Cuando tiranos que aprovechan su posición de poder público para imponer sus visiones particulares de la realidad, en vez de usarlo para lo que debe ser: servir al pueblo. Por eso, la caída de Alejandro Ordóñez representa un triunfo para la libertad.
Aprendiendo de errores del pasado como La "santa" inquisición, Las cruzadas y otras aberraciones por el estilo, los estados modernos advirtieron la necesidad de separar el poder religioso del estatal.
En este sentido se supone que un estado laico, como el colombiano, debe basarse en unos mínimos éticos y no en unos máximos morales.
Cuando nos referimos a un mínimo ético, lo hacemos a esas pequeñas normas de tono universal que resultan más fáciles de generalizar por medio del consenso y, así, hacer extensivas a todos los miembros de una sociedad. Por ejemplo: no matar, o puesto de forma positiva, respetar la vida. Esta es una norma que en nuestra sociedad colombiana resulta mucho más fácil de consensuar que, por ejemplo, no tener sexo extra-marital. Además, son las regulaciones mínimas para que una sociedad perviva de manera funcional a través del tiempo.
Por otro lado, los máximos morales, en términos muy resumidos, son aquellas normas y leyes que tan solo son compartidas por pequeñas comunidades al interior de una sociedad y por ende, no son extensibles para el resto de esa sociedad. Por ejemplo para un practicante de la tradición judeo-cristiana que se empeñe en vivir de acuerdo con su dogma, es decir la Biblia, tener cualquier tipo de relaciones sexuales por fuera del matrimonio (bien sea, antes de casarse o después de casado) es un delito o violación grave a la ley, es decir un pecado.
Sin embargo, hoy en día y dentro de los preceptos legales y sociales de nuestra sociedad nadie podría meter a la cárcel a ningún adolescente por tener sexo con su novia o novio. Así como muchos jueces descartarían de inmediato cualquier querella que quisiéramos interponer contra otra persona por mirar con deseo a nuestra pareja (Mateo 5:27-28).
Y no me estoy burlando de las creencias ni dogmas de nadie, de hecho yo mismo soy cristiano (seguidor de las enseñanzas de Jesús), no obstante, por eso mismo reconozco que no hay nada que atente más contra la esencia de lo que enseñó Jesús que la imposición de lo que sea a otro, especialmente de una creencia. Si algo enseña la Biblia misma es el libre albedrío (Deuteronomio 30:15-19), pues en el relato bíblico, ni el mismo Dios, teniendo todo el poder para hacerlo, le impuso al hombre (homo) seguirlo u obedecerlo, siempre le dio a elegir, y donde hay elección, hay libertad y donde hay libertad, hay amor.
Pero ni siquiera esto es lo que nos ocupa, pues si la imposición de creencias, dogmas o ideologías en la misma Biblia resulta preocupante, pues ni qué hablar de que esto suceda en un estado social de derecho.
El señor Alejandro Ordóñez se dedicó durante toda su gestión como procurador general de la nación a permear sus acciones de interpretaciones subjetivas (y muy erradas) de sus creencias personales, atacando a homosexuales, madres que abortaban, guerrilleros y todo aquel "narco-terrorista" y "castro-havista" que no se ajustara a su pobre visión de mundo ni a la de sus amigos uribistas (tal vez por eso eran tan erradas su exégesis de la Biblia, a lo mejor su mesías no era Jesús, sino Álvaro Uribe).
No obstante, la actividad política dentro de un estado laico, sea cual sea la situación. debe entenderse como un servicio, no como una posición privilegiada para imponerse a otros y sobre todo debe estar esterilizada de cualquier credo subjetivo que atente contra otros grupos e individuos que no se ajusten a ellos.
Algo que el señor Ordóñez nunca entendió como procurador de Colombia, ni como persona. Por eso, el fallo del Consejo de Estado de tumbar su reelección es un triunfo absoluto no solo para los colombianos, sino para la libertad en general.