Mandela. Madiba. En cualquier idioma todos los diccionarios fueron pocos y los adjetivos cortos para construir el retrato hablado de este hombre que fue superior a la época que le tocó vivir. Jacob Zuma nos dio la noticia contando que su país quedaba huérfano porque había muerto el padre de una nación. El pésame, realmente, fue para todos porque es la tierra la que pierde un sol. Barack Obama ofreció su discurso después que el presidente sudafricano y dijo “Mandela ya no es nuestro, ahora le pertenece a la historia”. Y tiene razón.
Nelson Mandela es un árbol: crecemos bajo su sombra.
Lo suyo no fue fundar una religión milenaria pero bien podría haberlo hecho porque tiene la estatura de los hombres irrepetibles. Lo que digo no es una exageración: Madiba nos devolvió la fe en el perdón. Si una palabra hizo escuela en su legado es reconciliación. Mandela muere sin color de piel porque es tan negro y tan blanco como el país que cambió.
Dice John Carlin, su biógrafo, que Mandela entró a la cárcel lleno de furia y salió sabio. La voz del enojo dio paso a la sonrisa de la esperanza sin perder la fortaleza en las palabras es lo que puedo decir sobre la forma en que siempre lo vi. Busca su foto en la enciclopedia allí donde dice Dignidad. Nació con más restricciones que privilegios aunque haya logrado ser el primer estudiante negro de leyes en su país que dirigió su propio bufete. Obviamente entre los suyos era afortunado pero vivir en un país en el que ser negro no era lo mismo que ser ciudadano y a veces era igual que ser tratado como menos que un ser humano entenderás que aquí hay una dimensión distinta a lo que llamas dificultad. Y justo por eso su luz brilla más allá de su país y su continente.
Es difícil escribir sobre Mandela en esta hora. No sabes qué adverbio usar, si hacerlo en pasado o en presente o en futuro quizás, porque después de muerto sigue caminando. Los golpes que dio contra la piedra en los trabajos forzados en la prisión de Rooben Island fortalecieron su voluntad durante 27 años. Y esos mismos golpes llenaron de humanidad su mensaje.
Fue un prisionero que nunca lograron apresar. Claro que sí encerraron su cuerpo pero nunca a sus sueños de vivir en un país distinto. Prohibieron mencionar su nombre y entonces empezaron a escuchar una leyenda. Ni hoy ni ayer Mandela fue silencio. Y los ríos de palabras de la prensa de este domingo y los que has podido leer y escuchar desde el jueves pasado te darán una referencia mínima del tamaño que logró su cruzada de resistencia plena de humanismo y humanidad. Porque estas pequeñas letras mías no hablan de un santo sino de una persona grande, enorme, que tuvo y mantuvo sus pies en la tierra en que nació, en la arena de la aldea de Qumu, aunque calzara mocasines en el Palacio de Buckingham para tomar un te con la Reina de Inglaterra a la que llamaba simplemente Elizabeth o llevara tenis en la madrugada de Johannesburgo al salir a trotar o tuviera zapatos de cordel en el momento de recibir el Premio Nobel en Oslo. Los pasos de este hombre son el camino que se abre para que generaciones enteras caminen detrás. Y en paz.
Su vida es una lección. Su vida es una novela. Y a la vez es un poema. Como los versos de William Ernest Henley en su Invictus que fueron el mantra de Nelson Mandela en los años del cautiverio.
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma
Son pocos los que al partir no se van, esa es la realidad. Vendrán los funerales de Estado y ante nosotros la despedida que invita al recuerdo y desafía al olvido: la historia contemporánea sólo ha visto un instante así en el sepelio del Papa Juan Pablo II. Todo honor y toda gloria para Mandela por los siglos de los siglos, diré.
Que tomen nota todos aquellos a los que les dicen Mandela y hablan como si lo hubieran conocido. Y luego les dicen proceso de paz y olvidan lo que conocieron de Mandela.
@lluevelove