Dos despedidas han marcado este inicio de 2017. La primera se dio el pasado martes en Chicago, Illinois. Ante su ciudad adoptiva, en la que ejerció como líder comunitario y buscó sus primeros votos, un canoso e inspirado Barak Obama revisó sus ocho años de presidencia, derramó lagrimas con su familia y se embarcó en importantes reflexiones sobre la democracia, el sueño americano, la voluntad de los padres fundadores y los riesgos y amenazas que actualmente enfrentan las instituciones y los principios liberales.
La vida misma del saliente presidente de la democracia más antigua del planeta es un ejemplo de esperanza, fuerza transformadora y del poder de las ideas, la palabra y el Estado de Derecho. Cuando Martin Luther King Jr., en su discurso frente del monumento a Abraham Lincoln, le dijo al mundo entero que el soñaba con una nación en la que sus cuatro hijos fueran juzgados por el contenido de su carácter y no por el color de su piel, estaba pensando en “Obama”. Hijo de inmigrante africano y madre americana, educado en su infancia en Indonesia y Hawái y luego politólogo y abogado de dos grandes universidades americanas, Barak es un ejemplo de talento y disciplina, pero también una prueba viva de cómo las sociedades se pueden transformar. Obvio que el racismo no se acabó con su llegada a la Casa Blanca, la elección de su sucesor da cuenta de eso, pero su triunfo demostró, cincuenta años después de la legislación que reconoció derechos civiles a los afroamericanos, que los avances en temas de igualdad y los cambios culturales frente a los descendientes de esclavos son reales y no pueden ser desconocidos.
Ocho años sin escándalos,
ocho años fortaleciendo la democracia liberal,
ocho años defendiendo una ampliación de derechos para minorías
Sus ocho años en la oficina oval no estuvieron exentos de momentos difíciles y de errores. La oposición republicana instaló una estrategia de bloqueo sistemático de sus iniciativas y muchos, incluyendo al presidente electo, se ensañaron con la versión fantasiosa y grosera de que había nacido en África. En la reciente campaña se dijo que él y Hillary Clinton habían fundado Isis, y que durante su gobierno se incrementó la criminalidad y se perdieron más trabajos que en cualquier otro periodo de la historia reciente. Mentiras. No obstante los ataques y señalamientos malintencionados y racistas, el primer presidente afroamericano eligió el camino de la decencia, el respeto, la razón y la institucionalidad en el desarrollo de sus relaciones políticas internas e internacionales. Ocho años sin escándalos; ocho años reivindicando y fortaleciendo la democracia liberal, sus instituciones;, ocho años defendiendo una ampliación de derechos para minorías y grupos vulnerables. Tal como lo dijo en su discurso: seguridad social para veinte millones de personas antes desamparadas, desactivación del programa nuclear iraní sin disparar un solo tiro, apertura de relaciones con Cuba y su gente y matrimonio igualitario. Incluso quienes difieran con su ideología tienen que reconocer que llegó, ejerció, y ahora abandona su investidura, con dignidad y altura. Su paso por el cargo más poderoso del mundo fortaleció la figura presidencial americana y la política como actividad.
Álvaro Uribe Moreno, cuasiabogado, pensador, empresario,
educador, líder gremial, consejero y hombre de inmensa fe,
cerró su viaje de “bondad, verdad y belleza” por este mundo
La segunda despedida, también el martes de esta semana, fue mucho más cercana, íntima y triste. Álvaro Uribe Moreno, cuasiabogado, pensador, empresario, educador, líder gremial, consejero y hombre de inmensa fe, cerró su viaje de “bondad, verdad y belleza” por este mundo. Necesitaría mucho espacio para contar la vida de este líder antioqueño que dedicó su inteligencia y talento a la educación superior (cuarenta años en el Consejo Superior de la Universidad EAFIT), a la salud (cuarenta años en la Junta del Hospital Pablo Tobón Uribe), a la generación de empleo (más de 1500 en diferentes empresas) y al apoyo de diferentes proyectos sociales pero quiero recordar algo que siempre me impactó y que sin duda habla sobre su dignidad y humanidad. Álvaro Uribe Moreno vivió de cerca el conflicto armado de nuestro país. Finalizando la década de los 90 padeció el atroz secuestro de una de sus hijas por parte de la guerrilla. Recuerdo su estoicismo, su entereza, pero sobre todo siempre admiré su capacidad para evitar el rencor y para pasar esa dolorosa página. Años antes ya el conflicto había tocado su vida, en 1985 el Ejercito, ejecutando la guerra sucia y pensando que “liquidaba” guerrilleros sobrevivientes del Palacio de Justicia, asesinaba a sangre fría a su íntimo amigo, el brillante magistrado auxiliar Carlos Horacio Urán. Ninguno de estos golpes quebró su inmensa fe en el ser humano, en la democracia y en sus instituciones. Su vida es una testimonio fiel del poder del amor, de la capacidad de construir puentes y de la coexistencia entre la razón y la fe católica.
Despedir estos dos grandes seres humanos, uno por mandato constitucional y el otro por el llamado de su Dios, me sirve para reafirmar los propósitos de este 2017: nada con rabia, nada de rencor, respeto por la verdad, energía para todo lo que dignifique, esfuerzo por la reconciliación, humor como antídoto, disciplina en las labores y empatía con los que sufren.