No hay peor ciego que el que no quiere ver. O mejor dicho, no hay peor sordo que el que no quiero oír.
Si algo caracteriza la gestión del arrogante alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, es una serie de despilfarros absurdos y ambientalmente muy insostenibles.
Una época con problemas tan acuciantes como la mala disposición de los residuos plásticos, muchos de los cuales terminan en el mar, o el calentamiento global, obliga a que las autoridades estén mejor capacitadas en desarrollo sostenible, sobre todo en materia ambiental, para que los proyectos y las políticas que impulsen lo sean.
Muy en línea con las políticas de austeridad y gasto racional que deberían caracterizar a cualquier buen gobierno, uno de los principios básicos del diseño sostenible y la buena gestión de residuos sólidos es, como primer paso, evitar materiales prescindibles que a la postre simplemente se convertirán en basura, a falta de esquemas de reciclaje que garanticen su reincorporación en el ciclo productivo.
En un verdadero contrasentido, nunca en la historia de Bogotá como en la actual administración se habían despilfarrado, por ejemplo, tantas bolsas plásticas —millones al año— en el esquema de aseo y recolección de basura de la ciudad.
Son precisamente los operadores de aseo, con el aval de la incompetente UAESP, los que ahora generan más basura plástica con esas bolsas grises que emplean por doquier, supuestamente oxodegradables, pero cuyo uso ha sido revaluado en muchos países dado que, al añadírseles químicos que aceleran su fragmentación, a la postre simplemente se convierten en microplásticos.
Por otro lado, en la actual gestión de Juan Pablo Bocarejo como Secretario de Movilidad, la ciudad se llenó de separadores viales amarillos, la mayoría innecesarios o instalados en cantidades exageradas. Basta decir que se destinaron más de 32.400 millones de pesos a estas obras (contratos SDM-LP-007-2016, SDM-CMA-008-2016, SDM–LP-053-2017 y SDM-CMA-087-2017) para dar una idea de la envergadura de este otro despilfarro, con recursos que podrían haberse destinado a mejores fines.
En la misma línea, también se han instalado cubre-alcorques de caucho verde en muchos andenes para tapizar artificialmente el pedazo de tierra alrededor del tronco de los árboles. ¿Qué va a pasar con ese material, cuya utilidad es cuestionada, cuando se deteriore (lo mismo que con los separadores viales amarillos)? A falta de un buen esquema de economía circular que garantice su reaprovechamiento, simplemente terminarán como basura en el saturado relleno sanitario de Doña Juana, que ya debería subsanarse con una mega-planta de reciclaje.
En las muchas áreas de juegos infantiles y aparatos para ejercitarse que se acondicionaron o mejoraron en parques y jardines, también se privilegió el uso de plástico y materiales sintéticos, pero ¿por qué no haber aprovechado estas inversiones para impulsar diseños y desarrollos con materiales ambientalmente más sostenibles?
Y en otra “joya” de esta irresponsable administración, en este caso a cargo del IDRD, la reciente construcción e inauguración de una pista de BMX justo al lado del humedal El Salitre contribuye a asfixiar este valioso recurso hídrico y ambiental, que no se limita al espejo de agua, pues las coberturas vegetales en su microcuenca, incluidos bosques, contribuyen a su recarga.
Uno de los pocos aciertos que reconozco a esta administración es la adquisición de buses ecológicos para TransMilenio, algo que sin duda se dio en respuesta a las muchas críticas y advertencias que muchos hemos hecho sobre los altos niveles de contaminación por humo diésel (considerado cancerígeno por la OMS desde 2012), que sigue afectando a la ciudad con los miles de buses chimenea que aún circulan con total impunidad.
De modo que, el pretencioso eslogan de “Impopulares pero eficientes”, cuyo antecedente es el igualmente engreído “Bogotá sin carreta”, es fiel reflejo de la arrogancia y los oídos sordos de la actual administración encabezada por el ineficiente y despilfarrador alcalde Peñalosa.