¡Tanto se ha dicho de la literatura! Que aumenta el conocimiento e intelecto. Que la buena-de-verdad, nos interroga, nos libera de prejuicios y nos pone a dudar. Dicen también, que nos permite vivir con los zapatos de desconocidos y viajar a lugares inexplorados. También afirman que esta es esencial en la formación de hombres tolerantes, críticos y conscientes. Todo tipo de textos y autores han escrito sobre la relevancia de la literatura. Sin embargo, el escritor francés, Jean-Paul Didierlaurent ha encontrado la mejor forma de elogiarla: por medio del oficio mismo.
Su obra “El lector del tren de las 6.27”, relata la vida de Guibrando, un anodino que solo le encuentra sentido a su vida por medio de la letras. En el tren matutino, Guibrando da inicio a un rito sagrado: la lectura en voz alta extractos de textos, ante el asombro y la ansiedad de los viajeros. Lee “pieles vivas”(cómo denomina las hojas sueltas de los libros), que son retazos de libros, sin relación alguna entre sí, y que conformaron alguna vez quizá una historia, un poema, un pasaje o algún diario.
Este empedernido lector no lo hace para entretener a los viajeros. Lo hace porque el acto de leer y transformar esos símbolos y tinta en realidades es la única forma que él conoce para liberar aquellas palabras de sus pieles. Sin embargo, Guibrando, como todos los hombres, vive de su propia contradicción: es salvador de estas pieles, porque también es su verdugo.
Su oficio consiste en operar un inmenso monstruo, la Zestor 500, una máquina de mil caballos de fuerza que devora los cientos de libros que no se vendieron o que nadie quiso leer. Ante el descuido del jefe de la STRN (Sociedad de Tratamiento y Reciclaje Natural), Guibrando se sumerge en las fauces metálicas de la devoradora de libros para rescatar aquellas hojas que sobrevivieron de la destrucción. Son esas mismas, las llamadas a encontrar la libertad en sus lecturas matutinas.
Un elogio a las letras que se ve reflejado en la construcción de todos y cada uno de los personajes. El vigilante, que habla en versos alejandrinos; el antiguo operador de la Zestor 500, que dedica su vida a recuperar todo el tiraje de una edición de un libro; una princesa, cuya vida sólo conocemos por sus textos; y claro, los oyentes de las lecturas, cuyas reacciones ante las palabras revelan ese mundo sensible que todos llevamos dentro.
Una historia que pone en evidencia la importancia de la literatura, donde la quimera solo llega cuando el lector despierta las palabras y las llena de significado. El relato nos recuerda que las lecturas siempre serán determinadas por el lector, o el oyente, cuyas circunstancias determinan su interpretación. La experiencia, así como los sentidos, anhelos, y frustraciones, terminan siendo el filtro que le da ese sentido único y personal a nuestras lecturas. Ese efecto personal y exclusivo sobre las letras es lo que las hace tan imprescindibles en nuestras vidas.