónico Fito Paéz, otro de sus detractores. Un hombre que lucró descaradamente con el kirchnerismo y lo quiso vender como una “revolución” (palabras exactas) por pura y llana conveniencia. Muy alejado de personajes dignos como Charly García o León Gieco que simpatizaron con dicho gobierno y sí encontraron formas sinceras de trabajar con él sin defender lo indefendible y de comunicar sus convicciones políticas. Páez, ese hombre que se peleó con el 50% de la capital argentina en su artículo ‘Da asco la mitad de Buenos Aires’, cuando el ahora presidente Mauricio Macri ganaba las elecciones para Jefe de Gobierno de dicha ciudad.
En fin, el que quiera entender, que entienda.
A manera de cierre: Disiento con Ricardo en que quién pierde tiempo criticando algo que odia sea un idiota, pero sí estoy completamente seguro de que criticar sin saber separar los odios de los argumentos puede convertirte en uno. Queridos amigos, no sean ese idiota.