"Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos pueden cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado" (Margaret Mead).
Desde que tengo uso de razón he escuchado diferentes calificativos en referencia a los políticos, a ese "grupo selecto" donde se cuelan toda serie de especímenes del reino animal en torno al ejercicio del poder y la dirección del Estado. Como es obvio, en un ambiente como el de la costa nunca sobran los adjetivos conforme a las preferencias de las personas, o en su defecto por los desacuerdos ideológicos o no que alguno haya experimentado.
En una democracia sana el disenso entre unos y otros es algo normal, de hecho, es propio del sistema. Por tanto, son necesarias las diferencias para darle cabida a la expresión de los disímiles pensamientos dentro de la sociedad. Quien se dedica al ejercicio político y llega a postularse a un cargo de elección popular es elegido por voluntad de un grupo poblacional que se identifica con un pensamiento, con una idea, con una forma de apreciar la vida o, como en el peor de los casos y es lo que más sucede, con la obtención de un beneficio a corto plazo para solventar el hambre o unos deseos etílicos.
Recuerdo que en las pasadas elecciones al Congreso, haciendo la fila para votar, escuché una conversación entre varios "ciudadanos empoderados", quienes manifestaban descaradamente como si fuera una gran hazaña que un tal no sé quien había llegado al barrio y les habría ofrecido la millonaria suma de $ 50.000 por su voto por equis candidato. Ese mismo día gracias al flujo de personas en el sitio de votación me tocó ir dos veces a votar, y era evidente que la razón para que tal cantidad de personas se movilizaran como hormigas obedecía a un beneficio económico y no a un compromiso democrático.
En este momento de incertidumbre política, observando la forma tan sórdida en que se trata de capitalizar la necesidad humana por parte de los políticos de nuestro país, vuelvo a reiterar que los dirigentes que hoy nos gobiernan no son más que el reflejo de la sociedad que los está eligiendo, solo bajo esa premisa es posible entender por qué a pesar de tantos actos de corrupción seguimos escogiendo la misma clase de individuos, pero en cuerpo ajeno.
Sin embargo, no podemos dejar de advertir que hay un papel preponderante en toda esta trama, y es que quienes votan y eligen a esos candidatos que son un desatino político son las clases menos favorecidas, gracias a que son más los hogares con sus necesidades básicas insatisfechas, a los cuales se les puede inducir a que se comporten de determinada manera mientras medie un beneficio cortoplacista, en contraposición a quienes por ignorancia política o por flojera mental se abstienen de ejercer su derecho al voto, dejando a merced de personas incapaces de dimensionar la realidad política, los destinos de una nación que exige a gritos una trato digno.
Si al superar la enfermedad y la muerte, persistimos en convivir con la gangrena de la corrupción en Colombia y no convertimos esta crisis en una oportunidad de crecimiento político, social y económico, quiere decir que como alumnos somos pésimos, y entonces merecemos no una sino muchas veces más, como en el infierno de Dante, el destino que hoy nos traza una clase política de ideologías enanas y miserables.