Desconfianza

Desconfianza

El periodista Eccehomo Cetina se desfoga y no disimula su desconcierto frente a la realidad actual del mundo y Colombia

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febrero 28, 2019
Desconfianza
Foto: Facebook Eccehomo Cetina

Sitiados en su propio país por los bombardeos de la aviación nazi, los británicos descubrieron en el amanecer del 14 de noviembre de 1940 la humareda de la tragedia final que se levantaba sobre Coventry y Londres, luego de sufrir durante la noche la caída de 500 toneladas de explosivos.

Durante dos meses los británicos habían soportado la arremetida de Hitler en su afán de tomarse el Reino Unido. Poco quedaría en pie y no se abrigaba ninguna esperanza de que los ingleses pudieran salir con vida ni mucho menos vencer a los alemanes en aquella relampagueante confrontación que la Historia conocería como la Batalla de Inglaterra.

Pero no fue así. Ocho meses después y contra todo pronóstico el primer ministro, Winston Churchill, logró un punto de quiebre en la batalla y propinó la primera derrota a Hitler en aquella confrontación mundial. ¿Cómo logró Churchill esta gesta con un país que se rearmaba a duras penas y cuyos ciudadanos estaban consumidos por el miedo y el dolor? La respuesta a esta pregunta ha permitido escribir cientos de libros en torno a una sola palabra que salvó a los ingleses: confianza.

Y dicha confianza surgió tal vez cuando oyeron hablar a su primer ministro desde la Casa de los Comunes con una desgarradora sinceridad al prometer a los británicos, enfrentados a nuevos vientos de guerra, solo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. La secuencia dramática fue como un conjuro para lo que vendría, pues logró meses después, en medio del terror de las bombas y las ciudades arrasadas, reparar el coraje de un pueblo que tuvo confianza en lo básico, como ningún otro pueblo: había que sufrir, había que soportar y había que esforzarse para superar lo insuperable.

La confianza del ciudadano en sus líderes, en su estado o nación; la confianza del pueblo en las leyes o su aparato de justicia; la confianza de los creyentes en sus jerarcas y en su iglesia; la confianza del elector en su voto; la confianza del ciudadano en sus partidos; la confianza de los consumidores en el sistema de libre mercado; la confianza de los cuentahabientes en los bancos; la confianza de los occidentales en los principios liberales que defienden los derechos humanos; la confianza de los demócratas en el estado social de derecho; la confianza de la comunidad en la familia; la confianza de las audiencias en sus medios de comunicación; la confianza del internauta frente al avance indiscriminado de las redes sociales y los sistemas de macro datos.

La confianza, la misma que impulsa a los miembros de una sociedad a creer en su sistema de relatos, valores y códigos y que los cohesiona en torno a su bienestar, es la misma que hoy enfrenta una de sus peores crisis.

La expresión de que cada vez más esta confianza se ha roto en la sociedad está en la desinstitucionalización que enfrentan muchos países. Los ciudadanos, que antes creían en sus instituciones más intocables, otorgándoles un halo de sacralidad, hoy las miran con desconfianza, casi con el recelo que se dispensa por los enemigos íntimos.

Las consecuencias son nefastas porque la base de una sociedad es la fe en ella misma y en sus integrantes. Campea la volatilidad, el relativismo y se esparcen versiones sinfín de lo que antes eran certezas. Mucho más: ya no hay certezas, no puede haberlas en una expansión digital de la información porque su esencia es la verdad volátil, que ya no importa porque la superan los supuestos.

Las instituciones, sin la confianza del ciudadano, son débiles y por tanto sus decisiones rebatibles. Aunque haya dentro de estas instituciones miembros íntegros, la crisis los supera porque no creer se ha vuelto un comportamiento sistemático. No importa que sea un problema de unas cuantas manzanas podridas. De unos jueces prevaricadores, de unos jerarcas pedófilos, de unos políticos corruptos, de unas fábricas con alimentos vencidos, de un banco que soborna contratistas; de unos medios de comunicación atribuyéndose funciones de juzgados abiertos; de unas redes sociales vendiendo datos personales e íntimos. No importa que no sean todos. Basta que sean unos pocos para que en estos tiempos azarosos e inestables se imponga sin remedio la desconfianza.

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