La nostalgia, esa vieja amiga que se acomoda junto a nosotros para cuchichearnos sobre otros tiempos, para llevarnos a otros momentos, para invitarnos a evocar a otros seres y lugares, es compañera inseparable.
Cada que un año finaliza, se viste de nuevos ropajes, nos toca con nuevos recuerdos. Entonces, cada uno de nosotros persistimos en renunciar a los malos momentos y nos dejamos permear por el espíritu navideño para celebrar el hecho de estar vivos, para festejar que aún quede familia con la cual compartir o amigos para esos abrazos cansados por el paso del tiempo, pero renovados en cada encuentro, en cada oportunidad de viajar en las evocaciones.
Muchos son los que pueden mirar la vida como un futuro promisorio, hacer planes a largo plazo, soñar con otras posibilidades: tienen las fuerzas, las ganas y el tiempo adelante para irlo gastando de a poquitos.
Para otros es época de balances, el momento de mirar hacia el camino recorrido que comienza en la infancia y que está custodiado por recuerdos de momentos ya vividos e irrepetibles. Por allá se asoma la ausencia de personas amadas que se adelantaron en el viaje de misterio y sin regreso. Más acá los logros alcanzados que son reafirmación de lo vivido, de lo hecho, de que no en vano hemos estado existiendo y agotando etapas y nos complacemos al mirar nuestras huellas dejadas por cumplir el mandato de ser.
Con habilidad olvidamos por instantes la realidad que nos circunda, dejamos de lado la adversidad para celebrar el suceso de estar vivos de formar parte de esta raza única que se llama humanidad, tan prepotente, tan orgullosa, tan insolidaria, a la que solo en momentos especiales une las dificultades y a la cual sucesos como la amenaza de la COVID-19, nos recordó que hay un sentimiento que se llama solidaridad que exorciza miedos, que nos enseña a ser mejores, que nos hermana, pero que poco practicamos.
Cada diciembre es nostalgia por que cada vez es diferente. Hay recuerdos para recordar, momentos para evocar, situaciones por vivir, perdones que dar y recibir. Entonces invocamos a los hados del destino para que el nuestro sea llevadero, para que la suerte sea compañía, para que el amor sepa de amores y para que la vida nos de vida a nosotros y a quienes amamos y nos aman.
Nos asomamos a la fiesta, al bullicio buscando la foto para dejar testimonio de lo celebrado, compartimos la alegría de los alegres o nos solidarizamos con la tristeza del triste, reímos pensando que la vida es corta y evocando el poema que señala:
Yo no soy más de lo que soy
Y en cada mirada
En cada canción
Que en las noches me nombre
Estaremos todo
Derrotando el olvido