Puedo afirmar que nunca había visto tanta gente unida por el desconcierto, la desilusión y el desacuerdo con las actuaciones y las políticas públicas de un gobierno nacional e incluso, del gobierno local. Aunque no fue suficiente y por ello es por lo que aún continúa el paro. Podría decir también que hasta los ladrones han salido a marchar. Hasta ellos están poco contentos con lo que sucede cada día en Colombia. Ya no tienen nada que perder y saben que ser malo o bueno da lo mismo en este país. Incluso, como ciudadana da más temor que lo coja a uno un policía o el Esmad en plena marcha y lo torture por solo estar allí, que si un ladrón lo atracase y le quitase todas las pertenencias.
De ellos (los ladrones) se sabe qué esperar, pero del Estado o la Fuerza Pública, que se supone debe ser garante de los derechos humanos de los habitantes, se puede esperar cualquier cosa y como se dice en el lenguaje coloquial, en cualquier momento, se podría recibir de su parte (Estado o Fuerza Pública) "una puñalada trapera". De manera cierta, algo de lo más bajo y que a estas alturas del partido no sorprendería a nadie. Por supuesto, lo anterior es una generalización, y hay que decirlo, los policías de igual modo han sido objeto de agresiones, pues ellos también son seres humanos y sujetos de derechos. Ellos también merecen respeto.
Ese jueves, 21 de noviembre, fui testigo y participé la mayor parte del tiempo de una marcha pacífica, en la que, en el punto de encuentro (La Plaza de Bolívar), como no podía faltar, los infiltrados empezaron a bajar de manera agresiva las mallas que cubrían a la alcaldía en la Plaza de Bolívar y a tirar piedra. Allí, el Esmad comenzó a sacar a todos iniciando con los infiltrados, pero con una fila por delante de niños, jóvenes, adultos mayores y hasta padres con bebés en brazos. El Esmad los expulsó (me incluyo) como a perros y a punta de gases lacrimógenos. Frente a estos desmanes, se ha defendido la institución, así como el gobierno afirmando que es su deber y, siendo, así las cosas, por unos pocos, pagaremos todos.
Por otro lado, en todo el recorrido de la protesta, algo que hizo eco fue una constante frase con la que me uní a cantar en coro: "Uribe, paraco, el pueblo está verraco", adicional a los cantos alusivos a Duque en forma despectiva y que se oían en todos los rincones. Un recorrido de más de 20 kilómetros, de 14 horas y un poco extenuante con la participación de varios partidos políticos, de distintas organizaciones y de la sociedad civil indignada por lo que está sucediendo. No de izquierdistas y comunistas o convocados por Petro como se ha dicho en varios medios.
Estando al frente de la casa de Duque y ya pasadas las 10:30 p.m. mojada hasta los huesos y con un cansancio más físico que mental, la satisfacción de haber marchado de forma pacífica fue inclusive mejor que quedarse en casa. Además, mucho mejor que publicar una foto en las redes sociales comiendo palomitas y viendo una película o las noticias de la marcha en televisión para no arriesgar la salud o la vida.
Fue un ejercicio democrático, cultural, artístico, creativo (como se quería). Pero en la tarde se tornó violento por culpa de la Fuerza Pública y de unos pocos desadaptados de los que no se sabe a ciencia cierta cuántos de estos encapuchados, eran infiltrados. En este caso, no me apresuraría a decir, si todos lo eran.
En definitiva, se trata de un paro nacional en el que estoy segura hasta los ladrones han asistido a protestar cansados de la situación del país, pero por supuesto, no más importantes que la mayor parte de colombianos de bien, los que no robamos, que sí trabajamos, y, que, además, también estamos hartos de todo.
La segunda marcha del 27 de noviembre es otra historia.