Si antes del coronavirus la desnutrición afectaba a gran parte de la población infantil, después del confinamiento obligatorio para prevenirlo, la situación se ha agravado, especialmente entre los miles de niños que desde jardines infantiles, escuelas y colegios públicos recibían alimentación subsidiada por el gobierno.
El incremento en ayudas en dinero y remesas para las personas de bajos recursos dispuesto por los gobiernos nacional, departamental y municipales, para vinculados a programas como Familias en Acción, Adulto Mayor, Jóvenes emprendedores , etc, ha tratado de aliviar la emergencia, vivida con mayor crudeza en las grandes ciudades, donde los altos costos de la vivienda, alimentación, artículos de uso personal y servicios públicos, ponen en aprietos a la mayoría de población con bajos salarios, a la que vive del rebusque diario o está desempleada.
En estas circunstancias en la mayoría de hogares con varios niños y adultos por alimentar, ante la dificultad para surtir las despensas, improvisan meriendas de supervivencia, como lo hacen grupos de venezolanos varados, buscando por lo menos “quedar llenos”, con los alimentos que dispongan, y sin hacer, por sustracción de materia, el balance nutricional apropiado entre lácteos, carnes, huevos, hortalizas, leguminosas, frutas y verduras frescas, y otros alimentos que aporten proteínas, carbohidratos y vitaminas esenciales para el desarrollo de un sistema inmunológico en capacidad de generar defensas contra diversas enfermedades, y de los tejidos y órganos de los huesos, músculos, de los sistemas circulatorio, sanguíneo y nervioso de los cuerpos infantiles en acelerado crecimiento.
Ante la paralización de la mayoría de trabajos, dificultades para la movilidad y generación de ingresos, en el encierro de la cuarentena se agrava la “desnutrición estructural”, que afrontan muchos niños desde vientres de madres mal alimentadas y en muchas ocasiones solteras o maltratadas por sus parejas, estresadas y sin suficiente leche para amamantarlos.
Muchos de estos hijos a medida que crezcan, además de maltratos en hogares hacinados y conflictivos, serán sometidos a teteros cargados de azúcar y carbohidratos que los exponen a malnutrición enmascarada por la obesidad que será la cuota inicial para la diabetes y otras enfermedades.
En las regiones apartadas del país, donde las mafias de distinta procedencia e intereses han obligado a la mayoría de la población a cultivar y procesar coca, la situación se complica no sólo por la dificultad para conseguir alimentos. También porque deben beber y prepararlos con el agua contaminada por desechos químicos utilizados en la minería ilegal y el procesamiento de cocaína, más las escasez de productos de como el plátano y la yuca afectados cuando fumigan los cultivos de coca.
También por el angustioso desplazamiento al que sorpresivamente son obligados cuando bandas rivales se enfrentan por controlar los cultivos, laboratorios y rutas para transportar los cargamentos por trochas, ríos y esteros del Pacífico.
La población infantil es la que más sufre en estas huidas angustiantes, pues deben soportar hambre y sed en medio del pánico generado por explosiones y tableteo de ametralladoras que escuchan cerca de sus viviendas que deben abandonar precipitadamente intentando salvarse.
Este encierro obligatorio, además de la insuficiente alimentación y la falta de movimiento y juegos en los niños y adultos mayores, también puede incubar traumas sicológicos, sobre todo en las familias hacinadas en las ciudades.
Las ollas comunitarias, la agricultura urbana, en barrios como La Paz, en Popayán, y la recolección de frutas de cosecha, como las guayabas y cítricos que dejan perder en los árboles, son algunas salidas recursivas asumidas para optimización de ayudas y alimentos que logren reunir las comunidades urbanas y rurales para sortear la cuarentena.