Derechos humanos, peste y capital

Derechos humanos, peste y capital

De cómo leamos este momento dependerá el futuro próximo

Por: Manuel Humberto Restrepo Domìnguez
junio 08, 2020
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Derechos humanos, peste y capital
Foto: Leonel Cordero

La declaración de derechos parece una lejana referencia, ya que las violaciones masivas van a la par con la expansión del virus. El presidente Trump deshonra a la OMS, la amenaza y descalifica. Los demás órganos de la ONU palidecen para evitar contagiarse del mismo mal que se cierne sobre ellas: desprecio de los poderosos. Millones de seres humanos claman por agua, comida, techo y salud. Se asoman grandes masas de jóvenes en deserción por falta de conectividad. Los empleos estables entran en arenas movedizas y la informalidad apenas si cuenta como abultada cifra. Los informes de economías de éxito y escalas sociales en igualdad se derrumban con la realidad que descubrió el virus.

La crisis de derechos humanos se extiende junto al virus y lo que parecía claro respecto a lo que son y significan los seres humanos es resignificado. El mundo no es por ahora la aldea global a que nos habían acostumbrado con el eslogan de la sociedad del conocimiento y del fin de la historia, es el retorno a una casa de habitación desde la cual la gente lucha por sobrevivir, “una sola casa, no feliz… un gigante hospital psiquiátrico” (Gamboa, escritor). Lo que ocurre en España se replica en Francia, Grecia, Colombia o Brasil. La fluidez de la vida parece haber parado, pero no la del capital, cuyas transacciones abiertas y visibles asaltan los bolsillos y cuentas de miles de millones de ahorradores y compradores, en un juego en el que quiebran muchos y ganan pocos.

El capital privado está creciendo durante esta pandemia con más prisa que el PIB, el comercio y los ahorros mundiales. El fondo de capital global supera los cuatrocientos billones de dólares y la prosperidad de este siglo XXI se está trasladando a menos de tres mil billonarios del mundo, unidos para gobernar a los gobernantes y para quienes su caja de herramientas del saqueo está hecha de tecnologías de información. Atrás, en el cine, quedaron las caravanas de lingotes de oro y las bodegas de papel moneda. De la pandemia queda el capital convertido a cifras, operaciones que en un nanosegundo logran convertir la riqueza física, los patrimonios públicos y los ingresos de las naciones en valores y depósitos financieros privados, que a diferencia del oro o del papel moneda no tiene gastos de envío. No se hace necesario que todos al mismo tiempo gasten, basta que lo hagan, puede ser desde casa.

En lo corrido de este siglo XXI, más de la mitad de intercambios globales y de acciones se realiza en dólares, menos del 15% en euros y menos del 9% en yenes. Esto explica que la tasa de rentabilidad y de seguridad de los inversionistas depende fundamentalmente de la estabilidad política de un estado —y no como se creía que era por las garantías ofrecidas para la realización y respeto a los derechos humanos. El capital para su crecimiento hace tiempo, rompió con los derechos humanos, es evidente que los grandes despojos y riquezas se han construido a partir de masivas violaciones a derechos humanos. Estados Unidos es el que mejor ha cuidado su estabilidad, no importa la criminalidad de su policía contra sus propios hermanos negros, afros o latinos, tampoco la crueldad de la CIA, la temeridad de la DEA o la perversión de sus francotiradores, mercenarios y contratistas. Lo que importa es su estabilidad, la unión de sus partidos para defender la patria y el orden, como garantía que buscan en cualquier lugar los inversionistas, no su ciudadanía. El complemento es que los estables promuevan la inestabilidad en otros lugares. La desestabilización, es su arma de competición. Estados Unidos es primero en estabilidad y también en acciones de desestabilización en el escenario político global.

La pandemia libro de obstáculos reguladores y legales a los empresarios multimillonarios, para hacer fluir una economía global de innovación que promete riqueza rápidamente convertible en los activos financieros que los inversores requieren, pero con empleo inestable, desigualdad acelerada y endeudamiento ilimitado. Las nuevas tecnologías son el impulsor del traslado del mercado a la sociedad invisible, transparente. The economist veía un crecimiento económico muy fuerte entre 2005 y 2020 en Estados Unidos, China, India, más que en Europa y América Latina y parece estar concretándose. Entre marzo y abril, en solo dos meses de pandemia, la fortuna de los multimillonarios estadounidenses aumentó un 15%, con Jeff Bezos de Amazon y Mark Zuckerberg de Facebook.

Además, los 600 multimillonarios de Estados Unidos se hicieron más ricos porque aumentaron las acciones tecnológicas durante el bloqueo de la pandemia. Entre 18 de marzo y 19 de mayo su patrimonio neto total aumentó a 434.000 millones de dólares, mientras se producían pérdidas de empleo y agonía económica. Socialmente más de 38 millones de estadounidenses perdieron su empleo, 1.5 millones se infectaron y 100.000 murieron. Políticamente, Trump exacerbó el odio racial, la xenofobia, la discriminación y la estupidez y mientras eso ocurría económicamente la riqueza de Bezos creció el 30% a 147.000 millones de dólares y la de Zuckerberg, más del 45% a 80.000 millones (American for Tax Fairness).

Estamos entonces ante una crisis de derechos humanos, en la que todos sus sistemas, incluido el del DIH, están afectados. De cómo leamos el momento dependerá el futuro próximo. La respuesta sobre que sigue se puede buscar arriba, donde ya no está dios si no los grandes inversionistas y avaros del mundo, solos, sin estado, ni ley humana. Ellos son Dios y ley. No hay pandemia que los afecte, ni los infecte. De ellos dependerá en gran medida la garantía a realización de los derechos, salvo que el enigma logre ser descifrado y los trabajadores otra vez llenen las calles de renovada rebeldía.

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