En El fin de la historia y el último hombre (1992) Francis Fukuyama sostenía: “la victoria absoluta del liberalismo económico y político significa no solo el fin de la Guerra Fría, o la conclusión de un período particular de la historia, sino el fin de la historia como tal, es decir el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma universal de gobierno”.
El colapso del comunismo, en los países del este europeo, simbolizado en la caída del Muro de Berlín, concentró una vez más el interés por la filosofía de la historia. Luego, de un siglo XX, en el cual se afincó el fascismo en el totalitarismo y la eliminación del individuo; del nazismo que exaltaba la raza aria, la expansión germánica y la promoción del antisemitismo; del comunismo que defendía la organización social en la que no existe la propiedad privada ni la diferencia de clases, y en la que los medios de producción estarían en mano del Estado, se planteó la democracia como el menor de los males
La buena nueva no fue otra cosa que el neoliberalismo, el cual encierra la economía de mercado y la democracia del voto. Y vino entonces el vendaval de hacer posible la economía de mercado, el cual llevó a la “apertura económica”, que no fue otra cosa que abrir las plazas de mercado de los países del “tercer o cuarto mundo” a las empresas transnacionales, dedicadas a la producción de bienes y servicios que tienen casas matrices y controlan el comercio internacional, la tecnología y el desarrollo. A su vez, para superar los males del fascismo, nazismo y comunismo, la “democracia del voto” que, a través de elecciones, partidos, parlamentos, opinión pública, hace posible el gobierno del pueblo.
Mas la felicidad de haber llegado al final de la historia comenzó a producir tragedias como es el caso de la quiebra de las empresas nacionales que no pudieron competir con las transnacionales. Y la “democracia del voto” entró en período de erosión, porque, si bien, deja intactos las formas externas de la democracia las decisiones reales quedan en manos de unos pocos.
Viendo desde la distancia el “final de la historia” se observa con claridad cómo el proceso de globalización de la apertura económica no fue posible, dado que la apertura se aplicó a los países mal llamados subdesarrollados y, en ellos vino a menos la agricultura y la industria que no pudo competir con las transnacionales.
A su vez, la “democracia del voto” degeneró en la plutocracia (en la cual los pueblos eligen a los ricos para que los gobiernen) y en la cleptocracia, forma de gobierno por voto popular que establece el poder en el robo institucionalizando, corrupción, nepotismo, clientelismo político, ya que no existe la res pública ni la ciudadanía.
Para cerrar, cabe decir que la democracia del voto degenera en oclocracia, gobierno de la muchedumbre, masa o gentío que carece de capacidad para el autogobierno escudado bajo el apelativo de gobierno del pueblo. Y un producto más de la degeneración de la democracia del voto es el populismo de izquierda o de derecha que promueve la lucha del poder del pueblo contra una clase.