Es más que paradójico que desde diversos países del planeta vengamos a Cuba, “la patria de Maceo y de Martí”, como dice la popular canción, a hablar de un tema aterrador, como lo es la guerra nuclear.
Porque cada vez que en mis sueños tuve a Cuba la veía como una muchacha traviesa, un poco alocada, que vivía para el son, el mambo, la salsa, el cha cha chá, y cualquiera de los ritmos que son sello de identidad de la isla en todos los lugares de la tierra.
Es incomprensible que lleguemos hasta aquí en medio del azul del mar a pensar en el horror de la guerra que nos amenaza. Es extraño que lleguemos hasta “San Cristóbal de La Habana”, su antiguo nombre, una ciudad bulliciosa y alegre, a implorar contra el horror de un posible holocausto que pueden ordenar los poderosos de turno, quienes se creen seres superiores y con derecho a ordenar la hecatombe universal.
Yo hubiese preferido que una mulata cubana, olorosa a brisa marina, me ofreciera un mojito y que fuera guía para desperezar mis piernas, siempre sordas a cualquiera de las músicas que a otros ponen a volar en un salón de baile.
Es más incompresible aun que los poetas, los obreros de la palabra, los constructores de esperanza, de amaneceres y soles, seamos los llamados a gritar un alto a la posibilidad de que la especie humana sea aniquilada de un solo manotazo y el hecho sea señalado por un hongo horroroso que se eleve al cielo.
Tenemos derecho al planeta que nos tocó en suerte y aquí vale la pena citar a José Martí: “Para pedestal, no para sepulcro, se hizo la tierra, puesto que está tendida a nuestros pies”.
Yo quería estar en Cuba para saludar amaneceres desde La Cabaña y despedir el día desde El Malecón, en donde el sol en cada atardecer pinta gratuita y por su cuenta de rojo el horizonte para que los enamorados disfruten más sus besos.
Pero uno se cuestiona a cada instante la condición humana, nuestra intolerancia para compartir la vida. Somos depredados por el hombre, nuestro hermano de viaje en el planeta. El enemigo más eficiente de la especie humana somos nosotros mismos.
Yo quería estar en Cuba para rendir un homenaje a la memoria de Martí y a la imponencia de la imagen del “Che” que se exhibe en la Plaza de la Revolución, un lugar en el que se ha cantado la libertad del hombre y se han sublimado los actos revolucionarios que han dado dignidad al ser humano en cualquier lugar en el que con sus luchas ha buscado la liberación.
Estoy aquí solidario frente a la guerra, alzando mi voz en contra de quienes ordenan la matanza en un acto demencial en contra del hombre.
Estoy aquí como un obrero de la palabra, tan asustado como los miles de congéneres que piden la paz, que claman que cesen las posiciones arrogantes y que rescatemos nuevamente la ternura para vivir la vida que nos toca.
¿Qué nos queda a quienes somos solamente servidores de las palabras? Seguir provocando pequeñas emociones en el alma, continuar escribiendo buscando transformar en mejores seres humanos ese barro que somos y cambiar nuestro miedo en esperanza.
Espero que esta isla me rescate, que me devuelva a mi patria lleno de amaneceres y de soles, que sea capaz, en cualquier parte cuando suene la salsa, de bailar y recordar su gente y sus colores.
Los palabreros, los que usamos la tinta como bandera, quienes somos los notarios de los sucesos cotidianos y nos esforzamos por crear sueños y mundos mejores, debemos aportar nuestro talento porque ya es la hora de dejar de lado aquello de “sacrificar un mundo para pulir un verso” y por el contrario motivar, desde nuestras voces, la dignidad por la vida y un destino feliz para los seres que habitamos el planeta.
Por eso comparto este poema oración
Poema –oración
No quiero la guerra
Ni grande ni chiquita.
Vengo de una patria
Que luce persistente
Una rosa de sangre
Sobre el pecho.
Yo que crecí en la guerra
He visto como el llanto
Oculta el horizonte
Y he visto a las mujeres
Sepultar a sus hombres
Que les daban ternura.
No queremos vivir
Con un fusil apuntando
A nuestros sueños
La guerra
Que se vaya de paseo
Que se pierda en la noche de la historia
Que se muera la guerra…que se muera…
Que los poderosos no ordenen más la muerte
Que tengamos un mundo
Donde no miremos desconfiados al vecino
La guerra mata las canciones
Las flores y los sueños.
Por eso desde este poema-oración
Pido que nos dejen vivir sin sobresaltos
El pedacito de vida que nos toca.
No más muertes que llenen el planeta
¿Dónde cabe tanto dolor acumulado?
¿Tanto llanto en desborde?
¿Tanta sangre que corre por el suelo?
¿Dónde se albergará tanta tristeza?
Paren ya la amenaza de la guerra
Destruyan los cohetes y las bombas
Y envíen los soldados
A cultivar la tierra
Y a cosechar abrazos.
Pongo mi vida por testigo
De que el amor
Nos salva si tenemos una flor en alto
En vez de la amenaza
Que señala la muerte para todos.
La Habana 2011