Derribando estatuas: la raza maldita

Derribando estatuas: la raza maldita

Más que tumbar las que ya hay, habría que preguntarse cuáles hacen falta y qué deuda se tiene con el reconocimiento de la diversidad en el espacio público

Por: Ismael Ortiz Medina - Antropologo
septiembre 21, 2020
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Derribando estatuas: la raza maldita
Foto: Twitter @EnriquePenalosa

Si Hitler hubiese ganado la guerra tendría no solo una escultura, también habría una calle con su nombre y hasta una plaza; de hecho, hubo un proyecto para una plaza central en pleno Berlín que llevaría su nombre. Así que los monumentos tienen que ver con la memoria, pero mucho más con el poder. Para la muestra, Allende tuvo su estatua después de la salida de Pinochet, los bustos de Lenin y Stalin volaron a pedazos luego de la caída del muro de Berlín, y en Norteamérica siguen tumbando estatuas por estos días.

Entre esculturas, bustos y conjuntos escultóricos en Bogotá, de una lista de un total de 423, hay 13 alusivos a temas prehispánicos (3%). De ellos solo tres 0,7% se refieren expresamente a la Bogotá precolombina: en Usme hay una escultura moderna de la princesa Usminia, hija del Cacique Saguanmachica; sobre la avenida de las Américas está la Diosa del Agua Sía, un conjunto escultórico; y en Suba está el “Cacique de Suba”, otro conjunto escultórico. El 26% del total del listado son próceres, políticos y presidentes y un 8% son campanas de iglesia y estaciones de viacrucis. En la lista solo dos se asocian con la cultura afrodescendiente: una escultura homenaje al ritual lumbalú y un monumento de Alejandro Petion. Curiosamente de Jorge Eliécer Gaitán hay 5 trabajos.

El más consagrado, leído y citado cronista de la Bogotá vieja, José María Cordovez Moure, se refiere en un capítulo de sus crónicas a la Raza Maldita, que es como él califica a los indios. Buena parte del relato es sobre la leyenda del “Venado de Oro”, viejo mito bogotano que junto con el de la laguna de Guatavita simbolizan la suerte “patrimonial” de la Bogotá precolombina; arrasamiento de santuarios en busca delirante de riquezas, persecución de lugares de culto y borradura del espacio público.

Así que más que derribar estatuas, la pregunta es cuáles hacen falta y qué deuda se tiene con el reconocimiento de la diversidad en el espacio público; con los nombres de las calles, de los edificios públicos, de las estaciones del metro, etc. También habría que preguntarse quién debe hacer las estatuas, en qué lugares específicos, con qué técnicas y sobre qué aspectos, lugares y personajes de la cultura precolombina: ¿Ramírez Villamizar?, ¿Negret?, ¿Sagipa?, ¿el templo del sol?, ¿el calendario lunar?

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