La exposición de fotografía de la chilena Paz Errázuriz se encuentra en el Museo de Arte Miguel Urrutia dentro del conjunto cultural del Banco de la República en Bogotá. Mientras observaba sus fotos pensaba en el valor de la aparienciaen tanto ella toma imágenes de seres que han sido parte del olvido de la sociedad porque son diferentes, porque no hacen parte del arquetipo ideal que deseaba Platón. Muy por el contrario, son seres que hacen parte de una dolorosa reducción: los marginales pobres. Condición que les quita lo más importante para cualquier ser humano: la dignidad.
Paz Errazuriz nació en 1944 en Santiago de Chile, estudió para ser una profesora insigne pero la dictadura de Pinochet la arrojó a la calle en 1973. Y ahí se quedó como fotógrafa autodidacta que caminaba mientras observaba la realidad paralela que hace parte de la vida cotidiana. Escenas del presente que son parte de un lado oscuro que, si bien son seres que nos rodean, pero son invisibles. Ellos, por su condición social, son parte de una reducción del campo visual que va más allá de lo uniforme.
Ya en el universo de Paz Errázuriz, el mundo se vuelve misterioso porque reafirma seres que se rebelan contra la realidad como son los travestis. Hombres-mujeres en la prostitución que son abusadas en los largos toques de queda por los militares. Seres humanos de la noche que se pierden en la trashumancia de sus deseos. Humanos que transgreden su condición para ser otras. A esa serie que realizó en los años ochenta la llamó “La manzana de Adán”. Obviamente, fue la generación que carcomió el sida.
La mujer es el centro de atención de Paz Errázuriz y mientras trabajaba en el tema en las calles de Santiago escuchó de otros seres marginales como son los indígenas en Chile. En este país austral como en Argentina, la conquista fue más feroz, pero quedan rastros de esas primeras comunidades y ella, sin ninguna información se fue a encontrarlos en el fin del mundo. Seres castigados por el destino en el sur de la Patagonia chilena. Cuando ella llegó ya eran solo 16 personas viejas, de raza pura. Otro mundo invisible que tuvieron el estigma de la “desaparición”. A esa serie la llamó “Nómadas del mar”.
En los años noventa, le interesó un hospital psiquiátrico “Phillippe Pinel de Puteado”, donde encontró otros seres despojos de la condición humana. Seres sin mundo y sin imaginación. Seres perdidos del paraíso donde encontró que el amor existe. Y se dedicó a registrar historias de parejas que, cuando las mostró en el hospital, se convirtieron en certificados de matrimonio. La serie que realizó en el plantel durante 4 años en la década de los noventa la llamó “El Infarto del alma”. Cuando se redime la vida en otro lugar.
Otro tema consecuente y que está presente en la exposición es la vida y la muerte: la niñez y la vejez, el principio y el final de la fragilidad. Del descontento de algo inesperado que es la vida misma.