Era tan nuestro, tan Caribe, tan de acá, Derek Walcott, que siempre lo sentí como vecino de las ínsulas de San Andrés y Providencia. O de María La Baja, Bolívar. O de Tierra Bomba, en las goteras de Cartagena de Indias.
Y más cerca y más de acá y más de estos pagos de encantamiento y magia, cuando por su Reino del Caimito me perdía en las travesías iniciáticas de la poesía.
Y era como si aprendiera, a la vez que las imaginarias de la marinería y las de sobrellevar los alisios volteando goletas de contrabandistas de ron, las artes de ensalmo y asombro de la hechicería y la nigromancia tan del crisol salino y multicolor, hasta el pellejo, de este Caribe fragmentado en variedad de lenguas que se entrecruzan para hacerlo único universal.
Ya Walcott, negro alto y de ojos marinos, andaba por el mundo de sus Antillas de vientos yodados y azules encendidos brincando de una isla a otra; enganchándose como marino en veleros que surcaban, con las “albas grisáceas” de agosto, mares que él veía ondear galvanizados y presentía glaciales en su múltiple identidad:
No soy más que un negro pelirrojo enamorado del mar,
recibí una sólida educación colonial,
de holandés, de negro y de inglés hay en mí,
de modo que o no soy nadie o soy una nación.
Y él, resuelto y con potentes compuestos étnicos regando impetuosos su ser como el luminoso océano que lo arrulló en la ancestral travesía, decidido e irrevocable se hizo a la mar y fue eso.
Una nación.
En sí y en todo cuanto tal entraña en su otro como fractal de pellejo, lengua, identidad, haceres, que devienen de construir y constituir en concreto ese imaginario que es su Caribe particular, esa sucesión de territorios que en la diversidad consolida y reivindica un ser total, una síntesis; sumatorias y agregados que apenas descubrimos de súbito.
Derek Walcott, poeta de Castries, isla de Santa Lucia, es. Simboliza y significa.
Trasciende, reivindica y visibiliza un muy original destino humano y étnico, cuya principal característica es la unidad y permanencia en ella; siempre en la dirección irrevocable de la “restauración de nuestras historias”.
De la historia de sus pueblos “hecha añicos” por las sucesivas dinámicas geopolíticas de sometimiento que a lo largo de las historias han connotado formas aberrantes de dominio, sojuzgamiento y explotación.
De ahí, de esas circunstancias históricas y como producto de aquellas formas de dominación, de ese cruzamiento étnico entre raizales y conquistadores, viene Derek Walcott; se amalgama su origen: su padre fue hijo de un inglés y de una nativa antillana de raza negra; su madre, una descendiente de esclavos con trazas de sangre holandesa.
Hombre universal por esencia, el Caribe es luz y espacio sin lindes, Derek Walcott asumió la poesía como la forma más efectiva y elevada de creación para expresarlo; para contar y cantar del suyo y de ese supremo, totalizante universo, que es el hombre sin límites ni espacios.
Ora el hombre de la contemporaneidad, este del Caribe trascendido y por él reivindicado, ya el de las mitologías griegas, el de Odiseo, transmutado en Shabine:
¡yo, que no tengo más armas que la poesía,
las lanzas de las palmas y el brillante escudo de mar!
Querido Walcott:
De donde seas, eres del Caribe, y me entristece que hayas apagado la vela para siempre y zarpado en este marzo lluvioso y dulce de caimitos y nísperos; de robles amarillos y rosado lila tapizando las calles de nuestras ciudades de flores que caen como diminutas alas de un enjambre que no cesara de volar en lo más alto del verano.
En tu próxima muerte, como eres inmortal, procura izar velas en un agosto:
En el ocioso agosto, cuando el mar se apacigua
y hojas de islas morenas se adhieren a la orilla
de este Caribe, apago la vela
junto al rostro sin sueños de María Concepción
para engancharme como marino en la goleta El Vuelo.
Poeta
@CristoGarciaTap