Desastre en Irak con apoyo colombiano
Opinión

Desastre en Irak con apoyo colombiano

Sin que nadie lo solicitara, el gobierno colombiano, sin consultar a la Comisión de Relaciones Internacionales, apoyó la ilegal invasión a Irak

Por:
julio 15, 2016
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Durante 2015 y 2016 centenares de miles de familias sirias abandonan sus casas, dejan su patrimonio y huyen, en las  más precarias condiciones, a Europa, en donde les cierran las puertas.

Como diría Borges, todo proyecta su sombra: profundos dolores de millones de seres humanos tienen sus raíces en decisiones tomadas varias generaciones atrás, aunque políticos aún vivos tienen una alta cuota de responsabilidad por sus actos durante el presente siglo.

Los jóvenes palestinos y también los israelíes, la población iraquí y los refugiados  sirios, y también las víctimas francesas de Isis, las españolas o las británicas víctimas de Al Qaeda, o las de Orlando, sufren las consecuencias de una cadena de decisiones tomadas hace tiempo. Uno de los hitos fue el tratado Sykes-Piccot, suscrito hace exactamente cien años entre Gran Bretaña y Francia, que repartió el botín de guerra de los que habían sido territorios del Imperio otomano, que por más de 450 años rigió desde Estambul.

Las fronteras de los estados árabes actuales fueron, básicamente, establecidas en el tratado, sin respeto por las complejidades étnicas y religiosas.  Hoy, tras un siglo de tiranías, alineadas a uno u otro lado durante la guerra fría, sustentadas en turbias policías secretas, algunas con petrodólares, otras empobrecidas, no son ni sombra de lo que la cultura árabe ni la otomana representaron en su esplendor.

La esperanza de la primavera árabe se desvaneció en manos de un puñado de dictadores, bien en Egipto o en Siria, en un contexto geopolítico que les permite salir airosos. En suma,  es el resultado final de la imposición de burdos y poderosos intereses de las potencias, las de las mejores universidades, las de las revoluciones democráticas del siglo XVIII.

Más allá de Sykes-Piccot de 1916, la invasión de Irak en 2003, es el antecedente cercano más funesto en términos de vidas humanas y de seguridad en el planeta. Al lado de Bush y algunos aliados del primer mundo, Colombia se jactó, durante años, de haberla apoyado.

El informe Chilcot, revelado en julio de 2016,  sobre la intervención militar británica en Irak, en apoyo a Bush,  es devastador.  El documento concluye que no existía amenaza inminente de parte del régimen de Sadam Husein y que la intervención militar era innecesaria. Como se recuerda, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aceptó las inspecciones in situ en Irak para establecer el alcance de la posesión de armas de destrucción masiva, visitas que ya se estaban realizando en el momento de la decisión de la invasión, en acuerdo con el gobierno iraquí.

La invasión a Irak fue apoyada por dos políticos jóvenes, de bandos políticos diferentes, que se aliaron, sin condiciones, a Bush, sobre los cuales pesa, entre otras responsabilidades, la de la muerte de, al menos, 250 000 civiles iraquíes, amén de la de los militares propios: José María Aznar y Tony Blair, cabezas de los gobiernos español y británico, respectivamente.

Al lado de Bush, Blair y Aznar conformaron el famoso trío de Las Azores en marzo del 2003 que, con base en documentación que, a la postre, se demostró falsa,  dio un ultimátum al dictador para que procediera a desarmarse. Fue la antesala a la invasión.

El informe Chilcot no pretende calificar a Tony Blair de criminal de guerra, aunque si de corresponsable de una línea de acción que resultó desastrosa en vidas humanas y en el incumplimiento del objetivo final de la invasión: conjura del terrorismo vía la intervención militar, que debía culminar en proyectos de estabilidad política y económica en Irak y, por tanto, en avances en la seguridad mundial. Grave, según Chilcot,  el nivel de desinformación del aparato de inteligencia británico, la no verificación de los supuestos que dieron pie a la invasión, la ausencia de estrategias efectivas militares una vez en el terreno. Un texto revelado por el informe revela la fe ciega de Blair en Bush: “Estaré contigo, como sea” (“I will be with you, whatever”.)

Por acá tampoco escampa, aunque pocos lo recuerdan. Sin que nadie lo solicitara, el gobierno colombiano, sin consultar a la comisión de relaciones internacionales, apoyó la ilegal invasión a Irak. La culta canciller, Carolina Barco, en debate en la Cámara de Representantes, defendió la legalidad de la invasión, incluyendo el argumento del envenenamiento de población kurda de parte de Husein en el marco de la guerra Irak-Irán (en la que el dictador recibió el apoyo norteamerciano). Un defensor de la ministra durante el debate, el congresista Hurtado Cano, exhibió, según la columnista M.I. Rueda, la prueba reina de las armas de destrucción masiva del déspota iraquí (4.07.03).

La argumentación de fondo era: Bush combate el terrorismo,
Colombia tiene un enemigo interno terrorista,
Bush nos apoya, por lo tanto, somos solidarios con EE. UU.

La argumentación de fondo seguía, más o menos, la siguiente línea: Bush combate el terrorismo, Colombia tiene un enemigo interno terrorista, Bush nos apoya, por lo tanto, somos solidarios con Estados Unidos. La verdad, el Plan Colombia había sido aprobado cuatro años atrás por parte del Congreso de los Estados Unidos  y no cabe suponer que, sin el apoyo colombiano a la invasión a Irak , se hubiera suspendido, habiendo sido obra  y arte de los diseñadores de la política antidrogas de los Estados Unidos.

Pocos se pellizcaron en Colombia ante el exabrupto. El Polo Democrático, particularmente G. Petro, fue el único actor político en manifestarse y en la prensa solo columnistas como Alfredo Molano protestaron. Fueron ridiculizados, entre otras cosas, por no manifestar el mismo encono en contra del terrorismo interno.  Al contrario, el paso del gobierno fue visto como verdadera inversión: “Colombia recibe premio por apoyo a guerra a Irak”, tituló El Tiempo (24.03.03), por la adición presupuestal que el gobierno Bush pediría al Congreso de los EE. UU. para financiar la lucha contra el terrorismo.

Lambonería al cuadrado (la del gobierno colombiano frente al de los Estados Unidos; la de alguna prensa local frente al colombiano) y ninguna  mirada crítica frente a la vehemencia con se respaldó el exabrupto más trágico del siglo XXI.

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