En los años ochenta se llamaba Kristen Mary Houghton. Nació en un suburbio de San Diego. Su papá había conseguido mantenerlos como clase media gracias al éxito de un almacén de abarrotes. Sin embargo, Kristen Mary siempre quiso más.
A los 19 años se metió a trabajar con American Airlines. Su figura esbelta y bien torneada era ideal para los estándares físicos que manejaba para sus azafatas la más prestigiosa de las aerolíneas gringa, pero no duró mucho tiempo en ese trabajo.
En uno de los vuelos conoció a Robert Kardashian, quien desde esa época ya tenía su apodo ampuloso: “El Rockefeller armenio” porque pertenecía a una de las naciones más golpeadas del mundo. El abuelo de Robert había escapado, por milímetros, de la noche de los cuchillos en la que murieron 1.500.000 armenios en el que se considera uno de los peores genocidios en la historia de la humanidad. Cuando Hitler dudaba de la Solución final impuesta al pueblo judío, recordaba el silencio generado por el holocausto armenio y entonces, se calmaba.
Robert hizo una fortuna como abogado. Se graduó en la Universidad de San Diego y, precisamente una de las tragedias más mediáticas de los Estados Unidos, lo convirtió en una estrella a él y, sobre todo, a sus hijas.
Los Kardashian eran íntimos amigos de O. J. Simpson, la estrella del fútbol americano que, además, incursionaba como actor en Hollywood. Él, quien además era su vecino, asesinó a su esposa en junio de 1994. La persecución le dio la vuelta al mundo. Inmediatamente, Kardashian lo defendió y tuvo tal éxito que, a pesar de que las pruebas lo incriminaban, logró que no pagara cárcel.
En ese entonces, Kris Kardashian ya se había enamorado de otra gloria del deporte estadounidense, Bruce Jenner, quien ganó medalla de oro en Decatlón en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976. De Jenner, no sólo le atraía su porte varonil, sino que lo convirtió en un laboratorio con el que lanzaría su propia carrera como manager.
Vendió caro a su marido al convertirlo en la imagen de varios comerciales y cobrar millones por aparecer segundos en pantalla. Su hija Kim empezó a volverse íntima de Paris Hilton, cuando la heredera de los hoteles empezaba a vender su imagen como una de las bellas artes. Luego, Kim empezó a ser asistente de Paris y, mágicamente, apareció en la red un video de ella teniendo relaciones con su ex, Ray J.
Algunos biógrafos de las Kardashian han afirmado que fue la propia Kris quien filtró el video de su hija para encumbrarla en la fama. Porque, justo cuando bajaba el oleaje del escándalo, se anunció el reality show de las Kardashian. El piloto del reality no convenció a nadie. De hecho, en Hollywood, después de la primera temporada, nadie creía que esto iba a romperla hasta cuando el creador de American Idol, Ryan Seacrest, lo vio y lo impulsó. Y entonces, empezaron 20 temporadas que encumbraron a las Kardashian como una marca multimillonaria. Se estima que Kris llegó a atesorar 60 millones de dólares.
Una de sus biógrafas describe de esta manera a la trepadora y brillante abeja para los negocios: “estamos viendo, con el divorcio de Kim y Kanye, que la marca Kardashian Jenner es lo primero y más importante para Kris. Cuando una relación empieza a quitar brillo a su marca, los hombres de sus vidas se vuelven prescindibles y hay una larga lista de hombres que, una vez que perdieron el derecho a sus abrazos, desaparecieron de sus vidas (Kris Humphries, Travis Scott, Tristan Thompson, Scott Disick) y todo porque la marca Kardashian es de suma importancia para Kris”.
Las Kardashian, para bien o para mal, le deben a Kris su fama y un sello que vale millones de dólares.