En el marco del festival Vallenato, me quedé pensando en lo grande que es este bello folclor. Cada vez los antiguos cantos del Magdalena Grande se extienden hacia nuevos horizontes; son más los espacios lejanos adonde llegan los lamentos de Alejo y los poemas de Gutiérrez; son más las personas que desde diferentes culturas se dejan cautivar por las notas enamoradoras de la caja, la guacharaca y el acordeón. Por estos días fue grato encontrarse con personas de diferentes nacionalidades caminando las calles del Valle del Cacique Upar: santandereanos, vallunos y antioqueños, vestidos de cortos, de camisetas floreadas, luciendo albarcas y sombreros sabaneros, gozaban de la fiesta en la plaza Alfonso López y los distintos escenarios dispuestos para las competencias folclóricas. El Río Guatapuri y el Badillo fueron anfitriones naturales, testigos mudos de las canciones de Escalona y Leandro.
Más allá de todas estas cosas positivas, me preocupa la suerte de este bello folclor, el cual cada día se aleja más de su esencia natural. Valido el festival como vivero de la tradición, puesto que en él existe el incentivo anual para que los fuelles se sientan con los vientos originales de un folclor en agonía. En la plaza Alfonso López se pudo observar el álbum del ayer y fue fácil cortejar esas páginas musicales del recuerdo: las notas, los sones de los músicos versados fungir como tonadas de los tiempos idos, este idilio entre el hombre y la música complacida por la voz de un hombre que le cantada a la vida y que hace de los versos el libro que cuenta la historia, se complementa con los sonidos melodiosos que salen de la caja, la guacharaca y el acordeón.
Este bello cuadro de nuestra cultura, contrasta con lo que el público visitante identifica con el nombre de música vallenata. Luego de conversar con muchos de ellos, fue fácil salir de los pensamientos iniciales, puesto que los visitantes no llegan vislumbrados por la maestría de un guacharaquero tocando un bello son, o por el repentismo de un trovador criollo en una piquería vallenata. Ellos vienen buscando los sonidos que la emisora les lleva desde la provincia hacia la capital; llegaron buscando ver de frente a Silvestre Dangond con su gestualidad marcada en la tarima. Querían tener de frente a Los Cabras con su fusión de sones juveniles.
En el afán de gustar nuestros máximos exponentes, fusionan nuestra música con otros géneros y le dan al vallenato un nuevo aire, a mi libre entender. Pues de los tradicionales Son, Merengue, Puya y Paseo, hoy puede decirse que existe el vallenato comercial, este nuevo aire, más alegre, influenciado por la música tropical, tiene la cualidad de ser caníbal, pues a diario avanza en el camino de la destrucción sobre los aires antiguos, apoderándose del mercado y del público.
El oyente de nuestra tierra se iguala al escucha foráneo y exige la fusión, y maltrata, con desplantes, la música autóctona, el vallenato tradicional. El nuevo público no es gustoso de las letras que le cantan al amor de manera tierna y romántica, no es gustoso del son, ni del paseo, le parece ridículo y cursi las canciones que halagan a las mujeres y a la naturaleza provincial que nos rodea.
Cada vez son más las voces partidarias del cantante solista dentro del folclor vallenato escondiendo al músico, arquitecto del concierto que nos hace reír. Hoy la coreografía vallenata es más vistosa a los antiguos pases de Oñate y Rafa Orozco, mejorando el espectáculo, pero a la vez nos priva del gozo de la letra y el mensaje de nuestra música. Perdimos el contacto con el río y con la sierra cómplice de nuestros juglares. Ya el canto no es la historia que cuenta sucesos vividos, ya no es la denuncia de la cotidianidad que lo hacía tan nuestro.
Se urbanizo la música con el aire comercial, contagiando músicos tradicionalistas como Poncho Zuleta que hoy rompen con la vieja tradición del macho inquebrantable del hombre del campo, y cual Britney Spears besa en la boca a Silvestre en pleno escenario.
Creo que el romanticismo y el matrimonio entre hombre y entorno deben seguir. Esa es la esencia de nuestro folclor. La Fundación de la Leyenda Vallenata debe seguir su papel predominante como escudo que impida que el caníbal del aire comercial extinga los aires tradicionales.
@PinoWlady