En teoría, los derechos naturales o fundamentales son inherentes a toda persona o ser humano y no pueden ser enajenados o transferidos de una persona a otra, ni pueden cederse, pues son irrenunciables. En la práctica, la humanidad aún no está preparada para hacer realidad esta teoría. Falta mucho desarrollo civilizatorio.
Es posible que dentro de uno o más siglos no tenga que invocarse la responsabilidad estatal en la garantía de los derechos humanos, pero hasta hoy esa obligación casi siempre es parcial, por no decir nula. Basta mirar lo que viene sucediendo en Colombia con los derechos: a la vida, a la salud, a la alimentación, a la vivienda digna, a la educación, al medio ambiente sano, a la paz; a la libertad de religión, de pensamiento y libre difusión de ideas. Y pare de contar, pues después de 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y 27 de su positivación en la Constitución Política es muy poco lo que hemos avanzado en su garantía a todos los colombianos.
Además, acaba de posesionarse un presidente cuyo programa de gobierno y sus primeras acciones indican que seguiremos retrocediendo, y si miramos hacia nuestros vecinos continentales ocurre lo mismo. Está por triunfar en el Brasil un candidato presidencial enemigo acérrimo de los DD. HH., y en Argentina el judío Macri defiende a los ricos y desconoce las necesidades de los de abajo.
Se invocan pensamientos muy bonitos como: “Los derechos no se mendigan, se conquistan en la lucha”. Sin embargo, ¿por qué es necesario llenar calles, desgañitarse hasta el cansancio, para reclamar derechos que el Estado y sus gobernantes tienen la obligación de atender y resolver sin que nadie tenga que exigirlo?
Además, no todos los derechos estén bien construidos. Pienso en la necesidad de limitar algunos que hasta hoy solo han servido para que una ínfima minoría se haya apoderado de las riquezas del planeta. Por ejemplo, al derecho a la propiedad privada debe fijársele límites como no extenderla a todos los medios de producción. Además, si se va a cumplir con que “los derechos míos no pueden interferir con los de mi vecino”, entonces deben existir normas para ello o que alguien ayude a la conciliación. El derecho a la libertad no puede aplicarse a ciertos sujetos que se valen de él para proteger sus atropellos, crímenes o corrupción.
En síntesis, mientras no construyamos un sistema donde predomine la armonía y la igualdad social, mientras los seres humanos no nos reconozcamos como personas con igualdad de derechos naturales, inalienables, sin discriminaciones de ningún tipo, es imposible que todos los humanos podamos gozar de felicidad mientras vivamos. La vida es demasiado corta, por lo cual es inaceptable que las desmedidas ambiciones, la codicia y el egoísmo de unos pocos priven a la mayoría de los humanos de su pleno disfrute.
Lo más difícil hoy es que los apoderados de las riquezas planetarias no piensan sino en su propia felicidad, negándoles a sus congéneres la posibilidad de una vida feliz o al menos digna. Esa minoría posee todas las armas físicas, ideológicas, propagandísticas y virtuales para conservar sus privilegios, en nombre de unas supuestas divinidades que se las otorgaron. Así las cosas, por ahora la fuerza racional de los pobres es incapaz de vencer con argumentos lógicos la fuerza irracional esclavista de la oligarquía mundial.