La desigualdad en el acceso a las vacunas que se está dando y que se preveía es tal vez es la mayor torpeza global. Esto se puede notar con las últimas declaraciones de Tedros Adhanom (director de la OMS) sobre la injusticia en el acceso a la vacuna en el mundo, deja entrever que la agudeza colectiva sobre el bien común queda restringida a grupos comunes, pero no a un objetivo común. No es de sorprender que los países más ricos del mundo quieran acaparar la mayor parte de las dosis que ellos mismos ayudaron a financiar en el proceso de investigación y producción, esto casi que es natural en el entendido utilitarista. No obstante, se ha avanzado lo suficiente para que la evidencia social muestre que el cooperativismo genera óptimos sociales más amplios, con un coste social menor y con un mayor bienestar de corto y mediano plazo.
En este momento la desigualdad en el acceso a la vacuna no se limita a las comunidades pequeñas, sino que se ha mostrado como un problema de la aldea global, donde la gente más joven y sana de los países ricos tendrán acceso a la vacuna primero que las personas vulnerables de los países pobres. Esto más allá del dilema moral —el cual es evidente— muestra una pérdida de bienestar social que inevitablemente afectara también a estos países ricos con el tiempo por la caída en el consumo agregado mundial y un aumento poco estable de la deuda. Todo ello porque que este tipo de conductas de acaparamiento —como ocurre en la mayoría de los mercados— siempre son contraproducentes en el mediano y largo plazo, puesto que pueden prolongar la pandemia, retrasar la inmunidad de rebaño y lo más importante restringir el crecimiento y consumo de la población más pobre del planeta, lo que provocaría un aumento sin precedentes de la pobreza extrema.
Lo anterior solo logrará ampliar el sufrimiento de millones de personas y el costo económico será aún mayor para estas regiones de lo que ha sido en crisis anteriores. La pobreza también es un dilema y un costo que se retroalimenta con situaciones como la actual, donde las trampas de pobreza se ven sostenidas por la falta de óptimos sociales provenientes del utilitarismo de las naciones más ricas y su falta de visión social más amplia.
La esperanza esta puesta en el mecanismo COVAX con la participación de la de 180 países, incluido Colombia, y que permite luchar contra esta desigualdad global (y en países como Colombia permite superar a corto plazo la negligencia absurda del gobierno). La idea de esta plataforma es generar un grupo con mayor poder de negociación con las farmacéuticas y que al tiempo evite este acaparamiento de vacunas, llegando a negociar, hasta este momento, más de 2000 millones de dosis de 5 productores, que servirán de soporte mundial, no obstante generar este óptimo social no será fácil si los países ricos en su afán por salir de la crisis económica presionan a las farmacéuticas para tener dosis para la población más joven y sana dejando sin vacunas a la población vulnerable de los países pobres.
No es racional, pero tampoco deja de sorprender, que muchas personas piensen que la sola competencia y el acaparamiento generan alguna especie de bienestar común. Este tipo de comportamientos alimentan la inseguridad global, limitan la recuperación económica y, lo más importante, provocan un aumento innecesario e injustificado de muertes en el mundo por falta de acceso a una vacuna y por la falta de sentido común social de los gobernantes.
Por último, vale la pena recordar que el bien común no es otra cosa que la búsqueda de un máximo de bienestar para toda la sociedad. Ello implica que las acciones y toma de decisiones de las instituciones creadas bajo el imaginario social mismo deben cumplir este contrato social. Por ello, ofrecer acceso a bienes y servicios esenciales —como la vacuna— a los más vulnerables es también respetar este imaginario social que se dio en la evolución, no hacerlo es simplemente ir en contra de los mínimos evolutivos de la especie.