…y la muerte tan cerca y este pueblo tan indolente... cuando no hay nada más hondo que una ausencia admitida. Ahora, nos dolerá la beligerancia, ahora vendrán por nosotros y no habrá a quien le importe.
Se va el más sabio de todos, justo en el momento en que falla la jurisprudencia, en que la justicia no es ciega; si no, que en el país del sagrado corazón es discapacitada mental y carente de forma tangible, pues al imperio de la ley lo gobierna solo el CBY y las camarillas.
Se va porque su mente brillante, en estos tiempos aciagos de oscurantismo medieval, se vuelve tan funcional como una ballesta en la guerra nuclear.
Se va, porque es mejor ir a la eternidad, que ser actor de esta realidad ingrata. La única fortuna es que la luz de su profunda ideología no fue apagado por el plomo, si no que se agoto como el tenue resplandor de una dulce candelilla; paso el “sereno” y extinguió la bujía, dando paso al brillo artificial del oropel de esas nuevas camarillas, que hoy ocupan como pulpos megalómanos los otrora sacros recintos de la justicia. Pobre patria se queda sin héroes y tampoco estará el Chapulín para defendernos.
Cuantos momentos de efervescencia y calor han pasado, sin que movamos si quiera el dedo de la protesta. No es estar al margen izquierdo de las hojas del árbol de la vida, es ser raíz, es ser tronco, es ser rama, para poder dejar fruto y eso si que lo entendió cabalmente el gran ilustre maestro Carlos Gaviria Díaz. Honrando su buena cepa antioqueña, culminó mi despedida diciendo “si quiera se murieron los abuelos, con esa muerte elemental y simple” y “…sin ver como se mellan los perfiles.”
Grande Carlos Gaviria Díaz! Que el Magna Opifice Universi se sirva también de tu luz ahora enterna
