Antier fue un día de aprendizajes y reflexiones, sin proponérmelo.
Tenía pensado ver una película (algo que solo se puede hacer en una sala de cine, con luz apagada y ojalá sin crispetas y sin sushi) que me había recomendado mi hija de 13 años y me habían emocionado tanto sus comentarios, que era una obligación hacerlo.
Pero después de meses de lluvia, un día soleado puede cambiar el rumbo y decidí salir a caminar por el centro de Bogotá.
Y la sorpresa fue in crescendo, me topé con la marcha LGTB…+. Hace años también coincidí con las primeras marchas gays en Bogotá y se hizo anual mi cita con los pioneros en salir del closet. Dos cosas me motivaban, una, ver cómo la sociedad cambia y se expresa, pero en esa época solo salían los gays confesos que venían dando la pelea por defender su condición sexual y personal. Otra, mi condición de fotógrafo que tenía una ocasión para ver esos contrastes de belleza y tanto color aunado. No recuerdo, pues todo nos llega tarde, si la bandera multicolor de lo lgtbi…+ ya existía.
De esas primeras marchas me llamó la atención que los travestis, que usaban los mejores y caros atuendos carnavalescos, tenían su patrocinio, e inmediatamente surgía la siguiente duda: ¿quiénes eran los hombres de los Mercedes Benz que los escoltaban y les suministraban las dosis necesarias de alcohol y otros nutrientes? ¿Qué papel jugaban? Era simplemente un capricho exótico o claramente los mozos que aprovechaban las esclusas de la fiesta pública para empezar a afirmarse en la doble condición de hetero y homo.
En esas primeras marchas también aprendí las dificultades que tenía para conquistar a una amiga, y su pasión y deleite por lo gay, me despejó el sortilegio.
Los carnavales, como última licencia sensual y sexual que el cristianismo tolera para sus pecadores afligidos y culpables antes de la semana santa, significa un respiro. Y así, la fiesta se fue convirtiendo en esa posibilidad de expresión de una homosexualidad cohibida con licencia social y familiar para ventilar públicamente algún secreto escondido.
Pero retornando al encuentro casual con un marcha por el orgullo gay, esta vez, fue bastante sorprendente.
Como activista político, he participado en cientos de marchas propias y ajenas, pues es un buen pulso social y político, y nunca en mi vida había visto tal torrente de gentes en la calle en un clima de alegría y celebración; pero también desafiante y trasgresor. Durante dos horas y media vi desfilar miles y miles y miles, quizá habían empezado a organizarse y marchar desde las 11 a. m. Pero me situé a las 2 p.m. en la carrera 7ª para establecer mi paneo, justo frente al Museo Nacional, el real Panóptico. Imagino que la Plaza de Bolívar, objetivo final, estuvo al tope.
Me atrevería a decir que hubo unas cien mil personas marchando y que ninguna podía saber la magnitud de lo que estaban protagonizando. Era un solo grito claro de libertad y dignidad, pero sobre todo de desahogo, de afirmación, de rechazo a lo establecido, de exigir que se les dejara vivir como les diera la puta gana.
Hubo pequeños pero muy dicientes carteles que hablaban de una participación más espontánea que organizada de miles de marchantes: “La homosexualidad no es contagiosa, pero genera gusto” y la más atractiva: “Besos gratis”, porque después de una pandemia que asfixió la libido y parece que la dejó en cuarentena, esa propuesta era la más revolucionaria que un marginal puede encontrar.
La diversidad fue absoluta y llamaba la atención que un grupo de británicas y otro de alemanes sacaron banderas o pancartas reivindicando su condición y su nacionalidad. Belleza y fealdad, obesidad y esbeltez, ricos y pobres, TODOS al unísono: juntos en el grito rebelde, aunque diversos.
Los negros estuvieron presente, pero fueron escasos. Hubo algunos orientales y otras minorías significativas, pero lo que más me aturdió fue la presencia de niñas -más que niños- entre 12 y 15 años, un cálculo personal, que no solo estaban pintadas en cuerpo y alma, sino que se les sentía participar con decisión.
El mundo está cambiando, pero Colombia parece mas impulsada. Creo que esta extraordinaria marcha converge también en esa movilización nacional que cambió la historia de Colombia y le dijo basta a los abusos y la violencia de 200 años de vida “republicana”. Este nuevo AIRE que se respira y se comparte, esta corriente de optimismo complaciente aunque con dudas o, mejor, precavido, pero muy positivo; permea a todos los que luchan o han luchado en Colombia por todas las causas. Estos torrentes de la historia son los que hay que identificar y aplaudir para dar los saltos sociales y generar los espacios para que el libre albedrío, esa vieja aspiración humana, se desarrolle plenamente. Eso contribuye a afianzar la esquiva PAZ de Colombia.
Una pareja joven que estaba también de miranda entabló conversación conmigo y este es el resumen: mucha gente joven, una mayoría de mujeres, muchas chicas preadolescentes; y preguntando, afirmé algo que vengo sospechando hace años: los heterosexuales somos minoría actualmente, ya. Ellos rieron asintiendo.
Cerveza y humos de todo tipo fueron fértiles, pero no podía faltar la dictadura de las selfies en la marea. Millones de fotos pero más de selfies fueron la pauta y todos dispuestos a posar con sus atuendos, piercings, pinturas y tatuajes, desnudos -piel, mucha piel al aire- disfraces, carteles, pelucas, uñas coloridas y más piel. Debe ser liberador salir a la calle sin calzón, mostrando el culo a través de una abertura larga, pero discreta.
No soy correcto políticamente, ni en ningún renglón. No soy capaz de retener todas las variedades sexuales y humanas que han surgido en estas luchas liberadoras. Lo que sí creo es que el alfabeto ya no dará cuenta de tanta nueva realidad, pues sus letras son limitadas frente a la inabarcable condición humana. Me resisto a usar esos “las”, “los” y “lxs”, que se han puesto de moda y todas sus derivaciones correctas. A lo que sí me comprometo es a seguir respetando cualquier condición y manifestación pública y social de todos los que vivan plenamente la vida y luchen contra tanto obstáculo de esta sociedad católica, hipócrita, provinciana y represiva.
Las batucadas, los grupos musicales, algunas carrozas, muchas banderas, paraguas y bandas en el pecho cierran estas cortas notas sobre un día inolvidable, pero confesaré una trasgresión a la que accedí. En un mundo normado contra los besos y el sexo por pandemia, me dejé seducir por el beso gratis de una joven coqueta que me lo dio sin resistencia de mi parte. Caí felizmente, sin advertir consecuencias, ¡que liberador! Ya había olvidado que era un beso.
Yo también cambié, decidí denominarme lesbiano, la hora de lo oral.