Más de una semana ha pasado luego de la marcha uribista del pasado 2 de abril y la pólvora verbal desatada por el tema permanece encendida.
Quienes defendían la convocatoria continúan haciéndolo y quienes la criticaban siguen manteniéndose en su lugar. Eso nada tiene de extraño. Lo que sorprende, por incoherente, es la decisión de muchos de desconocer no solo el éxito de la convocatoria, sino también el mensaje que ese triunfo entraña.
Reconocer el éxito de la marcha no significa, por supuesto, una suspensión de la crítica a los motivos de su convocatoria o a la autoridad moral de los convocantes.
Sigo considerando que la citación por parte de Uribe Vélez y de su partido a una marcha de las características de la del pasado sábado y bajo las consignas que enarbolaron, constituye un acto de cinismo sin parangones.
Aún hoy pienso que haber asistido a la marcha bajo la premisa de “no es en apoyo a Uribe sino en rechazo a Santos” es una muestra de candidez: no había que tener dos dedos de frente para saber que cada asistente a la marcha sería cobrado como un triunfo por Uribe.
Sigo sosteniendo que marchar contra un proceso de paz es un acto de mezquindad.
Me mantengo, en resumen, en todas las posturas que tenía antes del sábado 2 de abril.
Lo que no puedo, por elemental honestidad, es desconocer que la marcha fue un éxito rotundo, que me equivoqué al predecir su fracaso y que la asistencia multitudinaria entraña un mensaje que no se puede ignorar.
Si alguna cosa se ha aprendido en las recientes décadas
de manifestaciones sociales
es que el establecimiento minimizó la protesta y se alineó para estigmatizarla
Históricamente, en Colombia, no ha sido la derecha la que se ha lanzado a las calles. Por el contrario, han sido precisamente las personas sensibles a los planteamientos sociales, las que propenden por la equidad, por la redistribución de la riqueza, por la igualdad de oportunidades, las que tradicionalmente han ejercido su derecho a levantar la voz. Y si alguna cosa se ha aprendido en las más recientes décadas de manifestaciones sociales es que cada vez que se protestó el establecimiento minimizó la protesta y se alineó para estigmatizarla.
La tradicional actitud casi mecánica y unánime de los medios de comunicación ante las marchas de los movimientos sociales ha sido la de titular con los desmanes de la minoría y no, por ejemplo, con lo multitudinario de la asistencia o con lo medular de las posturas de quienes protestan. Y en cada una de esas oportunidades, los defensores de las protestas han salido a decir, con sobrada razón: “los encapuchados que lanzaron las bombas no pueden empañar la convocatoria”, “quienes azuzaron a la policía no nos representan”, “aquellos que llenaron de grafitis las paredes de los edificios y quebraron las vitrinas son una minoría que no nos deslegitima”.
Sin embargo a muchísimas de esas personas que tradicionalmente han exigido que no se deslegitime la protesta social por el comportamiento de unos pocos desadaptados, las encuentro ahora deslegitimando el resultado de la convocatoria del uribismo por las imbecilidades de algunos de los marchantes.
Sí. Aparecieron algunas fotos mentirosas con la intención de inflar el número de asistentes. Sí. Entre los manifestantes había quien se oponía, incluso con camisetas estampadas, a elementales actos de justicia como la restitución de tierras. Sí. Entre las arengas se alcanzaron a escuchar consignas vergonzosas y llamados al exterminio de los contradictores. Pero, aún así, ¿alguien en su completo uso de razón está dispuesto a sostener la tesis de que la mayoría de los miles de asistentes a las marchas del 2 de abril son descerebrados fascistas neonazis que buscan la aniquilación mediante tortura de cualquier ser humano que haya pronunciado la palabra Cuba? Si así fuera, esa persona no se diferenciaría en nada de aquellos que ven como sanguinarios guerrilleros maoistas a quienes piden que se paguen las horas extras o se reconozcan las prestaciones a las empleadas domésticas.
A las marchas del 2 de abril asistieron padres de familia, trabajadores, madres solteras, ancianos, universitarios y obreros. Sí. También asistieron algunos repulsivos fascistas uniformados (del mismo modo en que a las marchas de la izquierda asisten agitadores profesionales encapuchados) y eso en nada deslegitima o desfigura el acto. Y, lo que es aún más importante, en esa asistencia masiva, en esa exitosa convocatoria, hay un mensaje claro y contundente que quienes miramos desde el otro lado de la barrera estamos en la obligación de escuchar si queremos honrar esa intención con la que solemos llenarnos la boca: la de lograr un país más incluyente.
Caer en la prepotente tentación de explicar el éxito de la convocatoria a la marcha del 2 de abril por el borreguismo o por la ignorancia de los asistentes, es asumir la más uribista de las posturas: esa que se complace en aplastar la voz del otro o en ignorarla o ridiculizarla cuando no se le puede aplastar.