Todo el mundo sabe que a los candidatos del Pacto Histórico les va a ir muy mal en las elecciones regionales del 29 de octubre. La razón principal no es tanto la calificación de la opinión pública sobre la gestión del Gobierno, sino el hecho de que el Pacto no existe como partido político organizado. Está conformado por pequeños partidos, organizaciones sociales, sindicatos, todos en la franja de la izquierda, pero cada uno con diferentes intereses y pequeños liderazgos.
Se podría decir que fue una asociación que se creó con un solo propósito y con éxito: llevar a Gustavo Petro a la Presidencia de la República. Pero detrás del carácter caudillista y arrollador de ese liderazgo no hay una organización regional unida, ni un candidato regional carismático, sino la fragmentación de intereses creados por la posibilidad de acceder a una curul en el Concejo Municipal o Distrital, o en la Asamblea Departamental. Ello genera todo tipo de coaliciones con grupos fuera del Pacto, de modo que hasta la contabilidad de sus resultados va a ser muy difícil de hacer.
Lo que no tiene mucho sentido es decir que, si los resultados de la elección son adversos al gobierno, se afecta en materia grave su gobernabilidad, que es el conjunto de reglas políticas legales y acatadas: la conformación del gabinete, la composición del Congreso, el funcionamiento de las Cortes, las relaciones del presidente con los gobernadores y alcaldes, y de estos dos últimos entre sí. Nada de eso se ve afectado cualquiera sea el resultado de la elección. En caso de ser interpretado como adverso al gobierno, ni produce una crisis de gabinete, ni modifica la composición del Congreso, ni altera las relaciones jerárquicas de la presidencia con alcaldes y gobernadores de partidos diferentes al del Presidente.
Lo que si puede afectarse es la gobernanza, o sea que los procesos de gobierno funcionen en beneficio común, que se produzcan resultados. Y la realidad es que la gobernanza ha ido manga por hombro. Se deshizo como los salmones la coalición inicial de gobierno y el primer gabinete pluralista; la gestión de los llamados alcaldes alternativos de las grandes ciudades, que de alguna manera se veían asociados al gobierno no ha sido la mejor; y la controversia entre las iniciativas del gobierno y la sociedad civil no han cesado ni por un momento. Es como si nadie pudiera ponerse de acuerdo sobre nada que sea importante.
Un fracaso electoral del Pacto Histórico podría afectar aún más la gobernanza, pues podría interpretarse como un debilitamiento del gobierno y de su capacidad de sacar adelante sus reformas
Un fracaso electoral del Pacto Histórico podría afectar aún más esa gobernanza, hoy alicaída, pues podría interpretarse como un debilitamiento del gobierno y de su capacidad, ya de por sí muy limitada, de sacar adelante sus reformas. O podría ser un llamado de atención para tratar de lograr el famoso Acuerdo Nacional, puesto que las elecciones regionales si pueden ayudar a identificar quienes son y cuanto pesan los verdaderos actores políticos.
El hecho tozudo es que no hay un solo candidato, no ya del Pacto Histórico sino de la izquierda, con posibilidades reales de ganar una alcaldía o una gobernación importante, aun en zonas como Valle, Cauca y Nariño, en las cuales Gustavo Petro arrasó en las presidenciales. Para no mencionar Bogotá. Un fenómeno por lo menos curioso que marca como el que más las diferencias que existen entre el fragor de una campaña presidencial y las eficientes maquinarias políticas en acción, divorcio que es el origen de todos los males que nos asolan.
No ha sido común que el presidente de la República y el alcalde de Bogotá, ciudad que es medio país, sean de la misma filiación política, lo cual crea un equilibrio en el ejercicio del poder ejecutivo nacional y distrital, que es sano para la democracia dado los desmesurados poderes presidenciales. Todo indica que esta vez, con dos vueltas, se va a repetir esa situación, y que lo mismo va a suceder en las otras ciudades de más de un millón de habitantes, Medellín, Cali y Barranquilla. Trabajará como siempre ha sucedido el presidente con los alcaldes que no le son afines, la gobernabilidad será la misma, pero la gobernanza será otra.
Un tema para los politólogos: ¿significará la predecible pérdida de caudal de izquierda en las elecciones regionales, y el papel que pinta deslucido de la extrema derecha, la apertura del centro político como opción de poder en 2026?