En la vetusta muy noble e histórica ciudad la vista se fatiga. Las motos transitan por las aceras y los automóviles parqueados en los andenes. Los autos dejan la mancha de humo. En plena vía, hombres mujeres o niños ofrecen cualquier cosa. En la noche del fuego los faroles y la pólvora destellan tranquilidad y armonía. Miles de jóvenes de vuelta a los pueblos dejan la universidad, cuya crisis es mucho más que financiera, pues se carece de un proyecto de la universidad y nación y, en el año nuevo saldrán al desempleo ingenieros, abogados, economistas, psicólogos, administradores de empresas, licenciados…
Pero no todo es desaliento pues los turistas caminan por el “centro histórico” en pantalones cortos, desgarbados, con equipos de fotografía, deteniéndose ante lo vetusto y en los templos, que a intervalos abren sus puertas para ofrecer resignación. En las esquinas, los refugiados, a la sombra de las virtudes altruistas, esperan un auxilio que tan solo sirve para agravar el problema. Y en los semáforos los saltimbanquis lanzan fuego y hacen piruetas. En el centro de la ciudad los vendedores ofrecen el sahumerio para esquivar la mala suerte… el vidrio para proteger el celular… las chucherías del pesebre navideño… el papa noel abrigado en un país sin nieve ni chimeneas. Y los colores rojo y negro como para un crimen, al decir de Van Gogh. Mientras en la gobernación y la alcaldía rezan “Benignísimo dios de infinita caridad que tanto aprecias a los estudiantes y enviaste a los Esmad, te damos gracias por tan inmenso beneficio” y se confunden los procesos electorales con la democracia, pues el gobierno no es del pueblo sino de los intereses de las empresas y los bancos.
Tantas idas y venidas, vueltas y revueltas de la vida provinciana que ignora la lluvia de impuestos con la venida del año nuevo, mientras al interior de las casas se espera el aroma del plato o el tamal navideño, en el canto “de aquellos diciembres que nunca volverán” y, el deseo de “un venturoso y próspero año nuevo”.