Lamentable: #despidaunmamerto y #nocompreaempresariosuribistas, las dos consignas en clave de twitter difundidas esta semana, son la plataforma perfecta para atentar, finalmente, contra el ciudadano común, el que aún tiene empleo. Ello a nombre de la defensa de ideas políticas redentoras de lado y lado, en una democracia en la que, se supone, nadie puede ser discriminado por sus opiniones políticas o filosóficas.
Son un par de brochazos, rudimentarios, de motricidad política bastante gruesa que retratan una parte de la cultura política colombiana: aniquilar al otro, desbaratarlo, desaparecerlo; en este caso, con la pretensión de privarlo de su fuente de ingresos por ser ´mamerto´ o porque entren en crisis empresas de uribistas.
Sin olvidar que el uso de etiquetas para denigrar de opositores y contradictores, o de minorías, es propio de comportamientos afines a las dictaduras. Hitler obligó a los judíos a portar una tela con la estrella de David en el pecho, antesala del Holocausto mientras la propaganda oficial alentaba a “no comprar donde judíos”. Stalin persiguió minorías nacionales, médicos, intelectuales, que cayeron en sus purgas, previa estigmatización. Los embates del gobierno chino contra la cultura uygur están arreciando en estos meses acompañados de señalamientos infames.
Orgullosas reacciones en favor del despido de mamertos y de proscribir empresas de uribistas han aparecido en las redes sociales: efectivamente, algunos se jactan de estar echando del trabajo a quienes juzgan que no militan en la causa del CD y otros, de suspender las compras a “empresas uribistas”.
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Las dos consignas tienen potencial destructivo porque son practicables por patrones o consumidores y más aún cuando los líderes políticos respectivos no las han desautorizado
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Estas reacciones primarias, unas entre varias, resultan de la detención domiciliaria de Álvaro Uribe decidida por la Corte Suprema de Justicia. Por irrealizables, no vale la pena referirse al llamado a las armas que hizo alguna dirigente del Congreso, ni a la convocatoria de una Constituyente a la que ha convidado otra.
En cambio, las dos consignas de marras sí tienen potencial destructivo porque son practicables por quien tenga la oportunidad, sean patrones o consumidores y más aún cuando los líderes políticos respectivos no las han desautorizado. Creen que con ello despliegan el espíritu patriótico y, también, el revolucionario, según el lado del espectro desde el que se las practique. El saldo es el mismo: en el mejor de los casos, la estigmatización. Y de ahí en adelante, el perjuicio laboral a personas comunes.
Son idénticas en el fondo: ambas apuntan a destruir el empleo. En contexto de pandemia, además.
Claro está que los autores de los lemas podían elaborar un listado más ambicioso, con el fin de lograr la mayor coherencia posible.
Del lado del despida-a-un-mamerto podrían añadirse varios mandamientos, como por ejemplo prohibir la venta de producto y servicios a consumidores no uribistas. Y, como se trata de empresas, suspender las compras a proveedores de insumos sospechosos de mamertismo.
Y así, sucesivamente.
Ya que el término “mamerto” es utilizado por los creadores de la consigna aludiendo a quienes no comparten el credo uribista, caben millones de candidatos, bien para ser despedidos, bien como compradores de los bienes o servicios producidos. En fin, equivaldría a la renuncia a los negocios en nombre de las ideas. Vaya civilizados.
El otro lema, el de no comprarle a empresarios uribistas, no se queda atrás en torpeza y brutalidad. De entrada, una fracción significativa de empresarios, de todos los tamaños según sus volúmenes de ventas, simpatizan con Uribe. Los hay de las grandes empresas y también empresarias de salones de belleza en Arauca o pequeños campesinos del Valle de Ubaté, en donde ha barrido el CD, amplios generadores de empleo. La pureza del planteamiento, pareciera, tiene que ir hasta las últimas consecuencias: cero consumo de bienes y servicios que provengan de empresas en las que sus dueños hayan desplegado cualquier simpatía por Uribe. Asfixiarlas, pareciera el propósito, de manera que tengan que botar sus empleados.
El colmo de la estupidez de lado y lado.
En Colombia caben trabajadores, empleados y empresarios de todas las toldas políticas.
Como nos acercamos, poco a poco, a tiempos de debate electoral, tendrán las mejores posibilidades de éxito aquellos dirigentes que propongan proyectos políticos incluyentes y planes económicos pospandemia en los que los beneficiarios sean empresarios y trabajadores de cualquier opinión política.
@rafaordm