Jóvenes de la ciudad de Chiquinquirá se unieron a la velatón propuesta para el día séptimo del paro nacional. La manifestación fue tranquila. Muchos sostenían velas en signo de reconocimiento a las víctimas de la protesta –que aunque es un derecho constitucional– se ha visto obstaculizado y violentado por las instituciones que representan al Estado. Otros alzaban los carteles dignamente, que con creatividad e inteligencia se nota que hicieron. Otros gritaban a viva voz el apoyo al paro y el rechazo a los atropellos cometidos por parte de la Fuerza Pública.
En los carteles se leía: “Por las madres que hoy lloran a sus hijos”; “ninguna mujer le parió hijos a la guerra”; “Protestar en defensa de nuestros derechos no debería costarnos la vida. Por los que no volverán”; “Peligro, joven estudiante parado con una pancarta”.
Estas exclamaciones pueden interpretarse de muchas formas. Sin embargo, podríamos comprenderlas así:
Este es un país que va en contra de la naturaleza, tal como lo hace notar Jesús Abad Colorado, dado que son los padres quienes le hacen el funeral a sus hijos. Por otra parte, la guerra y la violencia es engendrada por machos; las madres dan a luz vida, los machos la aniquilan y la envían al gran frío de las tumbas. Además de esto, que Colombia es un país tan peligroso que hasta ejercer legalmente un derecho es más letal que el COVID-19. Finalmente, que un ciudadano que piensa es una amenaza para este país en donde se le saca todo tipo de provecho a la miseria y a la ignorancia.
El encuentro de los jóvenes chiquinquireños estuvo en paz. Pudieron ejercer el derecho con tranquilidad. Alzaron sus voces de denuncia y de reconocimiento. Algo que seguramente contribuyó a que la manifestación fuese un acto de paz fue la no presencia de la policía. Bien es cierto que, aunque la función de esta institución es proteger, hay que considerar que gran parte de los colombianos no nos sentimos seguros en su presencia, sino que sentimos miedo. Ciertamente, el miedo produce inseguridad y torpeza, lo cual inmediatamente activa mecanismos de defensa y de censura, que pueden conducir a la intranquilidad y a la falta de espontaneidad.