Estado fallido, los colombianos exigimos reformas, pero no estamos dispuestos a permitirlas. Igual enredo genera cada rama del poder; debido a la Aversión a la Pérdida de privilegios, nadie cede y todos sabotean la verdad, justicia, reparación y no repetición. ¿Cuáles otros lastres, traumas o trastornos necesitamos superar?
Falta de claridad y comunicación. Las pocas alocuciones de Petro son discursos de activista o candidato: no jefe de estado. Además, abusa de la red social X, que no es un canal democrático ni institucional. En ese espacio, actúa como “Mr. X”: un personaje de Los Simpson que denunciaba conspiraciones tan absurdas como potencialmente veraces.
Allí terminó deshonrado a Filomena, la heroína griega que fue castigada por decirle verdades al poder; además, se dirige a los “nadie” usando conceptos que no entienden como el “poder constituyente”, que alterna con asamblea y “fast-track”.
Disonancia cognitiva, actitudinal o moral. Abunda la incoherencia entre los compromisos y comportamientos; quienes disfrutan responden con descaro, distorsionando las justificaciones por sus recurrentes incumplimientos, o pagando favores para acallar el ruido. El gobierno del cambio terminó reproduciendo la misma corrupción de medios y fines que criticaba al establecimiento.
Laissez faire, laissez passer. Desconectado de su equipo, Petro nunca tuvo el control del gobierno pues aplicó el anárquico mandato neoliberal: dejó a cada cual hacer lo que quisiera, y nunca intervino para dirigir. Nadie rinde cuentas ni reconoce las consecuencias indeseadas, porque, debido a la incompetencia estratégica, errática gestión y continua improvisación, todos ignoran cuáles son las prioridades, su costo-beneficio y estatus [semáforo].
Delirio. Soberbio, perjura que el cambio está en marcha y abusa del sesgo de confirmación -por conformidad-. Carece de retroalimentación y empatía porque su escucha es selectiva, y disocia su responsabilidad ridiculizando o criminalizando la información contradictora.
Fatiga del cambio. En una época volátil, incierta, compleja y ambigua, el cambio es continuo y acelerado. Sin adecuada gestión, la falta de focalización termina canibalizando las iniciativas o dispersando los escasos recursos disponibles para la «cocreación», los ajustes y la consolidación de la nueva normalidad propuesta.
Y en el país del adanismo, las reservas de paciencia están agotadas. Además, el mal denominado gobierno del cambio dio papaya porque no radicó las reformas el 7/7/2022. En el menos malo de los casos, tal como sucede con la implementación de proyectos tecnológicos, las pocas enmiendas que se aprueben serán «liberadas» con tantos defectos o fallas como los que pretendían corregir, o parecerán obsoletas porque, para entonces, el ambiente estará tanto más degradado.
Saciedad semántica. Hay desconfianza institucional, hartazgo emocional y desesperanza moral, que refuerzan la aversión o resistencia al cambio. De hecho, cambio y reforma son palabras que terminarán siendo innombrables, pues perdieron correspondencia, sentido o propósito, tras tanto repetirlas y manosearlas en cada monserga.
El cambio se quedó estancado en “primera”; creyó que la elección era la cúspide, y desde entonces su popularidad empezó a descender porque ignoró que tenía “pendientes” por recorrer. Desesperada, su reacción fue implantar un tratamiento caracterizado por el desplante: rechazó replantear su talante, y terminó varado, sufriendo tantos problemas de embriague como de embrague, que le quitaron potencia al motor del cambio.
Incertidumbre, Miedo y Desconfianza. Petro hizo trizas sus promesas electorales, y los acuerdos gestados por su equipo. Y el “remezón”, anunciado a cuentagotas mediante redes, esencialmente terminó afianzando la indebida continuidad de los segundos al mando.