La pandemia, por el momento, ha cambiado a todos la manera de ver el mundo. Además, ha dejado conocer la interdependencia entre todas las dimensiones del desarrollo (económico, social y ambiental) y la importancia de pensar como ciudadanos globales habitantes de un mismo planeta —nuestra casa común, en donde no importan las nacionalidades—. Y digo por el momento, porque si bien podemos salir muy fortalecidos y siendo más conscientes frente a nuestros hábitos, costumbres y el impacto negativo que hemos venido causando a nuestro planeta, también es muy probable, tal como lo dice Paolo Giordano (2020), que este miedo pase en vano sin dejar ningún cambio tras de sí.
Por otro lado, nos ha hecho recordar y evidenciar una vez más la fragilidad de los seres humanos, que frente a esta crisis nos hemos llenado de incertidumbres por los cambios en la economía, en el mundo financiero, en nuestra manera de actuar y de relacionarnos con la familia y con los demás. Es decir, ha impactado nuestra manera de ser, pensar y actuar como individuos y, en consecuencia, como sociedad.
Así mismo, la pandemia ha dejado ver la importancia que tiene ese marco global de objetivos que muchas naciones han fijado para construir un mundo más equitativo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): dirigidos, entre otros, a las personas (fin de la pobreza, la lucha contra el hambre, la salud y el bienestar, la educación de calidad, la igualdad de género), al planeta (agua potable y saneamiento básico, consumo responsable, la lucha contra el cambio climático, flora y fauna acuática y flora y fauna terrestre), así como a la prosperidad (energías renovables, empleo digno y crecimiento económico, innovación e infraestructuras, reducción de la desigualdad, ciudades y comunidades sostenibles).
No se avanzará en el logro de sus metas si los mismos no trascienden hoy más que nunca del recinto de la Asamblea de las Naciones Unidas, de las buenas intenciones de los gobernantes de los países miembros o de los planes de desarrollo que muchas veces no consultan el sentir de la población, sino que deben aterrizarse al individuo y tocar su responsabilidad en torno al logro de dichos objetivos. La tarea es de todos y al crear esa conciencia, probablemente permitirá que avancemos y que el camino tenga menos tropiezos y sea más satisfactorio.
Esta situación nos debe llevar a pensar en el rol y compromiso que como individuos tenemos frente a temas como el cambio climático, cuyas consecuencias pueden ser irreversibles, tal como lo afirmó António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, el pasado 22 de abril de 2020 al referir que la disrupción climática se acerca a un punto sin retorno y que debemos actuar con decisión para proteger nuestro planeta tanto del coronavirus, como de la amenaza existencial de la alteración del clima.
Y es que este no es un tema que atañe únicamente a las empresas y a los gobiernos, el llamado es a ser conscientes de la responsabilidad individual para los asuntos que son preocupación global y que amenazan el bienestar humano.
La suma de nuestros comportamientos y hábitos inciden en el futuro, es decir somos protagonistas de nuestro propio desarrollo. Ahora, más que nunca y con los aprendizajes que estamos obteniendo por la crisis, es cuando más necesitamos unirnos en una sola fuerza, actuar con la mayor determinación frente a estos males, pensando en una satisfacción justa y moderada de nuestras necesidades actuales, y al tiempo garantizando a nuestras generaciones futuras un mejor vivir y unas mejores pautas de vida.
Si, el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) promueve la ayuda para implementar los ODS y las agendas de gobierno seguramente serán repensadas incluyendo prioridades que antes no aparecían con la relevancia que hoy tienen, pero no olvidemos que el logro de esas agendas dependerá en gran medida de nuestra capacidad de respuesta.
Es necesario entonces escudriñar nuestro ser, principios y valores, y entender el llamado que el planeta nos hace a cada segundo: pensar en nuestro compromiso por un consumo responsable, reducir el desperdicio de alimentos, gestionar racionalmente los residuos que generamos, mejorar el estilo de vida en armonía con la naturaleza, mantenernos debidamente informados sobre estos aspectos del desarrollo sostenible, entre otros aspectos.
Frente a esta situación no hay vacuna, como si la podrá haber para el COVID-19. La vacuna es mental y consistirá en ser conscientes, autoevaluarnos, desarrollar más nuestra capacidad de ser resilientes, estar atentos a los llamados que desde las instancias internacionales, nacionales y locales se hagan, es decir, “hacer caso”, dar prioridad a lo verdaderamente importante, conocer nuestra huella de carbono y la manera cómo podemos reducirla, cambiar hábitos, ser creativos, educar al niño para no tener que repetir la historia que hoy estamos viviendo. Todo ello, si no lo estamos haciendo, debe ponerse en práctica desde ya, y estar dispuestos para cuando las autoridades nos indiquen la progresividad que llevaría volver a situaciones “nuevas y normales” de la interacción social que nos espera.