La primera guerra mundial se negó a irse sola, en su final dejó el rastro de la peste. Un enemigo invisible, al que no detectaron los radares, ni pudieron predecir la física y las matemáticas. No hubo tiempo para descifrar los códigos enigmas como sí ocurrió con las operaciones de asalto y bombardeo. De la pandemia se supo por las calles inundadas de cadáveres, cuando nadie podía esperar cosas peores a las ya vividas. Eran tiempos de hambruna y degradación, de miseria y olor pestilente a barbarie que salía de paredes derruidas, ensangrentadas. Lo poco de humanos que había quedado en pie, lo derrumbó la peste. Lo que no destrozó la guerra lo carcomió el contagio.
Hace 100 años el mundo era disperso y a la soledad se le sumaba silencio. Hoy el mundo es otro, 3000 millones de humanos confinados en sus casas, tratando de estar en línea (on line), junto a una pantalla que emite en directo la tragedia, en la que mientras unos lloran a sus muertos, a otros los divierte el dolor ajeno, y quizá ya afectados mentalmente por el paso arrasador del virus, dedican tiempo a memes, fake news, falsedades y mentiras, que los deleita metiendo miedo entre los huesos y la mente de los más débiles, si el contagio cae sobre ellos, ya no habrá lagrimas para despedirlos. Entonces no había manera de predecir, ni cálculos basados en variables y dimensiones complejas. No existían como ahora preocupaciones por males neuronales, ansiedades, depresiones y sentimientos de soledad especialmente para jóvenes, más inmunes a la peste y más frágiles ante el dolor, nadie estuvo exento de riesgo al contagio y la muerte, cualquiera podía ser trasmisor o receptor, aunque no todos habrían de contagiarse.
La guerra y la peste permanecen juntas, van cambiando al mundo de inmediato, no hay un antes y un después, sino un continuum. La que parecía ser la última guerra a inicios del siglo XX, sellada con el armisticio, fue la antesala de una barbarie peor, instalada por el partido nazi, que destruyó el sentido de ser humano, de humanidad y de dignidad. Aisló en campos de concentración a los que califico de apestados ideológicos para exterminarlos, llevó las condiciones de trabajo a su peor condición creativa, eliminó de la sociedad el espíritu colectivo y arrebató en serie la vida de millones. Nada de eso parece tener relación con la peste de hoy, pero en muchos discursos se repiten coletazos del holocausto vitoreado por fascistas y diseñado con una inigualable maldad puesta a prueba.
Después del contagio, nada será igual, como había ocurrido con la peste negra que cambio las percepciones de la vida y las maneras de organizar al mundo medieval en el siglo XIV. El mundo hace 100 años empezó a ser más rápido y hace 75 las cosas tomaron aún mayor velocidad, en una imagen pasar de la locomotora a la fórmula uno. Los fenómenos se globalizaron y lo que pasa en un lugar repercute en otro. Los dueños del capital, después de la peste o la guerra, siempre se han propuesto recuperar rápidamente lo perdido, así ampliaron los límites del despojo con la conquista de otras galaxias, del espacio, del fondo del mar y del cerebro humano para cambiarle su rumbo. Todo eso ocurrió después de la guerra y la peste de hace 100 años. El holocausto, hace 75 años, se selló con nuevos bloques económicos asociados a sistemas políticos que reinventaron la guerra para dos, pero librada en otros territorios y en el último cuarto de siglo entre bilateralismo y multilateralismo el mundo quedó a merced de trasnacionales que hacen girar sobre su órbita a estados débiles, que deciden quien puede vivir y quien debe morir.
Hoy la peste articula una acumulación de pequeñas variaciones y señala el tránsito hacia nuevas formas organizativas sociales, económicas, políticas, culturales. Turismo, oficios, profesiones, modos de educar y de aprender, no quedarán a salvo, saldrán afectados, se perderán millones de puestos de trabajo, que parecían estables, inamovibles, economías sin rumbo, como el virus, buscarán donde posarse, y habrá vidas sanas serán lisiadas. Las iglesias cerraron puertas, la fe cambia, se ora sin altar, a lo lejos se divisan cruceros aislados en mitad de la mar, aeropuertos sellados, estados de sitio sin levantamientos armados, intolerancias sin destino fijo, psiquis rotas.
Después de la peste, la humanidad quedará agotada, pero lista para recomenzar de otra manera, ojalá con más sentido colectivo que egoísmo, individualización y violencias. La tempestad de lluvias y malas cosechas produjo las hambrunas del siglo XIV y después vinieron guerras sin tregua, hambrunas y nueva peste, que conectó al siglo XX y ahora reaparece en siglo XXI y de la que apenas se sabe que existe. Cuando cese el agotamiento, si es que hay tiempo para el descanso, vendrán mutaciones sociales desatadas por la peste. Siempre después del contagio han florecido levantamientos, grandes movilizaciones, las ha habido de campesinos, obreros, rebeliones contra el orden judicial y financiero, ataques a la propiedad y a la opulencia. Y el orden natural parece aprovechar para recordar cosas y remover la memoria, el darwinismo social anuncia animales de selva que regresan a pasearse en las ciudades solitarias y moribundas, aisladas por la peste y a gentes de ciudad queriendo regresar a la selva, huir para esconder su debilidad y hastió o simplemente buscando sobrevivir al contagio de incognitos, entre soledad y silencio. Sea lo que sea es tiempo de prudencia, paciencia, inteligencia, solidaridad y esperanza, esta batalla contra el virus se gana.